La sátira es uno de los tonos de la contemporaneidad, pero tampoco es exclusivo de estos tiempos. Cínicos —uno de los ropajes más comunes con los que se viste la sátira— hubieron antes incluso de que los cínicos le dieran nombre a una particular mirada sobre el mundo. Si añadimos a esa perspectiva una lupa que se pose en eso tan extraño, demoledor, insistente, perdurable, doloroso y esperanzador a un tiempo, poderoso y tremebundo, pasional y agotador, eso, al fin, donde todo cabe y que muchos llaman familia, ya tenemos el cóctel del que se sirve Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) para armar la primera parte autónoma, aunque tentacular, de una trilogía anunciada que inicia la andadura por la historia a lo largo de cincuenta años del clan de los Hildebrandt, a los que echa a andar por los escenarios del Medio Oeste norteamericano a principios de la década de los setenta.
Lo que intenta hacer Franzen a lo largo de medio siglo en la vida de una comunidad ya lo hizo Luis Rosales en un solo día con la trama entrelazada que montó para La noria, aquella novela coral hoy olvidada que le valiera el Premio Nadal en su edición de 1951. Más tarde, Robert Altman llevó a la gran pantalla los cuentos de Raymond Carver mediante la estrategia acertadísima del encadenamiento de peripecias en la deliciosa Vidas cruzadas (1993), y el acercamiento fue semejante. En el caso de la última novela de Franzen se ha hablado de “prodigioso tapiz”, y mucho de eso hay en Encrucijadas (si el bluesman Robert Johnson todavía viviera seguro que le pediría royaltis por usar el nombre de una de sus mejores composiciones para titular la novela, a pesar de haber sido inspirado por el mismísimo diablo, al que cuenta la leyenda que vendió su alma, precisamente, en un cruce de caminos). Si cae en algún exceso, se debe a que desde hace unos años el autor de Las correcciones cambió el posmodernismo por la estética decimonónica, en un intento por asumir el papel de salvador narrativo en pos de la construcción de la deseada Gran novela americana. Tal vez la confusión estribe en lo de Gran entendida como voluminosa: la literatura española cuenta con el Quijote, pero también con el Lazarillo. Me pregunto si a lo mejor entre El Gran Gastby de Francis Scott Fitzgerald y Murder Most Foul de Bob Dylan ya se ha encontrado la tan ansiada pieza que revele el tiempo destilado del hoy mismo. Los hay que no cesan en su empeño. Franzen tiene la ambición suficiente y el talento necesario para emprender la aventura. De momento, sin embargo, anda persiguiendo quimeras más mundanas que las que trataba de apresar en la historia de los Lambert de Las correcciones, la ingenuidad de Purity de Pureza o los despreciables Berglund de Libertad.
El pastor Russ Hildebrandt, patriarca de la saga, anda en horas bajas (o altas, según se mire), arrastra una crisis que va a desembocar en el fin de la pesarosa relación que ha establecido junto a su esposa Marion. La cosa pinta divorcio. Sus hijos descubrirán la sorpresa en la familia mientras todavía llegan los ecos de la guerra de Vietnam, que van y vienen como el fracaso del matrimonio bajo cuya sombra prosperaron. Les toca volar a todos, desde el primogénito universitario Clem, reinventado en moralista que regresa a casa para enfrentarse de un modo inesperado a la vida adulta, asumiendo el zeitgeist, pasando por su hermana Becky, que pasa de meliflua quinceañera a representante oficiosa de la contracultura; sin olvidar el ingenio para los negocios que destila el tercer retoño de la pareja, el brillante Perry, cuyos amigos de instituto no entienden que haya pasado de camello a buen chico de la noche a la mañana. De Jay, el pequeño de la familia, sólo puede decirse que es un milagro que todavía esté cuerdo con lo que tiene encima, y trata, como se nos presenta, de abrirse camino entre la incertidumbre y el asombro en las calles del pueblo ficticio de New Prospect (Illinois).
Si hablamos de asombro, la sequía narrativa que acució a Franzen los años del mandato de Bush amagaba con volver con la llegada de Donald Trump al poder, pero el miedo a que se repitiera hizo que tratara de compensar la estulticia reinante de los últimos años encerrándose en un despacho seis horas al día siete días a la semana para dar forma a Encrucijadas. El pasado cercano manda, y la novela se nutre —a la espera de las décadas a las que Franzen dedicará los años venideros— de hippies, reivindicaciones por los derechos civiles, drogas y amor, mucho amor, del tóxico y del otro, es decir, del que prospera en el mismo bote, ya sea por agitación o por decantación. La nación temerosa de dios empieza a hacerse añicos. Franzen es su cronista. Cuando el relato llegue a nuestros días, la desesperanza trabajará sin demasiados impedimentos por apoderarse del relato. Si se acerca al descreimiento del último Dickens, estará en disposición de asegurarse un lugar destacado entre los forjadores de ese ensueño que es la escritura de la Gran novela americana. El cóctel va cargado por el momento de notas de The Who, Colette, Vietnam, Camus, Sartre, Carole King, Donovan, Richie Havens, blues, drogas, amoríos, muchos rezos (“francamente, es más probable que sientas algo un martes que un domingo”) y canciones de hermandad con rasgueos de guitarra en canciones de fraternidad y protesta alrededor de un fuego que tiene de cálido lo que tiene de inconsistente. No sabemos si va en serio con esos apuntes climáticos al principio de algún capítulo, pero sí sabemos que ciertos juegos tipográficos que maneja sonrojarían a estas alturas a Lawrence Sterne, y deja para las antologías de las metáforas de encuentros amorosos una que habla de tejidos universales desgarrados, en ese mismo orden. Pero, ay, mantiene el empeño en tratar de mecer a las estrellas con su son. Después de Encrucijadas, su novela más madura y equilibrada, el sueño ya está más cerca de hacerse realidad. Lo que no podrá cambiar es que sea varón, blanco, heterosexual, miembro privilegiado de la clase media alta, un poco santurrón, lector de Elena Ferrante (ya se ha olvidado de Thomas Pynchon) y, desde luego, un bocazas que se sabe brillante y que aquí lo demuestra de sobras. Todavía le quedan dos entregas más para ejercitarse en el empeño.
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Autor: Jonathan Franzen. Título: Encrucijadas. Editorial: Salamandra. Traducción: Eugenia Vázquez. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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