¿Necesitas refrescar tu existencia durante unos días? U-feeling es la experiencia absoluta. Olvídate de tu viejo yo y disfruta de las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!”.
Así reza la publicidad de esta nueva empresa internacional que ha aterrizado en la capital para comercializar —nadie para el progreso— el intercambio de cuerpos. Se acabó la guerra de sexos, la guerra de clases, adiós a la xenofobia. U-feeling te abre la mente convencida de que con su tecnología puede propiciar la aproximación de enemigos irreconciliables y acercarnos a la paz universal, esa vieja utopía kantiana que parece por fin al alcance de la mano. Empatía, ese es el producto que comercializa.
La experiencia U-feeling estará disponible en diciembre de 2021, pero ya puedes conocer su decálogo, las diez normas fundamentales de You-Feeling.
En los anteriores episodios, Momar Mbayé ha contado cómo y por qué aceptó participar en una experiencia You-feeling ilegal; cómo decidió en el último momento no seguir adelante con la experiencia; cómo salió huyendo del local intercambialista de You-feeling; cómo acabo en el domicilio de los Gallardo, en el barrio de Salamanca, y la salvajada que allí sucedió con la señora de la casa.
Y a continuación reproducimos el décimo y último capítulo: La detención.
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Transcripción de la declaración de Momar
Mbayé ante la la inspectora de Policía Estatal
Julia Gordon (número profesional X-2347544) y
en presencia de la agente del departamento de
Delitos Tecnológicos Angie Peña González
(número profesional Y-212336). —continuacióncomisaría Centro,
viernes 21 de junio, 00.03
—Me caigo de sueño. ¿No puedo volver al calabozo?
—Necesitaba un parking cerca de la boca del Metro. Es la salida que utilicé a la ida. Quería volver haciendo el mismo trayecto.
—¿Qué hora era cuando entraste en el Metro?
—Un poco después de las doce.
—Pero saliste a las once menos cuarto del barrio de Salamanca. No se tarda tanto en hacer ese trayecto.
—Alargué la vuelta en coche. Me sentía mal. Tenía necesidad de conducir. Necesitaba calmarme, entender lo que acababa de suceder.
—¿No querías volver a ver a tu mujer? A fin de cuenta llevabas una bolsa llena de dinero y de objetos de valor.
—Sí, claro.
—¿Y vas y te das una vuelta? ¿Por dónde?
—De Alcalá subí hasta Ventas. Me metí de nuevo en el túnel.
—Hay cámaras. Será fácil de comprobar. Eso es media hora como mucho. ¿Y después?
—Salí en el otro extremo de Madrid y callejeé un poco. Necesitaba encajar lo sucedido.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé. Y cuando llegué al parking me quedé un rato sentado dentro del coche considerando qué hacer. No podía regresar a casa en un Yáguar robado. Me pareció que volver en Metro era lo más discreto.
—Y apareces poco antes de la una en la Estación de Atocha.
—Qué remedio. Tenía que coger el tren de Cercanías.
—En el andén te interceptaron. Se había enviado una orden de busca y captura. Te identificaron las cámaras.
—Se me acercaron unos guardias de seguridad. Me redujeron.
—Parece que no opusiste ninguna resistencia.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Desde luego no te mostraste tan brutal como en el piso de Gallardo.
—No tenía ningún sentido. No soy gilipollas.
—Y ahora llega el gran enigma. ¿Dónde dejaste el dinero que te llevaste? Porque cuando nos llamaron de la estación ya te habían registrado y la bolsa tenía todo lo que te habías llevado de casa de los Gallardo menos los cincuenta mil euros. Tuvo que ser ese rato que estuviste circulando con el coche. Fuiste a alguna parte, a casa de un cómplice. Se lo dejaste. Alguien que pueda utilizar esa cantidad para pagar el hospital de tu hijo.
—A lo mejor. Yo no digo nada. Ni niego ni afirmo.
—¿No nos lo quieres decir?
—¿Por qué debiera hacerlo?
