Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, 1547 – Madrid, 1616) consiguió el mayor de los logros —para un escritor, se entiende—: el de que su idioma materno porte, coloquialmente, su apellido. Muletilla recurrente es la de llamar al español «la lengua de Cervantes». El autor de El Quijote, clásico universal por antonomasia de las letras patrias, con 35 votos, encabeza el ranking de la primera parte de la encuesta literaria desarrollada por Zenda y XLSemanal, en la que han participado 124 escritores, periodistas culturales o cineastas.
Miguel Barrero, Manuel Vilas, Eduardo Torres-Dulce, María José Solano Franco, Emilio Lara y Sergio Vila-Sanjuán han votado por el —en realidad, mal apodado— manco de Lepanto. A la pregunta de cómo es la España que retrata Cervantes en sus obras, el autor de El rinoceronte y el poeta responde: «Es, en muchos aspectos, la España del sálvese quien pueda. Una España que asiste al desmoronamiento de su imperio, con todas las bajas pasiones que eso conlleva, y donde se hace cada vez más patente la inmensa grieta abierta entre quienes ostentan el poder y quienes padecen sus desmanes. Entre quienes exigen que se luche por la patria y quienes verdaderamente mueren por ella».
Manuel Vilas, firmante de poemarios como El hundimiento y de novelas como Ordesa, cuenta que «la España que retrata Cervantes en sus obras es cruel, despiadada, absurda, delirante y a la vez orgullosa de sí misma. Una mezcla de orgullo y energía antiguas«. Por su parte, Eduardo Torres-Dulce, ex Fiscal General del Estado y fundador de la editorial Hatari Books, señala que «Cervantes, y no solo en El Quijote, sino también y muy especialmente en sus Novelas ejemplares y en sus Entremeses, es un cronista avisado, inteligente y crítico, con un humor que es a la vez acertado y dotado de cierta tierna melancolía. En esas páginas están los sueños de grandeza y su decadencia, el haz y envés de la hidalguía, pero está también el reverso, los pícaros, los inquisidores de todo, la religión y el Poder, con mayúscula, y los pecados y virtudes patrias, la envidia, el valor, la soberbia, el amor y el desamor, el engaño y la traición, la corrupción de costumbres y siempre y sutilmente la literatura, la pulsión por escribir de uno mismo y otros, la escritura como una ventana abierta al mundo».
La historiadora María José Solano Franco afirma que «la España de Cervantes no se deja retratar de manera tan sencilla. Y esa es precisamente la grieta por donde empezamos a vislumbrar la tremenda españolidad de don Miguel. Por contradictorio que pueda ser, la España literariamente cervantina se gesta (luego desarrollada en el resto de su obra) en un lugar de la Mancha sin nombre. Un espacio geográfico intencionadamente inexistente que alberga la primera road movie de la literatura, en la que el autor, a través, sobre todo, de los personajes que desfilan por ella, ajustará cuentas con su fiera, dolorosa, tierna manera de ser español». «La España de Cervantes no es una fotografía literaria que amarillea con el tiempo; es algo orgánico, vivo, secreto y esencial, como el hueso de una fruta madura protegido por un perímetro delgado e inevitable de carne amarga», agrega la colaboradora de Zenda.
El también colaborador de Zenda Emilio Lara, quien acaba de ser galardonado con el II Premio Edhasa de Narrativa por su novela Tiempos de esperanza, responde que la de Cervantes es «una España orgullosa de sí misma que también reconoce sus flaquezas, rural, con un alto sentido del honor, religiosa, con unos acusados contrastes sociales, pícara, descreída del poderoso, que subsiste con una digna pobreza y envanecida de lo que fue. Finalmente, el director del suplemento Cultura/s de La Vanguardia, Sergio Vila-Sanjuán, se centra en lo que mejor conoce: Barcelona. El autor de Otra Cataluña cuenta que «los capítulos barceloneses del Quijote constituyen el primer gran retrato narrativo realista de la ciudad que ha trascendido internacionalmente. A través de sus páginas podemos reconstruir escenas de la vida cotidiana a principios del siglo XVII, la playa y las murallas, los palacios de los poderosos, la agitación en la calle, la celebración de la víspera de San Juan… Y sobre todo, en el capítulo de la imprenta, Cervantes consagra a Barcelona como una ciudad dedicada al libro, que es la mejor imagen de ella que podía darse».
