Al inicio de esta novela, Knut Hamsun (Lomnel Gudbrandsdal, 1859 – Grimstad, 1952) nos presenta a un personaje que representa buena parte de lo que queremos ser en ocasiones de crisis: aquel que hace de la soledad un beneficio buscado, aquel que la transforma en solitud. El cazador nórdico que vive en los bosques, en compañía de su fiel perro Esopo, tiene mucho de Robinson, pero también de Tarzán y, buscando paralelismos por todos lados, hasta de Henry David Thoreau: «Bueno, yo no mataba por matar, mataba para vivir. Ese día me hacía falta solo un urogallo, por eso no maté dos, sino que dejé el otro para el día siguiente. ¿Por qué iba a matar más? Yo vivía en el bosque, era hijo del bosque». Esa soledad se verá interrumpida, pero en su discurso querrá retornar a la calma que ella supone en cualquier situación: «Me alegro de estar solo, de que nadie pueda verme los ojos», dice más avanzada la obra. La naturaleza y la lealtad de su animal de compañía son garantes de equilibrio. Pero el equilibrio es algo que uno debe mantener, no viene solo.
Un día aparece en la vida de nuestro cazador la ternura y el deseo sexual. A partir de entonces, presa de la debilidad que no sabemos si debemos permitirnos, el protagonista balbucea vitalmente, duda sobre su propia identidad, como si no supiera si es ese cazador duro y autosuficiente o el ser que desea, el que se enamora. Él es un tipo de mediana edad, ella una joven de veinte años que aparenta quince y que, al igual que él pero en un terreno más social, no parece entregarse a nada ni a nadie, no parece tener cuentas que rendir. Y esta libertad aparente hace de ella un ser mucho más atractivo. ¿Será posible que seamos incapaces de reconciliar dos formas diferentes de belleza? Esa dificultad lleva al protagonista a convivir con otros humanos, momentos que aprovecha Hansum para crear un ambiente coral, una serie de encuentros con gente de mentalidad mundana que sustituyen a los ruidos y los silencios del bosque. A partir de entonces, el autor construye una novela que contiene la tensión de muchas obras clásicas del romanticismo, de todas aquellas que versan sobre los amores imposibles: «La segunda noche de hierro: el mismo silencio y el tiempo templado. Mi alma medita». Más adelante nos presenta actitudes propias de quien sufre mal de amores: «¿Por qué mirar tanto tiempo el fuego?».
Pan es una obra que nos muestra lo que supone que alguien te arranque de tu ecosistema. Lo grave es que la tragedia sucede porque somos débiles, si es que enamorarse, caer en un amor imposible, es una debilidad. En este caso, eso parece. Y, por tanto, lo que se anuncia todo el rato es tragedia. La novela comienza con belleza, mientras paseamos por el bosque, y se va internando en las circunvoluciones del alma cuando el alma no está tranquila. De hecho, nos dice que seremos capaces de los actos más terribles, pensando que son actos de amor, porque la confusión nos supera, dará buena cuenta de nosotros. La obra está repleta de simbolismos, desde los contrastes entre los medioambientes hasta las estaciones del año —se conocen y enamoran en primavera y la relación toca a su fin en otoño—, como sucede en buena parte de la literatura romántica. La editorial Nórdica continúa recuperando la obra del Premio Nobel Sueco que, confesó, sentía especial admiración por Dostoievski y, al igual que el ruso, le obsesionaba que el alma humana no fuera capaz de soportar los inevitables tormentos que supone querer y ser querido, aborrecer y ser aborrecido.
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Autor: Knut Hamsun. Título: Pan. Traducción: Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo. Editorial: Nórdica. Venta: Todos tus libros.
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