Quienes crean que la crítica literaria en México es dócil, tibia o servil a los intereses editoriales se equivocan. Es escasa, eso sí, pero sólida y certera; inquebrantable y enjundiosa; inteligente y sin complejos cuando se trata de poner negro sobre blanco las debilidades de la literatura que ahí se edita… Ya se pueden hacer campañas, otorgar premios, organizar cenas, grandes promociones y presentaciones estelares, que si una obra cojea, no hay marketing que la proteja del análisis de alguno de los críticos que ejercen este oficio sin más horizonte que ofrecer al lector un punto de vista razonado, honesto y sin pelos en la lengua. Esto, por desgracia, no quiere decir que en México los medios de comunicación sean el azote de la mala literatura, ni mucho menos. La crítica literaria, la verdadera crítica literaria, cabe decir, cada vez existe menos en México.
Una crítica sin concesiones
Como el de ese crítico que semana a semana, “a fuego lento”, cuece en uno de los suplementos semanales supervivientes estupendos comentarios en los que, si hay que hacerlo, no deja títere con cabeza. Cómo no arquear la ceja al leer el siguiente despacho sobre la obra de un autor cuya carrera literaria, que mantiene con el mismo vigor que su carrera en la administración pública mexicana, ha cosechado toda clase de loas y premios, hasta que se dice de él: “Después de las lecciones de física nuclear de En busca de Klingsor, después de las arengas parroquiales que acompañan al fracaso de las utopías revolucionarias de El fin de la locura, después de ofrecer una versión Gerber [potito para bebés] del siglo XX en No será la Tierra, de reducir la teoría jungiana del inconsciente a un asunto para las revistas del corazón en La tejedora de sombras y de sonrojarse ante las trapacerías de los chacales del mundo financiero en Memorial del engaño, después de Grandes Propósitos, Jorge Volpi ha reparado en la existencia de México”.
El presidente no tiene quien le lea
Dicen los que están cerca que si bien el presidente mexicano Enrique Peña Nieto no es afecto a la lectura —ya cuando era candidato, mientras paseaba por una feria del libro confundió un título de Enrique Krauze con uno de Carlos Fuentes y fue incapaz de citar sus libros favoritos, así que solo pudo mencionar la Biblia—, la semana pasada prácticamente no despachó ningún asunto y se encerró en su estudio para concentrarse en la lectura de las 400 páginas del libro de Michael Wolff Fuego y furia. En las entrañas de la Casa Blanca de Trump —que se está vendiendo como churros en todo el país—, para estar mejor informado sobre el presidente americano de cara a la vista de Estado que la cancillería mexicana había anunciado para los próximos días. Tanta información sobre la torpeza de Trump, de quien el autor estadounidense dice con absoluta claridad que es tonto, no le sirvió sin embargo al ejecutivo azteca, que acabó discutiendo con mister Trump por el tema del muro. Y según ha trascendido este fin de semana, la visita se ha cancelado. Claro, en el entorno del mexicano lamentan que, para una vez que lee, a Peña Nieto no le haya servido de nada.
La Ciudad de México —antes DF, hoy CDMX— acaba de poner manteles largos a sus escritores, con la celebración de la legendaria Feria Internacional del Libro de Minería, que llega a su trigésimo novena edición, organizada por la UNAM. Hasta el 5 de marzo, 1.300 actividades entre conferencias, presentaciones, conciertos, lecturas, recitales, talleres, mesas redondas, proyecciones y firmas de libros, muy a la mexicana, que en este tipo de eventos, felizmente, son los jóvenes quienes abarrotan las instalaciones. Y es que los mexicanos, a pesar de los pesares, tienen hambre de lecturas y libros.
La Transa
En México existe una palabra especial para referirse a la acción de obtener favores de forma subrepticia: transar. Así, un policía o un político corrupto es un transa; alguien que soborna está transando; y toda clase de acuerdos, trapicheos y negocios en la sombra son susceptibles de ser una transa. En los mentideros del mundillo literario mexicano muchos se preguntan qué ha podido ocurrir para que un alto directivo de un gran consorcio editorial, antes director de la edición española de una revista mexicana ultraliberal, reciba una de las becas de creación literaria —1900 euracos al mes durante un año, con la posibilidad de extenderse a tres— que concede de forma anual la Secretaría de Cultura de México a quienes solicitan apoyo económico para sacar adelante sus proyectos literarios y poder dedicarles todo su tiempo. Ya me lo había advertido nada menos que un miembro del Consejo Directivo del Sistema Nacional de Creadores de Arte, la máxima instancia del organismo estatal que concede esas becas: es un club de Tobi, un club de amigos. ¿Habrá sido una transa?
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