Quince de mayo de 2011. En la Puerta del Sol se reúnen miles de personas. Unos van de paso, otros se distribuyen en carpas en las que acamparán durante semanas. Dicen estar indignados, y hay motivos para estarlo: una de las crisis financieras más devastadoras embistió entonces contra las grandes economías, y España había alcanzado un índice de desempleo de 4,9 millones de personas, el doble de la media europea.
Diez años después, el 15-M y su espíritu de la «Tierra de Nunca Jamás» luce borroso. La efervescencia revolucionaria menguó, no así los problemas: el malestar por los recortes exigidos por la UE, el Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional; un adelanto electoral (el de José Luis Rodríguez Zapatero); las severas reformas para reducir el déficit del gobierno de los populares; la caída del poder adquisitivo; el desmantelamiento de las Cajas de Ahorros; los desahucios por impago… En ese contexto emergieron nuevos actores políticos. Muchos de ellos, como Podemos, salieron de la Puerta del Sol. La palabra relato entró a empellones en la cosa pública: el fin del bipartidismo, el falso consenso de la Transición y la llegada de una nueva política que regeneraría las cosas.
Desde entonces ha transcurrido una década en la que España ha hecho frente a una de sus crisis económicas más dramáticas, un rescate bancario, una abdicación y un posterior exilio de Juan Carlos I. También cinco elecciones, una declaración unilateral de independencia en Cataluña y la posterior aplicación del artículo 155. Además, claro, de la primera moción de censura exitosa en 40 años de democracia, que derivó en unas elecciones generales (con repetición incluida) y llevó a Pedro Sánchez a Moncloa. Hasta aquí el escenario, ahora viene (o no) la literatura.
El relato
Durante la década que separa el 15-M del presente, la novela con énfasis social, la novela negra, el thriller y el policiaco cobraron fuerza, acaso porque proponían el registro propicio para glosar un mundo en trance de desaparecer. El movimiento de los indignados alcanzó una escala global hasta desembocar en fenómenos como los chalecos amarillos en Francia, el mismo que refleja Michel Houellebecq en Serotonina (Anagrama), una novela que retrata la desintegración de un hombre, de una sociedad e incluso de una civilización. Europa, pues.
En la España de la última década se escribieron novelas y ensayos, aunque quedó de manifiesto cómo el fenómeno 15-M parecía inducir una ola de escritores que decidieron contar la propia precariedad como si de Las uvas de la ira se tratara… La ficción se encerró entre las cuatro paredes de trabajadores precarios, el relato de los desahuciados por el banco y el lento trasiego de afrontar una época de vacas flacas. Eso como escenario de conflictos individuales, como circunstancia, pero no necesariamente como razón de ser.
Los libros importantes de aquel momento fueron escritos al margen, eran producto de un proceso de maduración individual. Ocurrió con En la orilla (Anagrama, 2013), en cuyas páginas Rafael Chirbes construyó lo que muchos llaman la gran novela de la crisis. Leída en conjunto con Crematorio, En la orilla compone el fin de fiesta del progreso económico y social, que hasta entonces se había comportado como un espejismo bajo el que crecieron varias burbujas, entre ellas la inmobiliaria.
Chirbes, un autor con una obra sólida y destacada, consiguió hacer saltar en la literatura la chispa de un malestar mayor. Plantó la semilla de una reflexión que otros autores interpretaron en otras claves, y que ya venían trabajando escritoras como Belén Gopegui o Marta Sanz, cuya obra abona ese territorio mucho antes del fenómeno 15-M. No hay novela ni ensayo de Sanz que no aborde el malestar: desde aquella serie de novela negra que incluía Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás hasta ensayos como No tan incendiario (Periférica).
La ficción del 15-M… o el 15-M como ficción
Incluso diez años después del 15-M y su épica, cuesta trabajo dar con una narrativa de referencia que permita encuadernar lo que ocurrió durante esa década. ¿Fue el 15-M una ficción en sí mismo? ¿Generó algún impacto literario? ¿Pueden los autores y lectores de los últimos años identificar un libro, incluso alguno propio, que lo atestigüe?
La escritora Elvira Navarro no cree que exista tal cosa como una novela del 15-M. “El relato político siempre ha participado de la ficción en la medida en que es una proyección hacia el futuro, que es un tiempo que no existe y sobre el que inevitablemente se proyectan utopías”, explica la autora de La trabajadora, una novela publicada en 2013 sobre la precariedad laboral de las clases medias a través de la voz de una correctora de textos a destajo.
