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La disidencia indispensable

La disidencia indispensable

Foto de portada: Polish History Museum. De izquierda a derecha. Marta Kubišová, Václav Havel, Adam Michnik, Jacek Kuroń, Antoni Macierewicz, Jan Lityński

En su libro más reciente, Elogio de la desobediencia (Ladera norte, 2024), Adam Michnik menciona una reunión secreta de disidentes polacos y checos. Fue en 1978. Varios jóvenes rebeldes, entre los que se contaban el propio Michnik y Václav Havel, burlaron a la policía y treparon la montaña más alta de la cordillera de los Sudetes, en la frontera entre sus dos países, para conocerse. Diez años antes los tanques soviéticos habían aplastado la Primavera de Praga. En Polonia el régimen comunista encarceló a Michnik varias veces. Havel fue condenado a cinco años de prisión poco después de esa reunión montañesa. Y faltaban doce largos años para que las dictaduras del socialismo real se desmoronaran. Sin embargo, los jóvenes que llegaron a la cumbre del Śnieżka en ese verano del 78 desbordaban entusiasmo y fe. Confiaban en que la libertad y la democracia triunfaría en sus países.

Ese triunfo llegó en 1989. El régimen comunista polaco fue derrotado en las urnas, Checoslovaquia vivió su Revolución de Terciopelo, el muro de Berlín fue demolido por el pueblo de la RDA. Todo fue aún más hermoso porque fue pacífico. Pero nada resultó exactamente como lo habían soñado aquellos jóvenes disidentes. Mirando atrás Michnik reflexiona: “Democracia no es igual a libertad. Democracia es una libertad dentro de las normas del derecho”. Para triunfar, aquellos idealistas de la montaña debieron bajar a los valles de la política democrática donde la libertad se paga con transacciones. Empezaba la laboriosa transición a la democracia que mezcla liberaciones con desilusiones.

"Aquellos fundamentalistas derechistas centroeuropeos me recordaron a nuestros maximalistas de extrema izquierda durante las transiciones española y chilena"

Michnik cuenta que al comienzo de la transición checoeslovaca el disidente Havel, transformado en Presidente, sentía que la democracia era “un cuento de hadas” realizado. Pero donde hay hadas también hay brujas y ogros. Algunos fundamentalistas de derecha exigían que los tiranos comunistas caídos y sus funcionarios fueran castigados con dureza. En Polonia iban más lejos: querían que a todos los militantes comunistas se les prohibiera participar en la vida pública. Sin embargo, el pacto de esas transiciones contemplaba una “amnistía sin amnesia”. Pronto, los fundamentalistas enfurecidos atacaron también a los disidentes por haber negociado con los tiranos las “soluciones de compromiso” que posibilitaron esas democracias. Los llamaron tibios o traidores por el pecado de acordar una transición pacífica en vez de desatar una revolución sangrienta.

Leyendo estos ensayos de Michnik experimenté un déjà vu. Aquellos fundamentalistas derechistas centroeuropeos me recordaron a nuestros maximalistas de extrema izquierda durante las transiciones española y chilena. Ese déjà vu se convirtió en escalofrío cuando advertí que tal semejanza perdura hasta hoy encarnada, por ejemplo, en los podemitas españoles o en los frenteamplistas chilenos. Es el eterno retorno de la intolerancia. Retorna la furibunda impaciencia ante las lentitudes y negociaciones inevitables en una democracia. Regresa, si es que alguna vez se fue, el repudio de las transiciones políticas fundadoras de esas democracias. Vuelven tan campantes las ínfulas de superioridad moral.

Michnik recuerda el moralismo que caracterizaba a algunos disidentes y cuánto les costó bajar de esa montaña ética: “El absolutismo moral es una gran fuerza mientras se combate una dictadura, pero se torna debilidad cuando procura instalar una democracia sobre sus ruinas”. Y agrega: “Los fanáticos inquisidores de la ideología de turno contraponen sus sucesivos proyectos de la tierra prometida a la corrupta democracia liberal”. Uno celebra esta frase escrita hace veinticinco años y lamenta que la misma siga tan vigente hoy.

"Elogio de la desobediencia contiene reflexiones luminosas sobre la transición a la democracia y la disidencia política"

Los ensayos, artículos y cartas antologados en Elogio de la desobediencia testimonian una actitud intelectual que vuelve a ser indispensable: la disidencia. El disidente no solo se rebela contra una autoridad injusta o tiránica, también se alza contra su sociedad cuando en esta predominan mayorías alienadas o intransigentes. Fue lo que hizo Thomas Mann y por eso Michnik le dedica uno de los ensayos más brillantes de su libro. En esta época de fanatismos que polarizan y emboban a multitudes arrastrándolas hacia los extremos de derecha e izquierda, el disidente deberá decirle que no al poder y al populismo. Fue lo que dijo Michnik cuando, en plena transición a la democracia, retó a los fanáticos polacos: “No renunciamos a los sueños, pero sí sepultamos las ilusiones”.

Elogio de la desobediencia contiene reflexiones luminosas sobre la transición a la democracia y la disidencia política. Dos conceptos que nuestro orgulloso y “despierto” siglo XXI dio por amortizados. Este es un libro oportuno porque, tal como van las cosas, es posible que necesitemos resucitar esos conceptos muy pronto.

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Autor: Adam Michnik. Título: Elogio de la desobediencia. Editorial: Ladera Norte. Venta: Todostuslibros.

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