Enero se hace cuesta arriba y se hace bola para millones de personas. Es el tópico del que ya casi ni se habla, porque todo el año es cuesta, como en tiempos de Larra era carnaval. Pero la cuesta más glamurosa está en Suiza, a 1.560 metros sobre el nivel del mar. Davos es cada enero la pasarela en la que se abanican las estrellas de la política y las finanzas. Por aquella alfombra blanca desfilan los mandamases, de Trump a Sánchez, y los influyentes, los que juegan con nuestros dineros y nuestros imperfectos futuros. Para ellos, todas las cuestas son hacia abajo. Ahora bien, para los tocados por la pasión libresca, el nombre de Davos va unido a un escritor que es uno de los grandes mandarines literarios del siglo XX. Se llama Thomas Mann y la más célebre de sus novelas discurre en esa montaña mágica alpina que desde 1971 acoge el foro del capitalismo desacomplejado.
Thomas Mann es uno de los más señeros representantes de la nobleza literaria de antaño. El mago, como le llamaban sus allegados y como figura en el título de la novela de Tóibín, no es un personaje de una pieza, sino todo lo contrario: un rompecabezas humano que Tóibín se propone completar. Su destreza como escritor queda de manifiesto desde que era muy joven, y su vida es un laberinto sentimental, un armario con dobles fondos y cajones secretos. Si algo buscó y logró fue una existencia burguesa, convencional y respetable. Se casó con Katia, la hija pequeña de una de las familias judías más ricas y cultas de Múnich. Una mujer fascinante, al decir de quienes la conocieron, con la que tuvo seis hijos. El matrimonio tenía un pacto no escrito: Thomas sería discreto y no haría nada que comprometiera la felicidad doméstica y Katia sería comprensiva con la naturaleza de su marido, siempre que este fuera reservado. La naturaleza de Mann, aunque cumpliera sobradamente con el débito conyugal, se desbordaba por otro cauce, el del amor homosexual. Los muchachos fueron su pasión inequívoca y mantenida, y aunque tuvo aventuras episódicas, fueron los amores platónicos, vividos con intensidad morbosa y en soledad a menudo dolorosa, los que completaron su currículo de amante homosexual.
Si un adjetivo puede aplicarse a Thomas Mann, a tenor de la biografía novelada que comentamos, es el de temeroso. No es el valor una nota característica de su personalidad, ni en lo que hace a sus inclinaciones sexuales, ni tampoco en el desarrollo de sus actividades públicas. Escurre el bulto de continuo ante los turbulentos tiempos que vive Alemania en los años 20 y 30 del siglo pasado. En la Primera Guerra Mundial es un nacionalista alemán radical, pero fue cambiando su posición política. Él es un escritor muy bien pagado, que cobra en dólares y no sufre la locura inflacionaria que arruina a millones de sus paisanos. Cuando algún tiempo después de obtener el premio Nobel, Hitler consigue seis millones y medio de votos, Mann aún pensaba que el nazismo se disolvería con la misma facilidad con que había surgido. No se exilió hasta 1933, cuando los nazis lo despojaron de la ciudadanía y le retiraron los honores académicos, aun así, fue muy tibio y hasta que en 1938 no llegó a Estados Unidos no criticó de manera rotunda y sin concesiones el régimen de Hitler. Se sentía distante de otros escritores alemanes como Stefan Zweig, Brecht o Walter Benjamín, inequívocamente comprometidos en la lucha contra el nazismo. “Quieren crear un mundo nuevo y a mí me gustaba bastante el viejo, así que les seré de poca utilidad”, comentaba a quienes le animaban a aproximarse a sus colegas.
Como escritor, Mann alcanzó las más altas cumbres, fue una figura respetada por los lectores y tratada fervorosamente por el mundo académico y editorial. En la vida del autor de La montaña mágica o Muerte en Venecia la tragedia es una constante. Dos de sus hermanas se suicidaron y también sus hijos Klaus y Michael, mientras que Monika sufría profundas crisis psicológicas. Tres de sus hijos fueron escritores, muy brillante Klaus. Y también lo fue su hermano Heinrich, con el que tuvo una relación complicada. La de los Mann es una familia de escritores natos empequeñecidos todos por un gigante, Thomas.
El gigante literario tenía los pies humanos de barro. Cuando se vio obligado a huir apresuradamente de Alemania pasó un tiempo aterrorizado ante la posibilidad de que sus diarios cayeran en manos de los nazis. En esos diarios íntimos Mann reflejaba, entre otras cosas, sus devaneos y ensoñaciones homosexuales y sentía pánico ante la posibilidad de que cayeran en manos de los colaboradores de Hitler y estos los publicaran dejando así de manifiesto la mentira sobre la que se asentaba su vida. Debilidades humanas aparte, la obra de Thomas Mann es una cima mágica y deslumbrante desde la que se otea un mundo tormentoso y con frecuencia trágico, un siglo sombrío y brumoso.
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