¿Y qué queda hoy de la España de Cervantes? Responde Barrero: «Lo que hace grande a Cervantes, lo que lo convierte en el clásico por antonomasia, es su capacidad para, a partir de una época concreta, trazar paradigmas universales. La España de hoy, por suerte, se parece poco a la que conoció Cervantes, pero sin embargo aún son muy reconocibles los tipos humanos que él muestra, porque el imaginario colectivo de una sociedad proviene directamente de su historia, y la época en la que vivió y escribió Cervantes comenzó a marcar el punto de inflexión entre lo que había sido y lo que sería a partir de entonces. Ya comenzaban a abrirse paso entonces las nostalgias imperiales, que hoy ciertos partidos enarbolan en sus programas, y en la España de Cervantes, igual que en la España de hoy, vemos individuos que son capaces de lo mejor y de lo peor». «Personajes que desprecian la cultura porque puede poner en riesgo la asunción ciega de sus dogmas, amos que maltratan y esclavizan a sus siervos, pícaros, trabajadores puramente pragmáticos que con comer de su jornal tienen bastante, mujeres que anhelan ser libres ante la incomprensión de los hombres que los rodean, nobles instalados en la opulencia que no dudan en burlarse de quien rehúye los dictados de la razón dominante. Y también queda patente la diversidad cultural española. Se percibe en muchos fragmentos de sus obras, pero quizá especialmente cuando, en la segunda parte de El Quijote, el hidalgo se aproxima a Barcelona, una ciudad a la que dedica elogios muy hermosos, y traba relación con el bandolero Roque Guinart», añade el autor asturiano.
Vilas apunta que «de la España de Cervantes quedan la lengua española y la monarquía. Lo demás ha desaparecido. Pero bien mirado son dos cosas importantes: una lengua y un sistema político«. En cambio, Torres-Dulce afirma que todo lo que contó Cervantes de la España de los siglos XVI y XVII y de sus gentes «sigue vigente y vivo. Rinconete y Cortadillo y el patio sevillano de Monipodio copan las páginas de los periódicos, televisiones e internet; la política es el Retablo de las Maravillas, y España sigue debatiendo su ser sobre la idea de si son molinos de viento o gigantes amenazadores, el Licenciado Vidriera, las fondas y los caminos, los galeotes…». «Posiblemente —añade el autor de Armas, mujeres y relojes suizos— el desencanto y melancolía que se perciben siempre en Cervantes se hayan transformado ahora en algo más de desamparo: la nación ha perdido pulso colectivo, el sueño del caballero andante se ha hecho más nebuloso, es un país menos heroico, más prosaico, menos castizo en sus raíces».
Entre Vilas y Torres-Dulce, Solano afirma que «la España de Cervantes, que en lo esencial es idéntica a la nuestra, es difícil de ver hoy en día. De todas maneras, Cervantes, con su enorme inteligencia intuitiva, ya lo predijo en boca del mismísimo Don Quijote: «Mi historia… tendrá necesidad de comento para entenderla». La obra cervantina ha ganado con los siglos la gloria, pero le ha costado el precio de la comprensión. Borges, otro gran cervantino, decía, en boca de Pierre Menard: «La gloria es una incomprensión, y quizás la peor». No sabemos reconocer nuestra España porque hemos dejado de leer y comprender a quienes magistralmente la contaron; más la amaron, mejor la entendieron». «Sin esas lecturas, sin Cervantes, que se nos aleja a la deriva porque no hemos echado su ancla en los colegios, estamos condenados a no saber quiénes somos«, concluye.
Por su parte, Lara señala que de la España de Cervantes queda hoy «el orgullo personal, el afán de aparentar, la envidia, el sentido del humor, el apego a las cosas más cercanas, un fuerte sentido familiar y la solidaridad con los compatriotas cuando pasan momentos de pesadumbre». Y, finalmente, Vila-Sanjuán dice: «Me gustaría pensar que se han conservado, en algunos círculos, ambientes o personas, al menos en los más valiosos, en un espacio central de nuestra cultura, aquellos valores que su obra proyecta: la tolerancia, el relativismo, la suave ironía, el sentido humanista, la solidaridad y el apoyo a los débiles, el amor por la aventura…».
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Las votaciones continuarán abiertas hasta el próximo día 3 de abril, y los resultados finales se harán públicos el día 21 del mismo mes. Puedes seguir votando AQUÍ.
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