Acaban de pasar los carnavales y el mundo cristiano se prepara para la llegada de la fiesta de Semana Santa, cuyo arranque es el Domingo de Ramos, encarnado en la entrada triunfal de Jesús de Nazaret en Jerusalén a lomos de un pollino. No hay, por tanto, momento más justificado que éste para glosar el álbum La entrada de Cristo en Bruselas de Andrea Antinori, que toma su nombre, su iconografía y su impulso estético (como si dijéramos su “almacuerpo”) del gran lienzo homónimo del pintor belga James Ensor, hasta el punto de poder considerarlo una resurrección del mismo, un renuevo vibrante para el disfrute de adultos y niños.
Desde las propias guardas (lluvia de confeti y serpentinas) se anuncia el carácter festivo de este arte extravagante y bienhumorado (Antinori retoma el caudal de comicidad y disparate que caracteriza el grotesco, pero le resta violencia y amargura; traslada el componente satírico al ámbito de la parodia y la broma).
A pesar de ser un álbum meta-artístico el resultado no es absoluto pedante, antes al contrario. Antinori consigue una inmersión progresiva en el cuadro (resulta ejemplar el proceso de “entrada” en la obra, mediante un espectador que, en el museo, explora el lienzo hasta, en un ejercicio de aproximación, ajustar los límites de la obra a la doble página del libro, para luego introducirse aún más y mostrar a Jesús entre la muchedumbre abigarrada). Una vez “encontrado” el personaje, éste, de la mano ya de Antinori y a lomos de un borrico, echa a andar.
El efecto es el de una maravillosa “vivificación”. A partir de este momento la imaginación reconstruirá el proceso que lleva a la imagen final del cuadro, a la celebración de la entrada de Cristo en la ciudad de Bruselas. Nuestro héroe recorre montañas, desiertos y océanos hasta llegar al empedrado de la capital belga, donde se produce en encuentro con personajes extraídos directamente del lienzo. La afinidad estética entre el grotesco de Ensor y el grotesco de Antinori antes descrita permite la ilusión de un “empaste”, de una fusión que permitirá jugar en el interior de un cuadro vivo.
Ese juego tendrá dos tramas simultáneas: los preparativos de la propia fiesta, con la que el alcalde pretende honrar la histórica visita, y el entretenimiento del visitante hasta la hora de la celebración, que tendrá lugar a las 21 horas, 37 minutos y 4 segundos (ya se dijo que se trata de un álbum bienhumorado donde las bromas alegres serán continuas).
Los preparativos permiten el despliegue fastuoso de la gracia carnavalesca, el grotesco en su manifestación ubérrima: flores de todo tipo, un elefante africano, saltimbanquis, tragafuegos, seres quiméricos (hombres cefalópodos, con sólo cabeza y pies), criaturas zancudas, una orquesta interminable que desfila a lo largo de tres dobles páginas (nueva broma), equilibristas… Una mascarada divertida e inmensa. Tampoco falta el alimento en su manifestación tradicional (todo lo bueno deber ser grande y crecer, así lo prescribe la risa popular): una gigantesca paella (¡en Bruselas!), descomunales toneles de vino, un milhojas confeccionado por el pastelero-brujo que permite la enumeración caótica característica del folclore: “tres flores rojas, tréboles de cuatro hojas, un huevo de avestruz, cerezas, pero sólo de dos en dos, cuatro tipos de queso, un pescado vivo y a punto de saltar…”.
En la otra trama paralela, Cristo es guiado por un cicerone peculiar (se llama Verde, tiene aspecto carnavalesco y, para más inri, no es ciudadano de Bruselas, desconoce la ciudad) que permite una parodia de los libros de viaje, con graciosas equivocaciones y una escena memorable, con Cristo en un teatro incumpliendo cualquier ley de la perspectiva (el álbum es un canto a la libertad plana, los personajes flotan en un mundo dinámico).
Al retomar los preparativos, Antinori sigue con la broma: los carteros municipales llevarán invitaciones al propio autor del cuadro, a seres aún no nacidos (pero famosos y belgas) como René Magritte, a Monsieur la Muerte, al cabezudo Jacques Ballon, a la marioneta Woltje, a un perro y hasta a la luna. Es el espíritu puro del carnaval, capaz de reunir a los vivos y a los muertos.
Cuando todo se ha contado, un ciudadano despistado permite la última chanza: anda por las calles desiertas de Bruselas a la hora exacta en que en la plaza (y en el cuadro) se ha reunido todos los personajes desgranados en esta caótica retahíla.
Pero no es la última broma, en realidad. Pues aún veremos el después del cuadro, del que todos, subidos en asnos, “marchan Dios sabe dónde”. El espíritu bienhumorado de Antinori continúa incluso cuando se han acabado los dibujos y el libro ha terminado. Escribe una dedicatoria: “Para no olvidar a nadie, por si acaso, gracias a todos”.
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Autor: Andrea Antinori. Traductora: Isabel Borrego del Castillo. Título: La entrada de Cristo en Bruselas. Editorial: Libros del Zorro Rojo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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