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La cultura en tiempos de Claudia Sheinbaum

La cultura en tiempos de Claudia Sheinbaum

Ya es una voz clara y firme la que clama respeto, atención y estímulo por la cultura y sus instituciones en México. Esa voz no tiene un color político determinado y está conformada por personalidades de todo tipo entre escritores, pintores, músicos, gente del cine y las artes escénicas, académicos, investigadores, trabajadores o estudiantes. La última evidencia del maltrato que recibe, y pone de manifiesto la forma en que la conciben quienes dirigen la política cultural del Estado mexicano, es el cese fulminante el pasado mes de enero del periodista Javier Aranda Luna, quien dirigía en el Canal 22 de Televisión de la Ciudad de México el programa Debate 22 y había fungido como jefe de noticias de dicha emisora televisiva. Su cese, que va acompañado del de todos sus colaboradores, en un canal cuya vocación y cometido desde su creación en 1993 es cien por ciento cultural, se debió, según le dijo el propio Aranda Luna a Elena Poniatowska, a que no compartió la política editorial de la nueva dirección, encabezada por el economista Alonso Millán. No le gustó la escasa cobertura de la muerte de Silvia Pinal, la actriz que escogió Luis Buñuel para protagonizar Viridiana, aseguró; tampoco le gustó que a la directiva del 22 no le pareciera relevante iniciar su noticiero con la nota del Premio Cervantes 2024 a Álvaro Pombo, o con darle una mínima y rascuache cobertura a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, por ser “espacio de ultraconservadores”; tampoco estuvo de acuerdo en llevar todos los días insertos de la conferencia de prensa “mañanera” de la presidenta Claudia Sheinbaum que no fueran de cultura, y rehusó convertirse en la oficina de prensa de la Secretaría de Cultura cubriendo la totalidad de sus actividades como si esa fuera toda la cultura que se hace en México, teniendo que dejar de informar, por ejemplo, sobre exposiciones plásticas solo porque eran organizadas por museos privados. Aranda relató haber sido despedido por el área burocrática del canal, es decir, por la responsable jurídica y el administrador; pero el periodista tiene claro que la orden provino de Claudia Stella Curiel de Icaza, titular de la Secretaría de Cultura, de quien son conocidas sus dotes en el manejo del sector porque ya lo zarandeó cuando estuvo al frente del área cultural del Gobierno de la Ciudad de México. Como señala el escritor Fernando Solana Olivares, uno de los fundadores del Canal 22, resulta “desalentador y escalofriante conocer las razones del despido del experimentado periodista cultural”. Según relata la periodista Adriana Malvido, citada por Solana Olivares, ya el nuevo director del canal le había advertido a Aranda Luna del talante que asumiría la emisora: “Yo, cero, nada con los libros […]. A nosotros la cultura con C mayúscula no nos importa. Ya ha sido demasiado” (¡!). Solana Olivares menciona que también en el Instituto Mexicano de la Radio le han hecho lo mismo al maestro Sergio Vela y su programa dominical La ópera en el tiempo, luego de 16 años al aire, y que saldrán de su parrilla los programas Letras y voces de la Academia de la Lengua, conducido por Adolfo Castañón y Sergio Bustos, y Quién es quién en la música, de Fernando Álvarez del Castillo. Es obvio que debemos ir más allá de los nombres propios, pues si bien todos somos prescindibles, hay algo que asoma por debajo y que huele muy mal, y es la maniobra que Solana Olivares califica con acierto de “inconsecuente confiscación de los medios públicos” para convertirlos en “cajas de resonancia propagandística y no en instrumentos de pensamiento reflexivo y objetividad informativa”. “Era de esperarse que la llegada a la presidencia de una universitaria que se supone ilustrada, con formación científica y cosmopolita, estableciera un modelo de comunicación cultivado y democrático. Pero las anteojeras ideológicas y antintelectuales de la 4T (la así llamada Cuarta Transformación, proyecto ideológico regidor de este y el anterior Gobierno de México) parecen irse fanatizando en un odio a la inteligencia y a la cultura de visos totalitarios. ¿Lo sabrá Claudia Sheinbaum?”, se pregunta Solana Olivares, cuestión pertinente que la presidenta debería responder muy pronto, pues la situación se ha tornado insoportable para el medio cultural mexicano, cuyos creadores están hasta la coronilla del maltrato y desprecio que llevan años aguantando y que fue seña de identidad del otrora presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Hasta cuándo?

LUGARES IMAGINARIOS DE MÉXICO

"Lemus admite que aunque son imaginarios, todos esos territorios han sido fundados y existen en la sensibilidad y la memoria de los lectores"

Hurgar en espacios ficticios, ciudades utópicas y distópicas, pueblos fantasmas, rancherías, ejidos que fueron fundados en alguna novela o cuento y que sin ocupar un punto preciso de la geografía física son parte fundamental de la imaginación cultural mexicana y de la experiencia de multitud de lectores, es uno de los pilares del libro Atlas de (otro) México (Debate), del ensayista y narrador Rafael Lemus, quien atina a explorar esos lugares inventados por la literatura y pone en relación a diez autores y diez obras que si bien no tienen mucho en común, más que ciertas conexiones espaciales, le permite crear un archivo singular cuyo recorrido comienza con una isla feliz, Saucheofú, propuesta en la novela fundacional de la literatura mexicana, El periquillo sarniento, de Joaquín Fernández de Lizardi, y termina con la violencia desalmada que evoca dos siglos después La Matosa, el lugar imaginado por Fernanda Melchor en su novela Temporada de huracanes, pasando por la Comala de Juan Rulfo, el Ixtepec de Elena Garro, el Plan de Abajo de Jorge Ibargüengoitia o la Santa Teresa de Roberto Bolaño. Lemus admite que aunque son imaginarios, todos esos territorios han sido fundados y existen en la sensibilidad y la memoria de los lectores, por lo que representan de alguna forma una manera de seguir pensando el país y la literatura mexicana desde un sesgo distinto que implica una perspectiva espacial. Por otra parte, refutan la idea de que la literatura mexicana sea costumbrista o demasiado realista y, sobre todo, permiten al lector perderse de nuevo en esos lugares para explorar desde otras perspectivas sus rincones, sus conflictos y relaciones sociales, sus miedos y deseos colectivos, y son, como sostiene Lemus, una especie de laboratorios para repensarnos.

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Arturo
Arturo
1 mes hace

Mi estimado Carlos:
El nacional populismo encabalgo en sus primeros seis años a la superstición por encima de la ciencia. Hoy continúan haciéndolo (y haciéndola, con “A”) y la única cultura que conciben es el culto a la personalidad de su Ayatola.
Vaya y valga un apunte al pie de tu comentario: a pesar de haber trascendido a la realidad desde la ficción, Comala, Ixtepec y La Matosa son lugares realmente existentes en los estados de Colima, Oaxaca y Veracruz, respectivamente. Y curiosamente, como diría un ex amigo cuando algo escapaba de una posible explicación, los tres lugares de a deveras resultan más raros que los imaginados.
Saludos afectuosos.

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