La obra poética y dramática de Angélica Liddell nos arroja furiosamente hacia los márgenes para contemplar aquello que ansiamos ignorar, nos incomoda al interpelarnos, evita la complacencia de espectadores y lectores, porque la vida, en realidad, transcurre más allá de ese hermoso y ficticio telón con el que ocultamos nuestras miserias y miedos. El poemario Los barcos hundidos que te visitan (Uña rota, 2023) devela esta vez a la muerte, pero no como ente metafísico ni desde postulados existencialistas o religiosos, sino desde su corporalidad y nos enfrenta a ella desnudándola de su aura omnipotente e ininteligible para mostrarnos su aparente insignificancia en el devenir cotidiano.
Durante dos años solo he tenido el valor para leer
historias macabras.
A pesar de esta advertencia, no se trata de un poemario atroz o truculento, como lo puede ser la tragedia de Séneca, donde la sangre se vierte sobre la palabra salpicándonos, al contrario, la poeta pone en juego todos los recursos retóricos, en especial la elipsis o la sinécdoque, para evitar la repugnancia que algunas muertes pueden provocar. Es imprescindible la colaboración del lector, como si de un puzzle incompleto se tratase, para dar la medida exacta y la dimensión de las impactantes imágenes que la sutileza y la exquisitez de la escritura esbozan:
La peonía murió aplastada
entre dos camiones.
Era yo.
La multiforme muerte, de la que nadie puede escapar, abarca todas las edades y géneros en un sinfín de posibilidades entrelazándose junto a un yo lírico escindido en víctimas, asesinos y espectadores:
Dejé el torso un poco más de tiempo
separado de sus extremidades.
Lo lamieron los perros abandonados.
Después eché a correr
a cualquier velocidad.
Infinita será la muerte mientras haya vivos, por eso son estos versos a penas una pausa en ese infinito continuo. La muerte se modela en los cuerpos sin vida, porque Nada nos hace más visibles que la muerte, a la vez que, desde esa perspectiva, los muertos también contemplan la vida de la que ya no forman parte:
Nuestra altura es bajísima,
Las autopsias desvisten a los vivos.
Cuerpos que arden, que se mutilan, que chocan contra el suelo, que se arrojan, que se ahorcan, que se asfixian, que se envenenan, enferman o acuchillan… Cuerpos a los que el cómo, el cuándo, a veces quién o el dónde, espacios públicos y privados, la muerte les concede el privilegio de una anónima inmortalidad en estos versos.
La mirada poética de Angélica Liddell transforma a la deshumanizadora muerte, y sus formas de hacerse presente, en un acto de justicia al denunciar la brutalidad de algunas de ellas, en especial, las que aluden a asesinatos de niños:
Al niño le bastan cinco años
para adentrarse en el bosque
y no volver a aparecer.
(No es el que tiene los calzoncillos
metidos en la garganta, es otro niño).
Rezuman estos versos las acciones más siniestras y espeluznantes, dando luz a esas zonas oscuras del ser humano. Tampoco escapan a su crítica los asesinatos machistas, feminicidios que han acabado en este 2023 hasta fecha actual con la vida de más de 55 mujeres:
Hay flores sobre la acera.
Sí. Ahí la mató a machetazos.
Ya nadie cree que Dios nos vigila.
Cuestionando tanto a los contextos familiares que enmascaran y minimizan este tipo de violencia bajo la premisa del “amor” (edulcorado y romántico), que se supone salvaguarda, como a las instituciones, cuyos fallos dejan a las víctimas al albur de sus asesinos. Por ello, en ocasiones, son ellas, estas víctimas las que ansían la muerte de sus verdugos, traduciendo su presencia a una acción liberadora que les permitirá de nuevo encontrar la paz y la libertad:
Veo que se ha cortado el tráfico
a causa de la muerte de un peatón.
Allí, por donde vives, muy cerca.
¿Serás tú? ¿Serás tú?
Ojalá consiga yo al fin descansar.
En otras, las mujeres son abusadas sexualmente y asesinadas: Bajo la falda unas bragas a modo de sudario / ¿Por qué se las volviste a poner?
Como buena dramaturga, Angélica Liddell sabe delinear el ritmo de la tensión en la lectura y llevarnos a pausas cargadas de ironía trágica insinuándote una sonrisa:
Sería gótico matar a tu familia
y salvar a uno de entre cinco.
Elegir entre madre y padre,
entre hermano y gemelas.
Otra vez consejo de administración.
O
Rebeldía será
ir pensando en estrellarse
contra una señal de tráfico.
Conduciéndonos con lentitud a esa catarsis más propia de la tragedia griega, y difícilmente hallable en lo poético, donde a través de un cuerpo transido de muerte el lector se enfrenta a sí mismo como ser humano, en tanto víctima, asesino o espectador. Porque al despojar a la muerte del temor y la incógnita mística, del dolor y el sufrimiento que la rodea, al desvestirla de todo ello y dejar desnuda la acción violenta que estos asesinatos o suicidios manifiestan, Angélica Liddell nos precipita hacia nuestro lado más oscuro, el que nos devuelve nuestra animalidad capaz de la mayor atrocidad y dota a la muerte de un cuerpo en el que ser y existir.
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Autora: Angélica Liddell. Título: Los barcos hundidos que te visitan. Editorial: La Uña Rota. Venta: Todos tus libros.
Ay, Patricia Crespo, me hiciste estremecer antes de leer el libro de Angélica. Gracias por tu crítica literaria.
Bastante interesante. Definitivamente me dieron ganas de leerlo.