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La extraña muerte de Lord y Lady Chatsworth

La extraña muerte de Lord y Lady Chatsworth

Sherlock Holmes a lo largo de toda su carrera se había negado rotundamente a investigar casos que tuvieran que ver con lo sobrenatural. En el misterioso asunto de El sabueso de los Baskerville ya le advirtió al doctor Mortimer cuando el médico termina de contarle el motivo de su visita, al principio de la novela, que él ha limitado sus investigaciones a este mundo. Pero en el caso actual intervenían dos personas con los que el detective había tenido una gran relación de amistad y afectividad: se trataba de Lord y Lady Chatsworth, de Chatsworth Hall.

Tanto Holmes como Watson siempre habían atendido con el mayor agrado sus invitaciones a la finca que poseían en la campiña de Hampshire y se dejaban seducir por la colección de antigüedades que poseían los Chatsworth y algunos de sus vecinos. Entre ellas citaremos curiosos objetos que se dice habían pertenecido a las primeras excavaciones realizadas en el antiguo Egipto y, como curiosidad, el escritorio de campo que utilizaba Napoleón.

Lord Chatsworth había sido buen amigo del egiptólogo británico W.M. Flinders Petrie, quien le había contagiado su pasión.

"Lo verdaderamente curioso del asunto es que por la tarde recibió la visita de lord Chatsworth, quien poco más o menos venía a visitarle con la misma cantinela, pero invirtiendo los términos"

Una mañana de principios de primavera, Holmes recibió la visita en Baker Street de lady Chatsworth, quien dijo querer comentarle algo en privado. Como Watson no estaba en casa no hubo ningún problema en atender su requerimiento. Ella le confesó, con lágrimas en los ojos y bañada por una inquietante palidez, que creía haber perdido el amor de su esposo, por la brusquedad y el desafecto con el que la trataba. Le dio a entender que toda una vida de hermosa convivencia se había diluido como la bolsita de azúcar en una taza de té y ella sospechaba de la existencia de otra mujer. Holmes la calmó y le dijo que no hiciera juicios precipitados, que él investigaría, con la máxima prudencia, la vida de su esposo y la tendría al corriente.

Lo verdaderamente curioso del asunto es que por la tarde recibió la visita de Lord Chatsworth, quien poco más o menos venía a visitarle con la misma cantinela, pero invirtiendo los términos. Es decir, que él sospechaba de la existencia de otro hombre en la vida de su mujer. Durante la charla reiteró el cariño que sentía por su esposa y le pidió a Holmes que consiguiera alguna información. Lord Chatsworth era un caballero a la vieja usanza y le pidió perdón al detective porque conocía la animadversión que Holmes tenía por investigar los casos que afectaban a sus amistades.

El detective le sirvió un whisky, charlaron amigablemente durante un rato junto a la chimenea, en todo momento Holmes defendió a capa y espada la fidelidad que le presuponía a su esposa, y le dijo que le parecía algo desleal investigarla, dada la confianza y la amistad que tenía depositada en ella y la dama en él. Lord Chatsworth entendió el mensaje, y al abandonar la sala de estar hizo algo inusitado en un noble inglés: se abrazó a Holmes y lloró sobre su hombro con gran desconsuelo. El cuerpo del visitante estaba helado, como si viniera de haberse sumergido en las aguas del Támesis. En ese momento el detective recordó que por la mañana le había sorprendido lo fría que notó la mano de Lady Chatsworth cuando se la estrechó con la mayor delicadeza.

"Usted, Watson, como médico, me puede facilitar alguna explicación de lo que se puede sentir poco después de morir"

El resto de la tarde lo pasó Holmes dándole vueltas a la cabeza y fumando pipa tras pipa y no le encontró ninguna lógica al asunto. Todo tenía que ser un malentendido que él se encargaría de solucionar. Al poco tiempo regresó Watson de su club y hablaron de temas ajenos a la preocupación que embargaba la mente del detective.

Cuando acabaron de cenar, la señora Hudson recogió los platos y les dijo que el señor Stevens, mayordomo de los Chatsworth, deseaba hablar con Holmes.

—Dígale usted que pase —contestó el detective, y al momento penetró en la sala de estar un personaje que ya conocían y al que invitaron a sentarse a la mesa con la mayor cordialidad. Al mayordomo no le pareció muy profesional tomar asiento, pero se lo agradeció al detective con un gesto serio y a la vez afectuoso.

—Soy portador de muy malas noticias, señor Holmes. Acabamos de saber en Chatsworth Hall que nuestros señores, que se encontraban en Egipto visitando unas excavaciones, quedaron prisioneros durante unos días en el interior del pasadizo que conducía a una tumba, y cuando por fin se pudo rescatarlos, los dos estaban muertos, y como sé el afecto que se tenían he venido de inmediato a ponerles al corriente.

Aquella noche antes de acostarse, Holmes le preguntó a Watson:

—Usted, Watson, como médico, me puede facilitar alguna explicación de lo que se puede sentir poco después de morir.

Y Watson supo en el acto que su amigo acababa de atender un caso inexplicable.

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