Las obras de Hervé Tullet se sitúan en un punto intermedio entre los movimientos de renovación del libro como “lugar de encuentro o taller” (Bruno Munari), la reivindicación de la imaginación espontánea, intuitiva, de los niños, y el arte conceptual, el hermetismo lúdico, de finales de la segunda mitad del siglo XX (John Cage, Cy Twombly).
En el caso de La danza de las manos, se incide en la condición interpretativa del libro: el libro como partitura, como guía para la representación. Lo que se escenificará en este caso, con la solemnidad humorística de un director de orquesta (“Cierra los ojos y concéntrate… ¿Todo listo para empezar? Pon la mano… Comienza el espectáculo”) será un baile que ejecutarán las manos. El libro se convierte de este modo en un “pentagrama” libérrimo (sin líneas, el álbum es un libro de hojas en blanco manchadas con audacia con vibrante rojo, amarillo, azul celeste, azul cobalto…) en el que las indicaciones sobre los gestos —trazo, intensidad, repetición…— diseñan una coreografía construida sobre el placer de mover las manos.
Tullet es consciente de este instinto universal (manos menudas que dibujan expediciones o juegos sobre la mesa, sorteando los objetos o emulando gestas deportivas, manos que surcan el aire al cruzarlo en velocidad subidos a un automóvil o atracción de feria, manos que dirigen filarmónicas invisibles, acompañando el propio canto…) y lo lleva al tablero de su libro. Es un impulso ingenuo o elaborado (desde el bebé hasta la vis cómica del gran Chaplin haciendo danzar panecillos pinchados con tenedores), las manos de los seres humanos, liberadas por el proceso evolutivo e inquietas en el ocio, gustan de moverse y jugar. Este placer cinético es el origen y destino de La danza de las manos, el disfrute de seguir instrucciones componiendo patrones con espacios para la libertad (conforme avanza la ebriedad de la danza, la energía se desordena, las manos escapan de las órbitas del libro e interactúan con el exterior, permitiendo el juego libre del intérprete “lector”).
Éste es un libro que se lee con las manos y que invita a la memorización (de nuevo, una confluencia con el arte interpretativo: quien se aprenda la “coreografía” podrá “leer el libro” con mayor precisión, haciéndolo suyo, imprimiéndole el sello de “su estilo”). Se mencionó antes la palabra “espectáculo” y conviene volver a ella. El libro se ejecuta para el deleite propio y la mirada ajena, éste es un álbum que los niños “leerán” a los padres, quienes verán el vuelo de las manos saltando, reptando, sobrevolando las hojas como en un conjuro para, poco a poco, como en aquel número portentoso de otro gran creador experimentalista (Ramón Gómez de la Serna, con enorme guante monstruoso declamando ante las cámaras su pieza “El orador”) aterrizar suavemente en la superficie del libro, completando el juego de arrebato, fruto del ensayo y la improvisación.
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Autor: Hervé Tullet. Traductora: Esther Rubio Muñoz. Título: La danza de las manos. Editorial: Kókinos. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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