Había oído hablar de Hilario J. Rodríguez, sin haberlo nunca leído. Le consideraba un escritor oculto, como aquellos a los que admira, cuya eficacia se espera, pero dentro del promedio. Su insólita calidad me ha sorprendido. De hecho, en un libro tan lleno de escritores ocultos como este, el mayor descubrimiento es el propio autor.
Construyendo Babel es la narración de un viaje sin fin, aunque sí con comienzo. El protagonista es una especie de nómada, un tipo no especialmente social, ni expresivo, ni —gracias a Dios— victimista, aunque sí muy curioso y bastante dado a contar su vida. Muestra personajes que rozan lo marginal, pero no lo caricaturesco, como la camarera serbia que conoce en su viaje a Londres, que vuelve a aparecer a lo largo del libro. Lo mismo ocurre en otros trayectos, como la larga estancia en una zona deprimida de Estados Unidos. Que lo que cuente sea cierto o no carece de importancia, porque en narrativa lo que importa no es la verdad sino la verosimilitud. Tal y como el propio autor expone, el Hilario J. Rodríguez personaje no es, ni mucho menos, el Hilario J. Rodríguez autor. Lo que importa es la conexión emocional, no que las anécdotas narradas ocurrieran exactamente así.
Aparecen escritores sin descanso, mezclados con los personajes, desde consagrados españoles como Gándara o Benet a mitos de la escritura más marginal, como Henry Dager, o autores malditos, reivindicados por la créme de la créme de la contracultura, como el balear Cristóbal Serra. Esos libros son vinculados con episodios de su propia vida o de su difícil trayectoria familiar. Lo que hace con Werner Herzog es un ejemplo de su método: toma a un artista y lo incorpora a su vida personal, evidenciando su calidad literaria, su capacidad poética y expresiva, y su contención: “Werner Herzog se crió en Sachrang, una pequeña localidad bávara en un valle oscuro muy cerca de la frontera germano-austriaca, entre cuyos bosques él soñó con iniciar un viaje a pie en torno a las dos Alemanias para encerrarlas en un círculo y devolverles la unidad perdida tras la Segunda Guerra Mundial. Un círculo así me gustaría a mí trazar algún día alrededor de mi familia. Lo malo es que quizás tendría que ser un círculo tan grande que el mundo entero quedaría encerrado en él. Páginas después, ya en el final del libro, vuelve a la imagen del círculo, consciente del recuerdo del lector, en una muestra de su dominio técnico: ¿Existe el círculo perfecto, aquel que nos encierra y donde nosotros encerramos nuestras vidas, la real y todas las posibles?”. También es destacable, y más virulenta, la comparación que realiza con La vergüenza, una de las obras cumbres de la Nobel Annie Ernaux, donde narra, con su distancia habitual, el intento de asesinato de su padre a su madre. Ese toque enciclopédico hace que, como afirma el propio autor, el libro esté empezando y terminando sin descanso.
Hilario J. Rodríguez sabe darle un toque propio, entre lo hilarante y lo ajeno, a los espacios por los que transita. Su mirada sobre Estados Unidos, por ejemplo, está llena de perplejidad y descripciones espaciales concisas, que sitúan al lector en un espacio igual al tantas veces visto y leído, pero a la vez distinto. Su perspectiva no resulta en absoluto artificiosa. No es una mirada de turista, que pretende saber más de lo que sabe, como podría ser la de tantos que nos cuentan una y otra vez los tópicos de Nueva York. Se muestra como un eterno nómada, un eterno turista. La actitud del autor ante sus personajes, que incluyen a su propia familia, no es de una absoluta empatía y comprensión, ni de un odio visceral, situándose en un extraño —para nuestra época— término medio. Tal posición resulta reconfortante y, aunque esta palabra no tenga la mejor prensa, adulta. Hilario J. Rodríguez es un escritor serio y adulto, en el mejor sentido de la palabra. Un escritor que controla los recursos narrativos, como el ritmo o la dosificación de los datos, pero nunca hace alarde de ello. Actúa en tono bajo, sin estridencias, pero adentrándose en las emociones del lector que quiera entenderle.
Son de una lucidez pasmosa algunas de sus reflexiones sobre la familia, sobre el bien y el mal o el trauma, que se alejan del victimismo imperante: “(…) si la vida es un infierno, lo es para todos; nadie se libra de su pequeño coqueteo con el dolor y con el sufrimiento. Pero algunos pretenden huir de él y otros se limitan a continuarlo, a agigantarlo, a escapar más y más de la lógica, sea la humana o la filosófica”. Es decir, parece huir de la eterna justificación de cualquier acción perversa, que se ha generalizado en todo tipo de narrativa, desde las series a la literatura. Si alguien es verdugo es porque fue víctima. Pues bien, todos fuimos víctimas y solo algunos eligen ser verdugos.
Recomiendo sin duda alguna Construyendo Babel que, además de lo escrito, es una excelente guía de lectura, un homenaje a la biblioteca como colección de libros, pero sin la cursilería del fetichismo. Son libros vivos.
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Autor: Hilario J. Rodríguez. Título: Construyendo Babel. Editorial: Contraseña. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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