A las buenas, querido criminal.
La rueda no debe detenerse nunca, así que no pienso perder espacio en esta ocasión, pues el crimen sin resolver que voy a tratar hoy es tan conocido que merece ser mimado y contado con el máximo respeto posible. Sin más, paso a hablarte de un asesinato que conmocionó a una sociedad y que pasó a los anales de la historia como uno de los más conocidos que quedaron sin resolver.
Ya verás como no estoy exagerando.
Hoy toca hablar de la Dalia Negra.
Tocar este tema es algo peligroso porque se ha escrito tanto, se ha publicado tanto y se ha filmado tanto acerca de este asesinato que es muy fácil caer en el sensacionalismo y, sobre todo, que como pasa con todas las historias, a veces se infla tanto que uno ya no sabe distinguir realidad de ficción. Bien, quiero advertirte que voy a tratar de ser lo más objetivo posible y, si en algún momento sientes que no lo soy, te pido perdón por anticipado.
Detrás de este sobrenombre se esconde el nombre y apellido de una mujer. Más en concreto el de Elizabeth Short. Elizabeth nació en Hyde Park, Boston, Massachussets, un 29 de julio del año 1924. Sus padres se llamaban Cleo Short y Phoebe Mae Sawyer. Su padre trabajaba como constructor de campos de golf. Le iba medianamente bien, pero hubo un acontecimiento que hizo que se sumiera en una profunda depresión y cuyo resultado fue que acabara abandonando su familia en el año 1929: la Gran Depresión de ese mismo año.
Su madre intentó llevarlo como pudo y se echó a sus cinco hijas sobre la espalda. Decidió que, a pesar de la adversidad, a ellas no les faltaría de nada. Para ello buscó varios trabajos que la mantenían ocupada la mayor parte del día. No podía hacerse cargo de la educación de las pequeñas pero, al menos, tendrían algo que echarse a la boca siempre. A pesar de sus esfuerzos apenas conseguía lo suficiente para sobrevivir, pero al menos tuvo la suerte de contar con una paga que les otorgó la asistencia pública y que suavizó algo la situación. El padre de Elizabeth, arrepentido, trató de volver años después, pero Phoebe no estaba dispuesta a concederle su perdón después de un acto tan cobarde. A los problemas económicos se les unieron algunos problemas de salud que sufría la propia Elizabeth, que aunque no eran demasiado graves (asma), llevaron a la familia a constantes cambios de residencia en busca de una en la que la pequeña tuviera menos problemas respiratorios.
Los años pasaron y la afición de la niña por el cine era más que evidente. A pesar de no disponer de un gran capital para su día a día, su madre le permitía ir siempre que quisiera a una sala a ver una película. Esto despertó en ella una curiosidad que se fue desarrollando más y más con el paso de los años. Sus primeros pinitos como actriz los hizo en familia. Elizabeth era una niña bastante bonita, y su desparpajo a la hora de actuar le llevó a que los suyos la animaran a seguir esa senda. Decían de ella que tenía una desenvoltura en su manera de actuar impropia de una niña de su edad.
Querer cumplir sus sueños la llevó a tomar una drástica decisión: debía mudarse, pues allí donde vivía no tendría muchas posibilidades. ¿Y dónde podría establecerse? La mejor opción, sin duda, era California. Y hacerlo era tan fácil como difícil para ella. Lo primero, porque su padre vivía allí. Lo segundo, porque la idea de vivir con una persona que la había abandonado no entraba dentro de sus preferencias. Pero hizo de tripas corazón y se mudó, causando una gran pena en su madre (aunque ella siempre dijo que quería lo mejor para su hija y hubiera aceptado mil y una veces, a pesar del desenlace).
Una vez en California los problemas con su padre comenzaron. Las discusiones eran constantes. Él no paraba de recriminarle que era una vaga, y ella, en cambio, le echaba en cara que se hubiera marchado dejándolos tirados. Además de por la pereza, el señor Short también la criticaba por sus constantes y fugaces noviazgos con jóvenes (según él) poco fiables. Elizabeth aguantó lo que pudo en casa de su padre, pero llegó un día en el que no pudo más, hizo las maletas y se marchó de allí. Lo malo era que ahora tenía que ganarse la vida para conseguir un hogar. Así que no le quedó más remedio que buscar un trabajo para ello. Comenzó a trabajar como cajera.