—Porque no añade casi nada. En lo judicial, es un detalle. Has relatado con pelos y señales todo lo que hiciste esta mañana. No te ha importado admitir hasta los detalles más escabrosos. Y esto en cambio te niegas a desvelarlo. De acuerdo. Pero si piensas que ese dinero le puede llegar a tu mujer estás muy equivocado. Sus cuentas están bloqueadas. No le llegará nunca. Nada que esté a su nombre proveniente de ti o de cualquier amigo vuestro podrá llegarle de manera legal. La estaremos vigilando. Y el juez tendrá noticia enseguida de cualquier transferencia.
—La Ley de Protección de Datos no lo permitiría.
—Te veo muy seguro. Entonces es que ya le ha llegado o le has hecho llegar el dinero a tu mujer. Por eso estaba tan tranquila. Y por eso encontramos a ese médico con ella. Os habéis apañado para que reciba el dinero del robo. A lo mejor a través de tus sobrinos o de algún conocido vuestro. ¿me equivoco?
—…
—Tú mismo, Momar. De todas formas, en cuanto Tsitsi hospitalice a tu hijo sabremos que le ha llegado el dinero. Y acabarás teniendo que contar al juez todo lo que no nos quieres contar a nosotras, porque acabarán cazando a quienquiera que le haya hecho llegar el dinero. Solo estamos perdiendo tiempo. Yo entiendo que pienses que si todo esto ha valido para que tu hijo tenga su cura habrá merecido la pena. Pero ¿estás seguro? ¿Destruyendo la vida de un matrimonio? ¿De verdad crees que el mal se puede remediar haciendo más mal?
—¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?
—Todo menos violar a una mujer.
—No tengo más que decir. Creo que he completado mi declaración. Quiero volver al calabozo.
—Una última cosa. ¿Por qué te deshiciste de ese crucifijo dorado?
—¿Qué crucifijo?
—El colgante de la señora Gallardo. El que le quisiste poner cuando estaba desnuda. Es lo único que no se ha encontrado en la bolsa.
—¿Qué importa? Lo tiré por la ventanilla del coche. No tenía ningún valor.
—Es posible. Pero el detalle me intriga, no entiendo muy bien por qué.
—Estoy recién convertido al islam y me importan dos cojones los crucifijos. Estoy agotado. ¿Puedo irme ya?
—Sabes que no vas a volver a pisar la calle en muchos años, Momar.
—Lo supe desde que me detuvisteis.
—¿Y no te arrepientes de nada?
—Sí, de haber trabajado como un negro, nunca mejor dicho, durante años para esta mierda de sociedad que nunca apreciará lo que le aportamos.
—Mañana es casi seguro que tendrás un careo con el Gerente. Supongo que no volveremos a vernos más que con el juez delante. ¿Eres consciente de que todo lo que has dicho está grabado, de que se utilizará en tu contra y que te será muy difícil retractarte?
—Lo soy.
—¿Eres consciente de que la justicia española va a ser especialmente dura contigo, que te utilizará como cabeza de turco, y que servirás de ejemplo para futuras causas contra You-feeling?
—Me da absolutamente igual. Y ahora, ¿me puedo ir de una vez?
—Sí. Agente Peña, salga a avisar a los compañeros y que lo bajen de nuevo al calabozo.
*****
Una vez puesto el camisón, la señora Gallardo sale del cuarto de baño. Se echa en la espaciosa cama de matrimonio.
Debajo de las sábanas, murmura débilmente:
—No sé si podré dormir…
—Chis, evita hablar. Procura descansar, amor mío. Mañana será otro día.
Emilio Gallardo le acaricia la frente. Sentándose a su lado en la cama le da dos pastillas. Ella cierra los ojos y Gallardo sale al pasillo donde mientras su mano izquierda cierra con delicadeza la puerta de la alcoba sus ojos se fijan en la pantalla del móvil: este ha saltado del bolsillo de su chaqueta a la palma de la mano libre por obra y gracia de una manipulación casi inconsciente.
El pulgar derecho toca la pantalla táctil. Enseguida se abre una ventana: un noticiario de actualidad donde se suceden nuevas imágenes de revueltas callejeras. En los últimos meses no han cesado las protestas en todas las ciudades por la brutal muerte del afroespañol Fernandino Ngong a manos de un policía blanco. Como cada día, manifestantes indignados desfilan ante los antidisturbios. Hoy además hay imágenes de una enésima misa multitudinaria por el alma del mártir que se celebra en una iglesia capitalina y la cámara se centra en el sacerdote guineano que pronuncia la homilía.
