Fueron nuestros compatriotas. Lucharon en primera línea en el frente ruso, el más letal de la II Guerra Mundial. Pese a constituir sólo una mínima parte de los ejércitos desplegados, destacaron por su valor sirviendo dentro del ejército alemán de la II Guerra Mundial, posiblemente la mejor máquina militar de la historia de aquel conflicto.
Por ello, fue una de las unidades más condecoradas, así como la de mayor nivel intelectual por contar con el más elevado número de universitarios registrado de las guerras en las que ha participado España. Si a esto sumamos que el propio Hitler, poco dado a elogiar a nadie que no fuera alemán, llegase a alabar su desempeño en las batallas, no resulta difícil entender la inmensa fascinación que la actuación del contingente español en la campaña soviética sigue despertando tres cuartos de siglo después. Pero hay un sinfín de razones más.
Sobresaliente en una difícil tesitura editorial
Pese a la difícil tesitura editorial, estas dos décadas del siglo XXI pasarán a la Historia como una época sobresaliente por la cantidad y calidad de aportaciones bibliográficas relativas a todos los períodos de la Historia de España. Ello, añadido a que la II Guerra Mundial es la guerra “favorita” de lectores de todo el mundo, ha desencadenado que en el estudio de la División Azul hayan confluido rigurosos trabajos de investigación en sus distintos ámbitos: combates, los distintos cuerpos y servicios militares, biografías de sus integrantes… Sería difícil, además de muy injusto, destacar unos sobre otros. Como muestra de lo mucho y variado que se edita citaremos las obras de los veteranos divisionarios Guillermo Díaz del Río (Los zapadores de la División Azul), y Sanz Jarque (Alas de águila), o de historiadores de la talla de Luis Togores y Gustavo Morales (La División Azul, Las fotografías de una historia), o el libro de Salvador Fontenla, Los combates de Krasny Bor que, por su gran interés, se reeditará en fechas próximas. Junto a ellas, otras ya reseñadas en Zenda como la de Juan Manuel Poyato (Bajo el hielo y sobre el fuego: Historia de la sanidad en la División Azul) y las de Francisco Torres (Soldados de hierro y Cautivos en Rusia), todas ellas de la Editorial Actas.
Por ello, está fuera de toda duda que la División Azul despierta a día de hoy mucho más interés que nunca. De ahí que su producción editorial desborde la historiografía para entrar en el mundo del memorialismo, la novela, o que existan incluso subgéneros como la “literatura del cautiverio”.
Tal vez el constatar la existencia de esta excelente y abundante producción ha sido lo que ha movido a La Esfera de los Libros a intentar ofrecer al público una obra global y compilatoria de lo mejor de lo mejor. Y qué mejor que encargárselo al mejor. Resultado: La División Azul, de 1941 a la actualidad, de Carlos Caballero.
Carlos Caballero Jurado (Ciudad Real, 1957) es uno de los más reputados expertos en la historia militar de la II Guerra Mundial —sobre todo del Frente del Este—, y más concretamente de los europeos alistados en la Wehrmacht alemana, para luchar contra Stalin y contra la amenaza del Ejército Rojo. Caballero ha estudiado a voluntarios de los países bálticos, belgas flamencos, franceses, caucasianos, ucranianos y también los exiliados “rusos blancos”. Ello le da una posición privilegiada y distintiva respecto al resto de los investigadores del tema. No en vano le avalan ocho títulos en la famosa editorial británica Osprey Publishing, dedicada a la historia militar, y sus obras han sido traducidas a once idiomas. Entre sus libros citaremos los imprescindibles Morir en Rusia, El cerco de Leningrado y División azul: Estructura de una fuerza de combate.
El autor es toda una referencia en la bibliografía divisionaria desde que comenzase hace casi cuatro décadas en la revista Defensa (revista en la que también escribía por aquellas fechas un jovencísimo Arturo Pérez-Reverte), y desde entonces no ha dejado de publicar libros, prólogos, recensiones, acotaciones y artículos, así como participar como experto en jornadas y simposiums sobre el tema
Lo que es capital señalar es que tanto la intensa producción antes citada y las obras de Caballero, sin excepción, han contribuido de forma eficaz a desmontar estereotipos y flagrantes falsedades en ámbitos tan diversos como las motivaciones de los divisionarios, el desarrollo de operaciones, cifras sobre efectivos o detalles sobre organización de las unidades. Es casi una especialidad del autor el desmontar mitos que no por arraigados dejan de ser por completo falsos, como la participación de españoles en la defensa del búnker de Hitler, que jamás existió (algo que algunos historiadores de izquierdas han querido usar como prueba de cierta “complicidad con el nazismo”).