Las malas lenguas, como siempre, comenzaron a hacer de las suyas y por su alrededor comenzó a extenderse el bulo de que era una chica fácil, pero ya estaba ella para demostrar que eso no era así y que de verdad estaba buscando un amor verdadero. Uno de sus sueños era el de encontrar a alguien con quien completarse y llegar hasta el altar. Con esas pretensiones comenzó una relación con un piloto llamado Gordon Flicking. La relación iba viento en popa, se llegaron a hacer incluso planes de boda, pero la cosa no prosperó y a última hora el barco no llegó a su puerto.
Harta de trabajar como cajera, le surgió una oportunidad de ser modelo y no la desaprovechó. Ella pensaba que, aunque alejado de sus verdaderas aspiraciones, al menos se parecía algo más a lo que ella quería ser, así que decidió ir a por ello. La cosa no es que le fuera mal, pero ella, ya dentro del mundo, se dio cuenta de que nada tenía que ver con su sueño y lo acabó dejando también. Su característica alegría se tornó en pena cuando un chico con el que salía y con el que guardaba grandes esperanzas de ser feliz murió durante un viaje a la India. Aquí dicen muchos que perdió algo el norte y que comenzó a dar tumbos de un lado para otro. Incluso intentó volver con Flicking, pero no pudo ser.
Supongo que contarte que Elizabeth tenía una vida más o menos normal está muy bien, pero está claro que aquí hemos venido a otra cosa, así que voy a pasar a ello.
El brutal asesinato por el que pasó a la historia ocurrió en enero del año 1947.
Una señora de nombre Betty Bersinger paseaba con su hija de tan solo tres años. Lo hacía bajo una mañana algo encapotada en el barrio de Crenshaw. Su meta era una tienda de reparación de calzado. Cuando pasaba por una zona repleta de hierbajos y algún que otro escombro, la niña señaló hacia un punto concreto. Betty sintió curiosidad por lo que la niña indicaba y miró hacia allá. Lo que vio era blanquecino. Su primera impresión fue que se trataba de un maniquí partido en dos mitades. No era de extrañar que estuviera ahí tirado porque, como te he contado, la zona estaba algo descuidada. Por un momento decidió pasar de aquello, pero algo la empujó a acercarse y, cuando lo hizo, la que se puso más blanca que el supuesto maniquí fue ella.
El grito que pegó a continuación fue escuchado en varias manzanas. Rápida, tapó los ojos de su pequeña y salió corriendo del lugar, pero la voz de alarma ya estaba dada, ya que muchos que pasaban alrededor sintieron curiosidad por saber el origen del alarido. Cuando se acercaron comprobaron el horror frente a sus ojos.
Como ya estaba claro, el maniquí no era tal. El cuerpo de una chica, seccionado en dos mitades, los esperaba allí. Se dijo que las piernas de la chica estaban colocadas en una posición un tanto obscena, pero quizá no era esto lo que más llamaba la atención. Era, sin duda, el ensañamiento que el asesino o asesina había tenido con la mitad superior. Sus pechos presentaban laceraciones, se podían ver quemaduras de cigarro también en la zona. También habían sido extraídos varios órganos de su cuerpo. Si esto ya de por sí no era lo suficientemente macabro, también se comprobó que el cuerpo había sido desangrado por completo en otro lugar antes de dejarlo ahí, ya que no había ni una gota de sangre en su interior. Otra de las peculiaridades fue que Elizabeth (que todavía no se sabía que era ella) tenía un tatuaje en el muslo izquierdo. Pues bien, el asesino había cortado la zona y quitado la piel del tatuaje. La introdujo dentro de su vagina. Para más inri todavía, el cadáver había sido lavado y hasta se le había tintado el pelo post mortem con tonos rojizos.
Desde luego que deja muy mal cuerpo leer todo lo que hizo.
La situación era grotesca, desde luego, pero a la policía le preocupaban claramente dos factores: uno, que se hubiera ensañado tanto con el cuerpo. El nivel de sadismo que se encontró en este asesinato era máximo, lo que les hacía imposible pensar quién podría sentir tanta rabia en su interior como para cometer un acto así; dos, que los cortes tuvieran una precisión quirúrgica asombrosa. Desde luego, el asesino sabía perfectamente qué hacía y cómo lo hacía, lo que lo transformaba en alguien más peligroso si cabía.
