A veces, cuando mis hijas me preguntan cuándo fue la primera vez que vi una película, me cuesta responder. Pero me cuesta aún más explicar por qué me cuesta responder.
Antes había ocasiones en las que llegabas a ver un trozo de algo, o lo pillabas empezado y seguías por donde iba, sin posibilidad de volver atrás o de recuperar la parte que no habías visto.
Antes había veces, incluso, en las que no sabías lo que estabas viendo, porque no tenías ningún periódico cerca o porque el teletexto no estaba completo, o porque lo estabas viendo en una casa anónima o un bar anónimo o un tren anónimo y no había posibilidad de consultarlo.
Antes era muy posible que una película se quedara sin titular en tu cabeza y se convirtiera en aquella cosa que viste aquella vez, en la que salía aquel actor que no has vuelto a ver en ningún sitio.
Antes, ni siquiera eras capaz de explicárselo al del videoclub para que te buscara esa película a la que, sencillamente, querías ponerle nombre. Porque antes había veces en las que no tenías información suficiente y no sabías qué era lo que tenías que buscar.
Antes había historias de ficción que se convertían en recuerdos incompletos; en películas que solo habías visto tú. Y había conversaciones en las que se lo contabas a otros que, a su vez, te contaban sus propios traumas de ficción sin nombre; sus propias historias ilocalizables, que vieron en la casa del pueblo o de la playa hacía tanto tiempo y no habían vuelto a ver. Te explicaban todo lo que recordaban sobre la película y buscaban la esperanza de un brillo de iluminación en tus ojos; un desviar de tu mirada hacia el recuerdo. Un me suena un montón. Lo mismo que habías esperado antes tú de ellos.
La mayoría de las veces no ocurría y cada uno se iba por donde había venido, cargando con sus mismas pequeñas frustraciones en una memoria joven que parecía la de un viejo.
Otras veces, en cambio, alguien desvelaba algo. Se te quedaba mirando y decía sí, sí, sí, sé cuál es. Decía espera, espera. Chasqueaba los dedos, añadía detalles, tú los confirmabas, impaciente, y los dos entrabais en una suerte de trance al borde de la alegría. Os poníais de pie. El que había recordado algo daba un título y tú decías puede ser —porque no lo sabías—, y entonces los dos corríais juntos a buscar una manera de confirmarlo; con el del videoclub, nuevamente, o con algún otro gurú del cine, que solía tener forma de persona mayor y que podía ayudar a llenar los últimos huecos.
Si ocurría todo eso, el momento se transformaba en un instante de elevación personal para el que había desbloqueado el recuerdo y, también, por empatía, para todos los que estaban presentes. La película pasaba a ser una historia restada de la inexistencia; una que pudo haber desaparecido, pero regresó de entre los muertos. Una cosa que no te habías inventado. No importaba si era buena o mala; no se trataba de recomendarla, sino de hablar de ella como de algo que ahora ya te pertenecía porque dejaba de traumatizarte cada vez que lo traías de vuelta desde el recuerdo.
***
Hoy en día, nada de aquello parece posible. No existe esa segunda capa escondida detrás de la ficción, reservada para lo que no sabes lo que es. Hoy en día todo es localizable. Tarde o temprano aparecerá. Si no te lo dice Google, te lo dirá ChatGPT. Si no te lo dice ninguno de los dos, te lo dirá algún foro.
Hoy en día es casi imposible que una ficción se transforme en leyenda. No existen esas conversaciones que acaban en frustración y que convierten a los amigos en detectives de calle que van de fuente en fuente y que deambulan por la sombra de la duda.
Hoy en día puedes elegir lo que dejas sin terminar. Puedes ponerle nombre a lo que has completado y a lo que no. Puedes seleccionar tus traumas de ficción.
No estoy diciendo que hayamos perdido algo bueno. No se trata de tirar de nostalgia para defender que los de mi generación tengamos forjado el carácter a base de la dificultad. Cada juventud tiene sus luchas.
Se trata, más bien, de mencionarlo para entender que antes estábamos acostumbrados a vivir en esa ignorancia. Y digo “esa” porque hoy en día la gente se acostumbra a vivir en una ignorancia diferente. Hoy en día se vive en la ignorancia de saber que podrás encontrar lo que ignoras. Hoy puedes elegir la ignorancia. Puedes justificarte mejor cuando dices que no tiene sentido acumular información que podrás buscar cuando te dé la gana.
Lo que yo me pregunto es si sabrás qué es lo que tienes que buscar.
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