Debemos insistir, tal vez, en la efectividad con la que Caballero —siempre basándose en documentación y testimonios— rebate todo este interés “enconado” en negar la voluntariedad de los alistados, que se explica por no querer reconocer en estos anticomunistas la abnegación, el esfuerzo, el romanticismo y el idealismo, valores que en grado sumo exhibieron estos combatientes.
La División Azul, de 1941 a la actualidad: La obra global
Sus 876 páginas confieren a la obra un carácter casi enciclopédico, pero su formato de 16×24 cm y la tipografía elegida hacen que resulte manejable. Su erudición no está reñida con un destacado planteamiento didáctico —no han caído en saco roto los 35 años de docencia del autor—. Ello lo hace un texto muy valioso para el que se inicia en el conocimiento de la División, con una rotunda capacidad de aplastar los mitos que le hayan podido llegar al lector aficionado, usando para ello la documentación y también la lógica “pura y dura”. Pero también la obra resulta crucial para el investigador avezado. ¿Por qué? Por exhibir un gran equilibrio entre el ingente conocimiento, el profundo dominio de las fuentes directas y la maestría en el relato operacional.
Para aficionados y expertos, el autor ofrece en sus páginas una síntesis crítica de las aportaciones de la amplia bibliografía de los últimos 20 años. Y ha conseguido lo más difícil: dar ritmo a la concatenación de temas y conseguir el desarrollo global, no por agregación sino por integración. Además, no es un relato frío, sino que transmite con convicción y rigor las razones que movían a los divisionarios, más allá de las puramente bélicas, lo que sobredimensiona el relato castrense para navegar en la esfera de los sentimientos. El lector se sitúa muy cerca de lo que sintieron, padecieron, lucharon y por lo que murieron. El resultado: un texto que se configura como el mejor libro para conocer lo que fue la División Azul en su conjunto.
El capítulo I arranca con la famosa frase de Serrano Súñer: “¡Rusia es culpable!”. El detonante imprescindible… Tras él, una concesión lírica: cual banda sonora textual, el autor va titulando el resto de los capítulos con versos de las canciones que elevaban el ánimo de los divisionarios en las duras jornadas.
Rusia es culpable
En el capítulo inicial, Caballero repasa las perspectivas históricas en las que debe situarse la División Azul, recordando cómo nuestro país jamás ha tenido conflictos con Rusia, pero debido a las experiencias traumatizantes del régimen del Frente Popular, cuando se lanzó la llamada a los jóvenes para un alistamiento contra la “Rusia Comunista”, este desbordó todas las expectativas. Y al analizar este tema descarta fundadamente las leyendas de levas forzosas de las que tanto se ha hablado (que en realidad ya había desmentido hasta un informe interno del PCE de febrero de 1942). La verdad es que centenares de miles de españoles arrastraban “deudas pendientes” con el comunismo: asesinatos de familiares, camaradas y amigos; expolio de propiedades —no fincas ni grandes empresas, sino viviendas y bienes personales—; largas penas de prisión, las vivencias de las checas del terror rojo y el recuerdo indeleble del «muera España, viva Rusia» que tanto había publicitado el Frente Popular.
En realidad, para ellos la sovietización había provocado el estallido de la guerra en la que —además de los caídos en combate y los muertos en represalias políticas— decenas de miles de personas murieron de hambre y penalidades. Junto a estas heridas “físicas” estaban los nada desdeñables daños morales causados en las creencias más profundas de los millones de españoles de entonces, el catolicismo, con las profanaciones, destrucción y escarnio de tantos símbolos sagrados.
Por ello se alistaron excombatientes, pero también jóvenes que eran niños en la Guerra Civil y no habían podido luchar contra “los rojos”, familiares de asesinados, y republicanos arrepentidos de haber apoyado en su día al Frente Popular. Junto a estos perfiles, aparecen también los jóvenes que tenían lo que se conoce como “vocación militar” y que deseaban hacer de la milicia su forma de vida, y que esperaban que la campaña de Rusia fuera para ellos una gran escuela.
