Lo incierto parece adueñarse de todos los rincones de la realidad. Nuestra condición humana es precaria, insegura, repleta de constructos edificados sobre un vacío que constantemente queremos evitar. La anomalía se sepulta bajo la presunta tierra firme de la certeza, lo disruptivo se esconde en los intersticios de la hegemonía de la ley, mientras que la herida y la falta son taponadas por diversos mecanismos que pretenden generar la ilusión de seguridad.
Asimismo, si la vulnerabilidad, entendida desde esta dimensión, goza de la primacía, el cuerpo será un agente clave para orientarnos en este confín humano. Sin embargo, no hay que caer en un materialismo ingenuo. El cuerpo, si observamos las cosas con profundidad, es una construcción simbólica. Por ese motivo, de lo que se trata es de advertir las diferentes afecciones pero, sobre todo, las interpretaciones que hacemos de ellas. La experiencia es narrativa y está atravesada y configurada por constelaciones inacabables de interpretaciones que resignifican continuamente nuestras vivencias.
Y es que reflexionar acerca de la vulnerabilidad, en realidad, es cuestionarse por todo lo que entra en juego cuando construimos cada una de las experiencias que tenemos. De ahí que lo que realiza Miquel en el libro sea toda una “arqueología ontológica” en la que, por cierto, el hilo conductor será una determinada lectura del pensamiento de Descartes. Y es en este punto donde radica otra de las genialidades de la obra puesto que la lectura que ofrece de la filosofía cartesiana va a redropelo, en buena medida, de la hegemónica. Y ello es así porque verdaderamente la filosofía de Descartes continua interpelando al presente.
El objetivo de Descartes, en El discurso del Método o en las Meditaciones Metafísicas es hallar la claridad y distinción. Ese será su criterio de verdad: la certeza entendida como lo claro y distinto. Sin embargo, esto es una utopía. Siempre hay un resquicio de apertura, duda, inseguridad que fractura, por un lado, el imperativo de claridad e imposibilita, por el otro, la permanencia en el estado de la distinción. La tensión entre el deseo de certeza, es decir, de claridad y distinción, y la imposibilidad de conseguirlas, tensa el discurso cartesiano de tal manera que acaba fracturándolo. De ahí la necesidad constante de recurrir a Dios (¿es el mismo Dios el malicious demon que engaña en una de las hipótesis cartesianas para dudar de la existencia del mundo y de la información que nos transmiten nuestros sentidos? Esta pregunta queda en el aire…). Anhelamos seguridad, pero cuando penetramos en ella advertimos que es un delirio fruto de la angustia que genera nuestra vulnerabilidad radical. Esto se ve en Descartes y, por ello, interpela de manera intensa a nuestro presente.
La razón no es criterio de nada. El principio de razón, tan defendido por los medievales y que para Descartes podría erigirse en un principio ontológico básico, se periclita cuando se asoma la anomalía que intenta reprimirse denodadamente a través de la ficticia búsqueda de causas y efectos unívocos. La realidad se construye de contradicciones, paradojas, disrupciones, que invalidan el imperio de una concepción de la racionalidad clausurada en sí misma y hegemónica. En todo caso, la operatividad de la razón debe ser entendida en términos de analogía supeditada a lo disruptivo y que, además, debe posicionarse constantemente respecto a aquello con lo que está entrado en relación.
De este modo, el verdadero criterio de verdad, moral, etc. es un no-criterio orientado en todo momento a minimizar la discriminación, sea del orden que sea, y que funciona como un acto performativo que, a su vez se bifurca: por un lado restringe al cercenar la tentación de sentido, de cerrar definitivamente el círculo (que jamás se cierra), pero, por el otro, se expande asumiendo la precariedad y la provisionalidad de todo sistema (epistémico, moral, etc.). De ahí la necesidad de la pregunta, de la interrogación perpetua. Preguntar es certificar la residencia en un lugar donde no se desea estar. Interrogarse es perderse para (intentar) reubicarse. La filosofía, como el saber que capitaliza la pregunta como modus operandi fundamental, se erige en la encarnación epistemológica de la vulnerabilidad. Su andadura tiene metas desconocidas, transita errantemente por un camino en el que todo es extraño, laberíntico y enigmático. La duda es una posición estructural de la filosofía porque implica apertura y escucha. Sin embargo, no cae en un escepticismo barato y simplón. Hace de la duda su compañera de travesía ya que, verdaderamente, es el reflejo de la condición humana. Entendida así, sí que nos las vemos con una auténtica duda, y no la cartesiana que, en el fondo, es metódica, protocolaria y pragmática (Descartes siempre creyó en la existencia del mundo, Dios… La duda es una pose para (re)afirmar lo que ya se tiene de antemano), respondiendo a los delirios, fabulaciones, de un Descartes que sueña en la grandeza de su proeza epistémica (reveladores son los tres sueños que tiene Descartes en la noche que va del diez al once de noviembre de 1619 que, en resumidas cuentas, lee como una premonición de la importancia de la construcción de su sistema para el desarrollo del saber humano).
La pregunta y la duda responden a criterios de apertura y diálogo. La existencia es un don, que se construye a través de un diálogo con la alteridad. La ética es performativa porque es una ética de la palabra. Cualquier experiencia es dialéctica, por ello no podemos hablar de intimidad absoluta, clausurada en el egocentrismo del sujeto, sino que lo que verdaderamente hay es lo que Lacan designó como extimidad. Una existencia cartografiada desde la relatividad (ya que la identidad se contextualiza y se abre al Otro), reciprocidad (interrogamos y somos interrogados) y reflexividad (verse afectados y afectar conduce a la mutación de nuestras interpretaciones y, por consiguiente, de nuestra identidad). Existencia que, a su vez, no recae en el servilismo ciego. Vulnerabilidad implica libertad y, en consecuencia, responsabilidad.
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Autor: Miquel Seguró Mendlewicz. Título: Vulnerabilidad. Editorial: Herder. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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