Cuando al escritor Daniel Gascón se le pregunta qué aspecto, positivo y negativo, persiste del fenómeno de los indignados, tiende a proyectarlo en un contexto social, no literario: “Diría que entre las cosas más negativas están el componente adanista y narcisista que tenía, y la negación de la idea de representatividad”. Algo más crítico, el escritor Sergio del Molino va en la misma línea y apunta que el 15-M “sirvió para que una generación crecida en una sociedad mayormente apolítica construyese unas señas de identidad tribales en torno a la política y para ideologizar muchos aspectos de la vida cotidiana que eran ajenos a los sermones”.
Pero… ¿y la novela? ¿Existe o no una novelística ligada al fenómeno? “No lo creo, o no me parecen relevantes las obras que ha inspirado hasta ahora. Sí ha propiciado un auge del ensayismo, pero supongo que es algo coyuntural, propio de épocas politizadas como la que vivimos”, zanja Del Molino, un escritor cuya voz se distingue, rotunda y única, en esos años. Así lo demostró La hora violeta, una novela publicada en 2013 y cuyas páginas están dedicadas a la pérdida del hijo. El libro marcó un antes y un después no sólo en la obra de Sergio del Molino, sino también en sus lectores. La obra se convirtió en referencia y sobrepasó con creces la veintena de ediciones.
De vuelta al 15-M como épica o telón de fondo, los libros siguen siendo pocos. ¿Pero hubo o no hubo? A juicio de Gascón “hubo muchas y a la vez ninguna”. Como primer ejemplo cita Los combatientes, la primera novela de Cristina Morales. Publicada en Caballo de Troya, la novela, que también ha elegido Elvira Navarro, está protagonizada por los integrantes de una compañía de teatro universitario. Parapetada en la reflexión sobre la realidad y la representación, Morales pone en boca de sus personajes no el discurso libertario e indignado de los jóvenes del siglo XXI, sino el ideario de la Falange al transcribir sin alusiones (e intencionadamente) un trozo del discurso de Ramiro Ledesma, fundador de las JONS y uno de los intelectuales fascistas más destacados.
En algo parecido a un repaso, Gascón amplía la mirada: “Tienes Asamblea ordinaria, de Javier Morales, Ejército enemigo, de Alberto Olmos, y Acceso no autorizado, de Belén Gopegui”, refiriéndose a las novelas cercanas al momento en que ocurrió el 15-M y cuya temática encontraba alguna relación con la protesta social, el mundo de la política y la informática. “Seguro que hay más obras. No me parece que haya una novela de referencia, quizá es pronto y el cierre de la llamada «nueva política» permita hacer una novela con esa vocación, aunque creo que la gracia es que haya muchas aproximaciones complementarias”.
Escasea la ficción en este tiempo, pero se multiplica el ensayo, la columna y el análisis. La falta de novelistas identificables se opone a la irrupción de una nueva generación de ensayistas, autores que escriben en prensa y que se acercaron, entre otros episodios, al fenómeno Indignados: Ramón González Férriz, Máriam Martínez-Bascuñán, Clara Serra o Carlos Granés son algunos de los nombres que enumera Gascón, director de Letras Libres España.
Novelas hubo, sin duda, una parte de ellas volcadas en la temática social. Por ejemplo, Isaac Rosa publicó La mano invisible (Seix Barral, 2011), La habitación oscura (2013) o sus relatos reunidos en el volumen Compro oro. También aparecieron novelas como Democracia (Seix Barral, 2013), en cuyas páginas Pablo Gutiérrez recrea el panorama social durante la caída de Lehman Brothers. Desde Elena Medel, con su novela Las maravillas, hasta libros más comprometidos y militantes con determinadas agendas, la precariedad creció como tema, pero no necesariamente en la dirección en que se gestó durante el 15-M, es decir: una concepción asamblearia, directa, participativa y a su manera utópica.
Aquel malestar comenzó a disgregarse en un particular archipiélago de ideas: precariedad, periferia, clasismo, segregación, racismo, gentrificación, despoblación, feminismo. Lo común se desglosó en relatos individuales o grupales, cuando unos años antes se había planteado en términos colectivos. Si el 15-M fue un punto de partida para cambios sociales y políticos, acabó desdibujándose como situación. Diez años después resulta aún pronto para identificar si aquel fenómeno aportó algo a la ficción o si se limitó a serlo en sí mismo.
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