En todo caso, el número de los presentados, tanto en la Falange como en los cuarteles, fue muy superior al requerido e infinidad de solicitudes rechazadas. Aspirantes falseaban su año de nacimiento —tanto por arriba como por abajo— para no quedar excluidos del arco exigido (entre 20 y 28 años).
Que el grueso del contingente del alistamiento lo formaran españoles con intenso compromiso ideológico falangista vino marcado desde la inicial exhortación al alistamiento:
Camaradas: no es hora de discursos. Pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa.
Ellos le darían a la unidad el nombre con el que ha pasado a la Historia: «División Azul», aunque su nombre oficial español fuera el de División Española de Voluntarios (DEV), y para los alemanes la 250ª División.
Aunque los voluntarios falangistas representaban a todas las clases sociales, abundaron los estudiantes, profesores, escritores e intelectuales, y de ahí deriva el gran valor de las memorias publicadas sobre la campaña (y de las que se conservan inéditas), fuentes directas usadas de forma recurrente por Caballero.
Pese el aplastante dominio “azul”, en esta nueva cruzada contra el bolchevismo, aunque se pretendió que la División tuviera un carácter unívocamente falangista, la realidad es que los cuadros de mandos, de coroneles a cabos, los formaron militares del ejército español, lo que le proporcionaría a la unidad una eficacia de la que hubiera carecido de ser una fuerza puramente miliciana. Esta simbiosis de profesionalidad y profundas convicciones ideológicas —y también las creencias religiosas— se refleja claramente en variados aspectos, que van desde las letras de las canciones que entonaban a la omnipresencia de “detentes”. Toda la historia de la División Azul está marcada por una ética basada en la aceptación de la muerte como destino, en férreas creencias, en un intenso patriotismo. Idealismo, estoicismo e incluso mesianismo, son los valores que forman la peculiar escala de valores de la unidad. Y la combinación de todo ello le haría ser una de las unidades más destacadas en la historia militar española contemporánea y también la más competente de entre las fuerzas extranjeras que combatieron como aliados de Alemania en su lucha contra el Ejército Rojo de Stalin.
Con todo, no podemos olvidar que para los militares procedentes del bando vencedor en la Guerra Civil, la campaña de Rusia no sólo era una cuestión ideológica, sino también una oportunidad profesional. Iban a combatir codo con codo con el ejercito reputado como el mejor del mundo. Y por ello utilizaron influencias para ser seleccionados, ya que los voluntarios superaban las plazas de oficiales ofertadas, e incluso algunos de ellos se alistaron en grados inferiores o como soldados rasos. Como ejemplo, en la Academia General Militar de Zaragoza, la totalidad de la promoción de 1941 quiso ir voluntaria, pero sólo fueron admitidos los más destacados en táctica y topografía.
La coexistencia entre dos visiones sobre el sentido de la unidad, la puramente falangista y la militar, no dejaría de provocar fricciones. Por ejemplo, aunque los integrantes fueron uniformados de acuerdo a las normas del Ejército, se les permitió usar la camisa azul mahón falangista y se les proporcionó la boina roja carlista, algo a lo que se oponían los mandos militares españoles. La polémica se zanjó cuando el general Muñoz Grandes también exhibió el cuello de la camisa azul en su uniforme.
La presencia de la boina roja del Requeté sólo respondía al controvertido decreto de unificación, porque el carlismo, el otro componente ideológico antibolchevique de la anterior “cruzada” (la Guerra de España), no participó de forma oficial. Hubo instrucciones expresas de las jerarquías carlistas para que no se alistaran.
La desvinculación del carlismo de la División Azul no se dio sólo por motivos religiosos, como argumentan algunos tradicionalistas (esgrimían que el régimen nacionalsocialista era anticristiano), sino por la fuerte corriente aliadófila generada por don Javier, el pretendiente carlista, que fue combatiente en Bélgica y acabaría en el conocido campo de concentración de Dachau, del que se salvó milagrosamente. Tampoco debe desdeñarse el rechazo de su líder español, el sevillano Manuel Fal Conde, al dominio de la Falange.
