Es difícil reconocer que nos hemos equivocado. Siempre es mejor echar la culpa de nuestros errores a los demás, al entorno, a la genética, a la sociedad, a nuestra educación, a un señor gordo con pajarita que pasaba por la calle en el preciso momento en el cual cometimos nuestro gran fallo. Asumir la responsabilidad de nuestros actos es una empresa mayúscula que no siempre estamos dispuestos a llevar a cabo. Sin embargo, desintoxicar nuestros pensamientos puede ser terapéutico. Una liberación. En cierto modo, esa es la finalidad de una biografía: mostrarnos desnudos ante el espejo de la verdad. Ese debería haber sido el propósito del Príncipe Harry cuando decidió poner en marcha el manuscrito sobre su vida que se ha convertido en un best seller planetario, En la sombra (Plaza & Janés, 2023). Pero la herida estaba demasiado reciente, seguía supurando y había cuentas que saldar. Su salida de la monarquía británica tenía un precio que él no estaba dispuesto a pagar en solitario, y que ha querido compartir con su familia, con la parte con la que tiene lazos de sangre y también con la de los nuevos miembros de los Windsor. Lo que podía haber sido una obra de maduración personal se convierte en una revancha repleta de inquina —que al fin y al cabo es lo que esperábamos la mayoría de sus lectores y lo que querían los dueños de los tabloides británicos—, sobre todo, en los capítulos dedicados a Camila, la reina consorte, la esposa de su padre, a la que se refiere como la “Otra mujer” y que desde el principio de la obra se convierte en la gran villana; en contraposición con el trato recibido por Carlos III, el gran ganador de esta venganza literaria gracias a una escueta frase que repite, como un mantra, a lo largo de la obra cuando se dirige a Harry: “Mi querido hijo“. Pero, ¿quién somos nosotros para juzgar a nadie? ¿Cómo hubiésemos reaccionado en su situación? Pongámonos en su pellejo: desde el momento de nuestro nacimiento somos una sombra, un actor secundario, el repuesto, el plan B, concebido como la alternativa a un posible desastre. ¿Qué tipo de memorias hubiésemos escrito?
El príncipe Harry era un personaje en busca de autor que lo encontró a golpe de talonario, “J.R.” Moehringer —premio Pulitzer y autor de una de las grandes biografías de las últimas décadas, Open (2014), las memorias del tenista Andrea Agassi—. El duque de Sussex necesitaba un escritor fantasma y se buscó al mejor. Un narrador, especializado en historias de traumas infantiles y en contar la transformación del niño en hombre, con el que no iba a tener una lucha de egos. A Moehringer no le gusta aparecer siquiera en las portadas de sus obras, no lo hizo en la obra del campeón norteamericano, tampoco en la dedicada al fundador de Nike —Phil Knight—, Nunca pares (2018), y aquí también ha evitado compartir protagonismo con el hijo de Lady Di. La pluma del autor de El bar de las grandes esperanzas (2005) construye una obra notable que leemos con avidez, a pesar de carecer desde la primera página del libro de la que debería haber sido la esencia del relato, la honestidad, porque el Príncipe Harry no busca redención, sino venganza; no quiere mostrar sus pecados, sino disculparlos; nunca pretendió escribir una biografía, sino una hagiografía. Pero esta falta de humildad no exime a Spare —título original en inglés— de su gran interés —literario e histórico— de ser un texto revelador que nos ayuda —ya lo había hecho la serie de Netflix The Crown— a comprender en su contexto a una de las dinastías más relevantes de la historia reciente de Europa, los Windsor —la antigua Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha—. Y lo hacemos, sobre todo, cuando el Príncipe Harry desvela el gran truco de esta monarquía: la distancia que crean con el resto de las personas, para generar una línea de división y protección entre ellos y el resto de los mortales. Pero entre ellos mismos también hay esa distancia, física y emocional. Nada de besos, ni abrazos: mostrar los sentimientos está prohibido y penalizado. No es que no los tengan, es que deben saber controlarlos para diferenciarse del resto de la humanidad. De entre todas las anécdotas del libro hay una que desvela la crueldad que se deriva de su obsesión por conseguir esa distancia. Isabel II estuvo varios meses de viaje en el extranjero, cuando regresó a palacio después de tanto tiempo sin ver a su hijo Carlos, que tenía en ese momento cinco años, en lugar de abrazarlo y comérselo a besos, le saludó estrechándole la mano con firmeza.
En la sombra tiene otro gran protagonista, la madre de Harry, Lady Di. Este es un libro escrito para cerrar una herida. Un tajo abierto provocado por la muerte de su madre, que en lugar de cicatrizar se volvió gangrena. Su fantasma sigue acompañando a Harry. Porque como le ocurrió a ella, él tampoco ha sabido, ni ha querido, formar parte de ese teatro: ha roto en mil pedazos la hoja en la cual estaba escrito su destino. Y esto último es valiente, pero a la hora de explicarlo —como humano que es, pese a los títulos nobiliarios y la supuesta sangre azul— le ha faltado autocrítica y le ha sobrado ego. En manos de otro escribano, esos mimbres se habrían quebrado en el primer capítulo, en las del gran Moehringer se entrelazan musicalmente para generar una obra de lo más entretenida y emocionante, con la excepción de la excesivamente larga narración de las peripecias militares del protagonista. Nadie se salva de ser juzgado, ni siquiera William —”Mi amado hermano, mi archienemigo“—, con el que mantiene una relación cercana a la que tuvieron Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra. El príncipe Harry no reconoce sus errores porque a nosotros tampoco nos gusta hacerlo. Al final, cuando no queremos asumir que el culpable somos nosotros mismos, buscamos fuera y señalamos al que está más cerca con el dedo. Paul Mcartney, cuando The Beatles se fueron al garete, lo tuvo claro: la culpa de todo la tiene Yoko Ono.
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Autor: Príncipe Harry. Título: En la sombra. Editorial: Plaza & Janés. Venta: Todostuslibros
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Yo no se si la culpa la tiene Yoko-Ono pero toda esta historieta que no deberìa interesar a nadie y que para ninguna cosa es determinante, es un des-ko-jono.