HBO quiso dar fuste al inminente estreno de Patria, una serie televisiva basada en el superventas homónimo de Aramburu, y se curró para ello un cartel que no ha pasado desapercibido. Lo que en él puede verse apenas se puede resumir con palabras: a un lado, la calzada sobre la cual se tiende el cadáver de uno de los protagonistas, abrazado por su mujer, que grita desesperadamente a la nada, un aullido sordo que hiela la sangre; al lado contrario, otro de los protagonistas yace torturado, esta vez en el suelo de una habitación diáfana, ante la mirada despistada de unos cuantos hombres que permanecen ajenos al cuerpo encogido del preso. No han tardado en aparecer voces discordantes a un lado y a otro. Era de esperar, dado el duelo a garrotazos constante en el que vive instalado este país goyesco.
Vaya por delante que a mí Patria no me parece una novela equidistante, aunque supongo que esta afirmación, como todo en el arte, es tan subjetiva que carece de rigor alguno. Eso sí, me vienen a la mente aquellos pasajes de la novela en que Aramburu pinta al joven terrorista como a un analfabeto sin perspectivas ni futuros, un cateto que esconde bajo ciertos códigos nacionalistas su frustración. No olvido tampoco cómo en la novela sus dos hermanos, mucho más instruidos y con una profundidad intelectual mayor, terminan chocando frontalmente contra la posición del terrorista. Y recuerdo también la sensación constante que el autor consigue transmitirme: el Estado tiene controlados a estos jóvenes, que apenas pueden escapar de la vigilancia, que se terminan obsesionando con el miedo que les produce haberse metido en un territorio que no controlan. Es decir, creo que Aramburu dibuja claramente un perdedor, sin equidistancias, pese a que, insisto, probablemente este juicio no sea el mismo bajo los ojos de otro lector: ventajas de la literatura.
Así, el cartel me parece desacertado, puesto que coloca en el mismo espacio y a la misma altura la trama del terrorista asesinando con la del terrorista siendo maltratado, cuando en la novela no se da esta equidistancia. Una visión, por cierto, parecida a la del propio Aramburu, al que también le ha parecido un cartel desafortunado. Ahora bien, independientemente de la perspectiva que tome cada uno, lo que no deja de asombrarme es la furibunda reacción de las gentes. Rápidamente se hizo tendencia el hashtag #cancelaHBO, a través del cual se solicita que demos de baja la suscripción al canal. ¿Por un cartel? Sí, por un cartel. Hay quien habla de blanqueamiento de terroristas desde una trinchera; hay quien habla de impunidad de la policía franquista, en los noventa, desde la barricada contraria. La novela de Aramburu deja de importar. E incluso la futura adaptación televisiva deja de importar. Aparecen los mismos complejos y guerracivilismos que intenta, por cierto, denunciar la novela. Y es entonces cuando todo se convierte en la escena ya deslizada renglones atrás: dos seres enterrados hasta las rodillas en el barro, los garrotes bien empuñados intentando abrir la cabeza del contrario, un paisaje desolado al fondo. Da igual si la causa es una guerra entre liberales y absolutistas o el cartel publicitario de una serie de televisión: pese a la distancia, el final es el mismo. Ya lo dijo Lorca: «Señores guardias civiles: aquí pasó lo de siempre, han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses».
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