La popularidad de la obra de Charles (“Chas”) Addams, y en concreto de su famosa familia de monstruos, la celebérrima Familia Addams, siempre ha estado muy ligada (especialmente en el caso del público no estadounidense, o no neoyorquino, o no lector, al cabo, de la revista The New Yorker) a los éxitos televisivos. Así ocurrió en los años 60 con la serie homónima y su afamada competencia con Los Monster, y así ha sucedido recientemente con el éxito de la serie Miércoles, centrada en la hija de los Addams, y dirigida por Tim Burton, deudor de la estética de Edward Gorey y fan del propio Chas.
¿Cómo eran las viñetas originarias de Addams? Lo diremos pronto e intentaremos que bien: eran ejemplos de un humorismo basado en el desenmascaramiento de las convenciones y en el regocijo de la diablura, en la manifestación lúdica de la maldad.
Maestro consumado del one-liner (género que funda su mecanismo en la simultaneidad de una única viñeta y una única línea de texto cuya fricción desata la chispa de un humor agudo), Addams, de afiladísima inteligencia cómica, no necesitaba en ocasiones ni la línea para despertar la risa.
Así ocurre en el caso de muchas de las viñetas protagonizadas por los miembros de la familia (Morticia, Gómez, Pugsley, Miércoles, el criado Lurch, el tío Fétido…) que, sorprende recordarlo, apenas juntan tres docenas en una obra publicada de más de mil. Fueron suficientes para despertar el interés de los productores televisivos y perpetuar la fama de un autor con múltiples registros (recordaremos una de las infinitas viñetas de una línea que, sin pertenecer a las de la familia que adoptó su apellido, muestra perfectamente el tono de su humor: dos faquires duermen plácidamente sobre sus lechos de clavos. Curiosamente, el lecho incorpora una tablilla también con clavos para acomodar la cabeza. Uno de ellos se levanta de la siesta y le dice al otro, empuñando el objeto pinchudo: “¿Hace una pelea de almohadas?”).
Decíamos que Addams no necesitaba línea de texto en muchas de las viñetas de la familia, y esto es particularmente cierto en las protagonizadas por el tío Fétido. Así, veremos cómo alimenta en el parque a los buitres, ante la mirada atónita del que da de comer sólo a las palomas. O cómo asiste regocijado a una película de cine, mientras en la sala de butacas todos lloran compungidos. Hablando de palomas, veremos cómo en otra viñeta el tío Fétido quita la capucha a su halcón y lo anima con entusiasmo a visitar el palomar del vecino. Es la risa de lo opuesto y la risa de la gamberrada, tan disfrutada por los niños (recordemos el ejemplo egregio de Max y Moritz, los personajes tremendos de Wilhelm Busch). En otra viñeta (las obras de Chas Addams son difíciles de parafrasear, pues su precisión gráfica es capaz de contar una historia de un solo golpe), tío Fétido cede el paso con la mano, cortésmente, al coche que viene detrás de él. Afrontan una curva en un barranco y por el carril contrario circula inexorable un camión.
Las situaciones mudas prosiguen: veremos a la familia volcar un caldero de agua hirviendo sobre un coro de incautos cantantes navideños, que entonan inocentes villancicos en el portal de la casa (en realidad no vemos volcarlo sino que la viñeta nos muestra el instante previo, porque en Addams el humor no surge de lo evidente sino de su construcción mental. Ahí reside su inteligencia, en el juego de anticipaciones o deducciones, que convierten la viñeta en un juego de imaginación para el lector).
El juego es una parte decisiva de su arte, el traslado a un mundo de acciones ejecutadas libremente: los pequeños Pugsley y Miércoles juegan a decapitar muñecas en la guillotina mientras su madre prepara la cena. El muchachito travieso ha decorado su cuarto con señales robadas de lugares concretos con total precisión: “No potable”, “Peligro, desvío”, “Alto voltaje”, “Piscina vacía”, etc.
La naturalización del mundo al revés propicia situaciones grotescas: el regalo a los pequeños si sacan buenas notas no será un gatito, sino un reptil monstruoso; la cena festiva es un lechón con dos cabezas y sendas manzanas en su boca.
La ternura se convierte en carcajada al darle la vuelta a la sentimentalidad: el gran lienzo paisajístico que decore la casa será un enorme camposanto sembrado de lápidas. Así opera la risa de Addams, como un juego de inteligencia que muestra el verdadero interior de los humanos a partir de la figura de sus monstruos. La lectura de sus viñetas produce algo similar a lo que les ocurre a los protagonistas, la simpática familia asomada al gran ventanal de la mansión, tras el cual acontece una terrible tormenta devastadora. Dice la línea de texto: “Hoy es uno de esos días en los que te sientes feliz de estar vivo”.
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Autor: Charles Addams. Traductor: Óscar Palmer Yáñez. Título: La familia Addams y otras viñetas de humor negro. Editorial: Valdemar. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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