Sin embargo, a título individual, en las filas de la División Azul sirvieron más carlistas de lo que se suele creer, en los que el anticomunismo primó sobre cualquier otra consideración política a la hora de alistarse —entre ellos, el padre del afamado chef Carlos Arguiñano—, y su convivencia fue espléndida aunque hicieran chascarrillos —como eran pocos, a los requetés, en chanza, los falangistas los llamaban requetrés—.
La vinculación nazi
La historiografía mas reciente y erudita ha evidenciado rotundamente que ninguno de los voluntarios demostró afinidades con el nazismo. Se ha demostrado en obras como la ya citada Soldados de hierro y se vuelve a demostrar en esta. Lucharon junto a ellos, pero no por ellos. Lucharon, como ya hemos explicado en otros trabajos, por combatir un comunismo materialista y ateo al que culpaban de la guerra fratricida. Es curioso que se les acabara estigmatizando por combatir jurando fidelidad a Hitler —lo que no dejó de ser un puro formalismo—, cuando la historia ya ha demostrado que a quien se enfrentaban —que no era otro que Stalin— fue el responsable de uno de los totalitarismos más sangrientos de la historia de la Humanidad, y que multiplicaría por diez los muertos ocasionados por el Führer. Stalin gobernó sobre un vasto sistema de terror y sobre el esclavismo de masas, aspecto este último que muchos de los voluntarios de la División Azul padecieron en sus propias carnes: los que terminaron en los Gulags soviéticos, explicado en detalle en la exitosa reseña de Cautivos en Rusia que apareció en Zenda.
Una cuestión clara que demuestra que la División Azul no pertenecía a las fuerzas nazis es que, a diferencia de unidades de otros países aliados de Alemania, jamás estuvo bajo órdenes alemanas y siempre fue encuadrada y dirigida por oficiales españoles.
En realidad, sirvió muy eficazmente a la política exterior española del momento. Franco no entró oficialmente en la contienda, y con su extraordinaria habilidad y una diplomacia avezada evitó la entrada en la guerra, pese a las presiones de alemanes, y a las amenazas de los anglosajones que estuvieron muy cerca de invadir España, como se explica en esta obra y en Entre la antorcha y la esvástica, de Emilio Sáenz-Francés. La División Azul también serviría para que un cierto sector del falangismo, que consideraba necesario que el “Nuevo Régimen” entrara en la guerra mundial, encontrara la válvula escape para esta pulsión. A otro nivel, sirvió para liquidar la deuda moral y económica contraída con Alemania durante la Guerra Civil Española.
Sus generales, bien elegidos (tanto el carismático africanista Muñoz Grandes como Esteban-Infantes, extraordinario cerebro táctico), exhibían valores personales que desencadenaron una adhesión inquebrantable entre los divisionarios. La profunda consistencia interna de la unidad se refleja igualmente que la deserción fue en sus filas un fenómeno menos que anecdótico: irrelevante completamente (Caballero da las cifras exactas y las compara con las muchísimo más abultadas registradas en las Brigadas Internacionales).
Las hostilidades que caracterizaron el trato de los españoles con los soldados alemanes, la convivencia con la población civil rusa y la protección a personas judías son datos que se constituyen en pruebas más que manifiestas de que en la División Azul no se puede encontrar ninguna vinculación nazi. No hubo acusaciones de crímenes de guerra contra ella, y la memoria colectiva rusa guarda un recuerdo emocional de la conducta española, muy destacada en el ámbito sanitario y asistencial, como tan bien ha desarrollado el doctor Poyato en Bajo el fuego y sobre el hielo, su erudito estudio sobre los servicios médicos de la División Azul.
Un gran desarrollo argumental
Los siguientes capítulos de la obra de Caballero abordan de manera cronológica la historia de la División Azul. En “¡Rusia es cuestión de un día!: De España a Nóvgorod, la cuna de Rusia» se describe la organización y marcha hacia el frente de la unidad. En los titulados “¡Nada nos importa el frío, teniendo la sangre ardiente!” y “Morir en la nieve, como cara al sol”, se narra la presencia de los españoles en el frente del río Vóljov. En otros dos, los titulados “Cuando vuelva a España con mi división”, «Asediando Leningrado: Gloria y tragedia en Krasny Bor» y “Adiós, hermosa Katiusha: A la defensiva frente a Leningrado», los ciclos de combates en el frente de Leningrado.