Su prioridad fue identificar el cadáver, claro estaba. Con esto tuvieron suerte, pues enviaron una búsqueda con sus huellas dactilares en la base de datos policial de California. Elizabeth había sido detenida siendo menor de edad por una tontería, pero gracias a esto tenían sus huellas, por lo que la policía pudo ponerle nombre y apellidos a la chica. Ya era algo.
El problema vino justo después, cuando se produjo una filtración desde la policía hacia la prensa, y aquí comenzó a rodar una maquinaria bochornosa que llevó a que la noticia de la muerte de la muchacha se convirtiera en algo que hoy conoceríamos como «viral». Lo peor de todo fueron las prácticas empleadas por los periodistas para obtener información, como por ejemplo telefonear a la madre haciéndose pasar por policías para sacarles lo máximo sobre la vida de la muchacha.
Si te estás preguntando por qué se la conoció como la Dalia Negra, te lo cuento. Por aquel entonces había una película que se había hecho muy famosa titulada La Dalia Azul. Trataba sobre una joven que desaparecía y la hallaban muerta, tal y como le pasaba a Elizabeth (aunque bastante menos macabro, claro). Como ella siempre vestía de negro, pues se cambió el color en el apodo. No hay más.
El caso es que la prensa, como te contaba, empezó con un despliegue de difamaciones digno de los más bajos fondos y aseguró que la muchacha llevaba una vida de lujuria y placer cuyo desenlace no podía ser otro que el que tenían. Se decía de ella que era borracha, prostituta, lesbiana… Todo era poco para desprestigiar a una chica a la que habían asesinado tan brutalmente. Un poco como lo que se hace ahora: culpabilizar a la víctima, nunca al asesino.
La policía no pasó precisamente del caso. El despliegue que se montó (quizá también por lo mediático del caso) fue asombroso. Doscientos cincuenta agentes se movilizaron en busca de algo de información veraz que pudiera hacer que el asesino se enfrentara a la justicia, pero no hubo nada de suerte. Se encontraron en un callejón sin salida.
Quizá uno de los problemas más grandes a los que tuvieron que enfrentarse fue a la cantidad de impostores que llegaron afirmando ser los asesinos de Elizabeth. Te hablo de casi sesenta hombres y mujeres que al parecer buscaban su minuto de gloria, aunque fuera de un modo tan patético como el que te cuento. Sea como fuere, la policía siempre encontraba algo que demostraba que esas personas no habían sido. El verdadero culpable seguía suelto.
Como es normal, los investigadores manejaban sus propios nombres, pero en ninguno de los casos pudieron demostrar que esas personas estuvieran implicadas en el asesinato. Lo que cada vez tenían más claro era que podría tratarse de una persona con formación quirúrgica, debido a la precisión con la que estaban hechos los cortes que presentaba el cadáver. Pero con esto tampoco consiguieron nada en firme.
Una de las mayores curiosidades del caso vino cuando a los nueve días una persona envió un paquete a la redacción de un periódico afirmando ser el asesino de Elizabeth. Como prueba aportó documentación de la joven que él mismo le había sustraído. Lo que más hizo pensar a la policía que podría ser real que fuera el asesino fue que el paquete desprendía un fuerte olor a gasolina. Ellos pensaron que el asesino lo había impregnado de esto para borrar todo el rastro que hubiera dejado y no lo pudieran localizar. Después de esto se recibieron varias notas con mensajes escritos con letras recortadas de periódicos, en las que avisaba de que volvería a matar. Pero nada más se supo de crímenes similares por la zona, por lo que en cierto modo pudieron respirar aliviados.
El caso es que los años han pasado y desde entonces se han elaborado miles de teorías de quién pudo matar a Elizabeth y, sobre todo, por qué lo hizo, pero ninguna de ellas se sostiene por su propio peso. Hasta se ha llegado a decir que la muerte de la muchacha es el resultado de una película snuff. Sea como sea, su muerte sigue siendo un misterio, su asesino quedó libre y quién sabe si desde entonces no cometió algún acto más, algo que no sería tan disparatado debido a las condiciones en las que se encontró encontró el cuerpo de la chica.
Y hasta aquí todo, querido criminal mío. Espero que hayas disfrutado con la historia de Elizabeth Short y que esperes ansioso al próximo crimen sin resolver. Yo te prometo volver pronto. Mientras tanto me tienes en redes sociales. Solo busca mi nombre y apellidos.
Hasta entonces, sé malo.
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