En marzo de 1976 José María Íñigo, presentador del programa de TVE Directísimo, entrevistaba a Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura y escritor represaliado por el régimen soviético. Su voz, que denunciaba la violación de derechos humanos, se había venido ignorando desde una sectaria mirada izquierdista, salvo honrosas excepciones. La repercusión de esa entrevista fue enorme, tanto a nivel popular como en el ámbito de la más rigurosa intelectualidad; y son ya memorables (por así decir) las palabras de Juan Benet, sosteniendo que mientras existan ciudadanos como ese «perdurarán y deben perdurar los campos de concentración». Era una salida de tono, sobredimensionada acaso como titular periodístico, a las que era tan aficionado el transgresor novelista. Pero más allá de la triste ocurrencia palpitaba la desenfocada óptica de una conciencia civil anclada en un imaginario de dictadura humanista, igualitarismo social y justificada coacción colectiva.
El periodista y narrador Manuel Calderón (Peñarroya-Pueblonuevo, Córdoba, 1957) incluye este episodio de modo pretextual en su reciente novela, El músico del Gulag, donde, al igual que en anteriores obras suyas, como Bach entre pobres y El hombre inacabado, aúna eficazmente la pura ficción con el retrato de lacerantes conflictos socio-históricos. Un veterano periodista, que vive bajo la inminencia del posible despido, verá alejada esa amenaza al dar con una sorprendente historia. Ha conocido a Gregori Makarov, un músico callejero que malvive actuando en el metro, y que manifiesta haber sido pianista, haber tocado de niño el acordeón ante Stalin y vivido, a causa de un contrariado amor, la terrible experiencia de un campo de reclusión de la soviética red concentracionaria del Gulag, en la región de Kolymá. El dramatismo de esta experiencia parece afirmar su veracidad, pero algo no cuadrará en este relato donde lo cierto y lo falso van conformando la crónica de una impostura, el testimonio de una dura ambigüedad moral, la evidencia de una vida zarandeada por la Historia. Makarov, generando un sinfín de dudas, se verá sometido a «la droga de la verdad» (primer título previsto de la novela) con fallidos resultados. Aumentará así la distancia entre los pretendidos hechos históricos y la leyenda que los aureola, acaso más verdad esta que lo realmente sucedido. Fluye aquí un solapado tono ensayístico, donde referentes culturales de tipo literario y cinematográfico alternan con meditaciones filosóficas de clara implicación sociológica. Nos adentramos así en la consabida construcción y lucha por el relato, nutrido de fake news, sucesos versionados e interpretaciones partidistas, insistiéndose en la necesaria revisión de las utopías dictatoriales que agitaron el pasado siglo. Se postula de modo indirecto pero evidente, para este requerido ejercicio intelectual, la sosegada mirada de aquel «mundo de ayer» liberal y tolerante. Ante un panorama de oscuras sobrevivencias, perturbadoras crueldades y la manipulada ocultación de todo ello, se va a defender el arte, las percepciones estéticas, como lenitivo y compensación a tanto desastre. A modo de balance el protagonista y voz narradora reflexiona: «¿Qué puedo hacer yo? / Vivir. Ir tirando. (…) Simplemente admitir que mentí, que desde el principio supe que lo que me estaba contando Gregori Makarov era mentira, pero que también dudé. ¿Y si todo fuese verdad? ¿Y si todo es verdad y después del sufrimiento más terrible, de amar y acabar en el Gulag viendo cómo se te congelan los dedos y acaban siendo unos tristes clavos la vida todavía es posible?». Porque esta es también una historia del día de después, en que se han asumido ambivalencias, contradicciones e imposturas. Estamos ante una inteligente novela, con la amenidad del dosificado suspense, la elaborada estructura de las diferentes subtramas y el rigor de la meditada argumentación.
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Autor: Manuel Calderón. Título: El músico del Gulag. Editorial: Editorial Berenice. Venta: Todostuslibros y Amazon
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