Sigue el estudio cronológico con “¡Adiós, Lili Marlén!: De Leningrado a Berlín, pasando por los Pirineos y los Balcanes», donde se analiza la presencia de los españoles en las filas alemanas tras la retirada de la DEV en 1943, (especialmente en las unidades clandestinas, tema controvertido explicado con rigor). Puesto que en algún caso estos hombres sirvieron en unidades de la Waffen SS, el hecho ha dado lugar a una infinidad de leyendas, que Caballero sitúa en su justa medida.
El siguiente capítulo, “¿A qué fuimos a Rusia?”, analiza cómo vivieron los divisionarios el recuerdo de su experiencia. Por las filas de la División Azul pasaron 45.000 hombres, que sufrieron una terrible experiencia (casi 5.000 muertos, muchos miles más de heridos, mutilados, congelados) y varios cientos de prisioneros, una experiencia que marcó tanto a los supervivientes que a su vuelta se asociaron en Hermandades y publicaron un elevadísimo número de testimonios tras el final de la II Guerra Mundial. Ellos jamás renegaron de su experiencia, y no es extraño, ya que tenían motivos para sentirse orgullosos: había condecorados con 2.362 cruces de Hierro de 2ª clase y con 135 de 1ª clase, además de las propias del ejército español, entre las que destacaron por su extraordinario valor las ocho Cruces Laureadas de San Fernando otorgadas a sus miembros, todas ellas a título póstumo, excepto la concedida al mítico capitán Palacios, que pudo recibirla tras ser liberado del Gulag stalinista.
El libro cierra sus páginas con análisis exhaustivo del debate historiográfico existente en torno a la División Azul y un apéndice documental donde se recogen hasta más de 800 fuentes distintas.
El desarrollo bélico: táctica y estrategia
La narración de las batallas será un apartado que cautivará al lector por su claridad y rigor a nivel estratégico y táctico. La División Azul ha dejado en nuestra historia militar un rosario de nombres en ruso que a un lector que no esté muy especializado le cuesta entender. Los grandes ciclos de combates (la ofensiva al Este del Vóljov; las luchas defensivas al Oeste del Vóljov; los combates en el frente de cerco a Leningrado) son analizados a nivel estratégico, pero muchos de los combates concretos y en áreas más restringidas (Sitno, Dubrovka, Nikitkino, Possad, Chevelevo, Udarnik, Teremez, Maloye Samoshie, Sapolje, Poselok, etc.) son descritos con un rigor que agradecerá un profesional de la milicia y con la claridad que los hace inteligibles al público menos versado en los temas castrenses.
Para facilitar la comprensión de este apartado, La División Azul, de 1941 a la actualidad: Historia completa de los voluntarios españoles de Hitler presenta un valor añadido. Junto a la selección de fotografías en papel couché, ofrece una rica y cuidada cartografía, compuesta por 25 mapas originales. “Como historiador militar, me obligo a que el lector tenga conciencia exacta de lo que estaba ocurriendo en los frentes, y la cartografía le permite posicionarse en cada momento en la situación estratégica en que estaba envuelta la División Azul, sus despliegues propios, etc.”, ha declarado Caballero a Zenda.
Y es que el componente puramente “militar” en la historia de la División Azul es realmente sorprendente. Desde territorio bávaro, donde estaba instalado el campamento de instrucción, partieron en tren hasta la frontera polaco-soviética y, una vez allí, a pie hasta el frente ruso, en marchas de 50 kilómetros al día con 40 kilos de equipo, pernoctando en los gélidos caminos. Tras un mes de marcha, ya en el frente de batalla, vivieron el invierno más frío del siglo, donde la congelación causó más bajas que las balas, llegando a sufrir los 51 grados bajo cero. El sector al que se les asignó, en el Vóljov, incluía la ciudad de Nóvgorod, la primera capital rusa, que los soviéticos deseaban liberar por obvios motivos. Apenas llegados al frente, los españoles cruzaron el Vóljov, junto con tropas alemanas, hacia el Este, pero para entonces la Wehrmacht estaba exhausta y tras dos meses de combates los soviéticos los devolvieron a las líneas de partida. En este periodo la División Azul escribió páginas épicas como las de Possad.