—Esta es la verdadera historia de nuestro pueblo. Si no nos pudimos levantar, fue porque teníais vuestra rodilla sobre nuestro cuello. Nosotros estábamos hechos para mandar, no para traficar en las calles. Nosotros teníamos tanto talento como vosotros. Pero si no lo desarrollamos fue porque manteníais vuestra rodilla sobre nuestro cuello. Y no obstante, y pese a todo, resulta esperanzador comprobar que hay tanta gente blanca como negra en las protestas. Cuando lo he visto, me he dicho: los tiempos están cambiando. Y cuando he visto que también en Francia, en Alemania y en Inglaterra la gente protesta por lo que sucede en España, y se indignan contra su Gobierno actual, me he dicho: todavía hay esperanza…
La imagen se interrumpe y aparece una locutora sentada a una mesa ultradesign con la expresión hierática habitual, peinado y tinte violeta de moda. Su voz inaudible, sin sonido, la complementa el texto que corre bajo la imagen: «… la compañía You-feeling destituye a su Gerente de Madrid y nombra uno nuevo para dirigir las oficinas capitalinas tras un uso supuestamente fraudulento de servicios. You-feeling niega en un comunicado tener ningún conocimiento de las actividades supuestamente ilegales que realizó este hoy exempleado por su cuenta…».
Gallardo integra la información que sacude las redacciones de los medios estatales Él sabe lo que implica y menea la cabeza, aunque no de todo sorprendido, mientras piensa que la experiencia ha resultado más cruda y posiblemente menos excitante de lo que se esperaba. Quizás esté considerando si finalmente mereció o no la pena. Al cabo, una llamada de un número desconocido irrumpe en pantalla. El móvil vibra.
Intuyendo que puede ser importante, lo coge.
—Emilio Gallardo al habla, dígame.
Su voz suena tan confiada como siempre.
—Señor Gallardo, perdóneme que llame a estas horas intempestivas. Soy la inspectora Gordon. Estuve en su casa esta tarde. Quería informarle de que ya tenemos una confesión completa del autor de la agresión. El hombre al que detuvieron mientras vagaba por los alrededores de la estación de Atocha con la bolsa de viaje de su mujer a cuestas. Esta vez ha confesado prácticamente todo.
—¿Todo?
—Lo único que se niega a revelar es dónde dejó el dinero. Es lo único que no tenía encima cuando lo capturamos… Es el único d que nos falta por resolver.
A Gallardo se le enarca una ceja, como le sucede en algunos momentos de tensión: es una pena que la inspectora no pueda verlo. Pero se siente tranquilo. Ya le ha confirmado el abogado de You-feeling que todo está bajo control y que, siguiendo el protocolo de emergencia de la compañía, se ha destruido cualquier documento que pudiera existir vinculándolo a la empresa.
—El dinero ahora mismo es lo de menos, no se preocupe. Eso es meramente material. Tenemos el mejor seguro de hogar. Pero lo más importante es que se haya hecho confesar a ese criminal. Muchas gracias por llamar.
—Gracias a usted por su colaboración.
La sensación de Gallardo, al colgar, es agridulce. De pronto rememora lo que ha sido el día y, con el recuerdo, vuelve a experimentar un pequeño chute de adrenalina. Tras respirar y comprobar que en la cocina se mueve la chica que sustituye a la filipina, vuelve a entrar en el dormitorio a oscuras. Se sienta otra vez junto a su mujer en la cama. Ella ya está dormida. Gallardo la mira y, con delicadeza, le aparta el pelo que le cubre la frente con los moretones y los diversos rasguños.
Otra vez vibra su móvil y otra vez vuelve a sacar el aparato, que brilla en la oscuridad.
En la app de la empresa You-feeling aparece el rostro de un hombre de color y abajo una leyenda: «Momar, varón negro musculoso, veintiocho años» y el nivel de satisfacción con la experiencia. Gallardo lo duda un momento antes de dar el máximo: diez sobre diez. Aparece entonces la opción de permitir la transferencia de cincuenta mil euros y, tras reflexionar un momento, finalmente acepta. Es un primer pago y, a fin de cuentas, le ha salido, por el momento, gratis.
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