En el cuento titulado La Biblioteca de Babel, el maestro Jorge Luis Borges deja por fin negro sobre blanco plasmado uno de sus sueños recurrentes: la posibilidad de que una biblioteca infinita sirva de cobijo a la existencia del hombre. A lo largo de las décadas, diversos científicos han encontrado similitudes entre el universo cosmológico y este espacio repleto de libros ideado por el novelista argentino, como por ejemplo la periodicidad con la que se repite un volumen de Hubble. Borges sabía muy bien lo que se hacía, tejía matemática y simbólicamente un espacio ilimitado y periódico que reprodujese lo que para él había sido el único terreno vital conocido: el mundo de los libros. A menudo hablaba él sobre lo encajonado que había estado entre estanterías, con Quijotes y Quevedos, Chestertons y Melvilles, Flauberts y Heródotos. Ese espacio estaba por encima de la visión sensorial,que terminaría perdiendo, de los límites alcanzables por el intelecto humano.
He utilizado varias veces el término «espacio» durante la anécdota introductoria que siempre abre esta sección con toda la intención. Porque, como ocurre en el elemento borgiano que introduce el texto, el mundo de los libros tiene un sentido espacial, material, que veo muy difícil que se pierda en favor de esa otra realidad, la virtual, que amenaza con llevarse todo lo que un día perteneció al viejo mundo. Para mí, como para Borges, el mundo de la lectura es página de papel, es lomo de cartón, es tinta negra. Es también el aroma surgido de vaya Dios a saber qué reacción química que desprenden las páginas. Es el detalle en cierta portada, la tipografía de esta o aquella editorial, una faja que se desprendió del ejemplar, el billete de metro del año 2002 escondido en la página cincuenta. Es la edición con este tono que heredé de mi madre, los colores de aquel libro que te regaló un hombre al que amaste, la tapa rústica a la que no podía acceder cuando estudiaba, la cuerda de hilo con la que se marcaban los libros de mi abuelo. El mundo de los libros es, como el de Borges, material.
Quizás el mayor exponente de este mundo simbólico sean las librerías. Hace unos días, el diario El Mundo publicó un artículo donde desglosaba cifras harto esperanzadoras para el mundo librero. Por primera vez en mucho tiempo, abren más librerías de las que cierran. Aupados por la pandemia, el diálogo entre librero y lector se ha estrechado, las ventas crecen casi un 20% al calor del auge del hábito de lectura que se anuncia en el barómetro del Ministerio de Cultura. En Madrid se habla ya de la «milla de oro de las librerías», a la manera de Corrientes en Buenos Aires, y se prepara un plan turístico para potenciarlas. Parece que resucitan los eventos, las presentaciones, la camaradería lectora. Además, vuelven las ferias y los saraos. No me parece una mala tendencia para cerrar esta sección en este año, que se aleja ya como se alejan las cosas que no tienen mucho sentido, que diría la copla.
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