Envalentonados, los soviéticos quisieron seguir progresando hacia el Oeste, rebasando a su vez el Vóljov. Pero de manera muy significativa y reveladora, lo hicieron al Norte del sector ocupado por los españoles, ya que la División Azul era, a ojos de los soviéticos, una unidad impenetrable.
También se hundió el frente alemán al sur del sector ocupado por la División azul, en la ribera meridional del Lago Ilmen. Y aquí los voluntarios anticomunistas españoles escribieron una de sus páginas más gloriosas, cuando su Compañía de Esquiadores, al mando del Capitán Ordás, compuesta por 228 hombres, protagonizó una épica misión en enero de 1942. Atravesó el congelado Lago Ilmen con temperaturas de -50ºC para socorrer a un destacamento alemán sitiado en la aldea de Vzvad. Se empeñaron con tanto heroísmo y espíritu de sacrificio que al terminar su misión —con éxito— del contingente inicial solo restaban indemnes 12 hombres.
La misma gesta, pero a mucha mayor escala, se repitió en la batalla de Krasny Bor. Tras obtener el triunfo de Stalingrado, el Ejército Rojo se sentía invencible. Y por ello, apenas unos días después de que Paulus se rindiera en la célebre ciudad del Volga, atacaron a la unidad española. Cuatro divisiones soviéticas contra un regimiento español. Pero hubo tal derroche de heroísmo y de pericia, tal voluntad de resistencia y capacidad de sacrificio, que los soviéticos fracasaron estrepitosamente. La División Azul nunca tuvo su propio “Stalingrado”.
Otras cuestiones de interés
En el desarrollo del libro también debe destacarse cómo se presenta la acción de los diplomáticos, el trabajo de los propagandistas, las tensiones políticas que se generaron en torno a su existencia y otros aspectos sorprendentes, como la infinidad de premios literarios de ámbito local durante aquellos años, por citar un ejemplo. O que el Nobel gallego Camilo José Cela escribiera en la Hoja de Campaña, la publicación semanal divisionaria. O que el maestro Azorín escribiera elogiosos artículos sobre ella…
Con fluidez, en la obra se transita de periódicos soviéticos a informes de espías británicos, aunque “la parte del león” corresponde a la descripción de la experiencia divisionaria en sí misma, tanto en el frente como en la retaguardia. De ahí que Caballero también aborde —sin caer en la sensiblería— las vivencias más íntimas de los combatientes. Pero sin duda, uno de los grandes bastiones del libro es su contundencia en esclarecer los numerosos mitos y leyendas en los diferentes ámbitos que rodean la existencia de la División Azul.
Los voluntarios de la DEV fueron —y son— vilipendiados por unos y grandes héroes para otros. Pero nadie puede negar su valor sobrehumano y heroísmo en situaciones extremas. Protagonizaron un singular capítulo de la Historia de España, en el que fueron a luchar en las gélidas estepas rusas contra el comunismo y por su Dios en nombre de su patria.
Durante el transcurso de la II Guerra Mundial, la propaganda británica se cebó contra la División Azul. Afirmaron que estaba compuesta por civiles sacados de las cárceles y soldados reclutados a la fuerza. Sin embargo, acabada la guerra, los primeros que escribieron palabras altamente elogiosas sobre la División Azul fueron precisamente historiadores británicos. La guerra había acabado y la propaganda ya no era necesaria, por lo que se imponía la Historia. No ocurre lo mismo en España, donde la izquierda historiográfica sigue lanzando ataques tan burdos y falsos contra la División Azul como si aún hoy sus miembros estuvieran en las orillas del Vóljov o en los arrabales de Leningrado.
Con obras como La División Azul, de 1941 a la actualidad, de Carlos Caballero, los divisionarios han ganado una nueva batalla: ser reconocidos por la historia con justicia, demostrando, con todo el rigor de la investigación científica y parte del corazón del autor, cómo eran, cómo lucharon, cómo sintieron, padecieron y murieron, liberándose de forma definitiva de mitos, infamias y leyendas para una posteridad que debería reconocerlos como lo que fueron: los últimos combatientes románticos de nuestra Historia.
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Autor: Carlos Caballero. Título: La División Azul, de 1941 a la actualidad. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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