Libro a libro, sin prisa ni pausa, Miguel Barrero ha creado una obra compacta, con una fuerte vocación internacional y un importante componente metaliterario. La literatura misma es protagonista y también lo es la relación de los escritores con ella. Así lo hizo con Pessoa, en El rinoceronte y el poeta, con Machado, en Camposanto en Colliure y ahora se atreve con el mismísimo Dante. Todos conocemos a Dante Alighieri —o más bien lo dantesco, omnipresente como sinónimo de lo horrible—, pero tal vez no seamos conscientes de su importancia. No olvidemos que Dante configura tanto nuestra imagen del infierno como el espacio que corresponde a cada pecador. Barrero juega, por tanto, con referencias universales, lo que facilita su éxito y que su obra sea entendida por lectores de cualquier país. Tal vez el futuro de la narrativa vaya por ese camino, que combina el entrenamiento inteligente con la calidad. Además en el caso de Barrero no cae en la pedantería: la fluidez de la prosa se sitúa por encima de la erudición.
La otra orilla se emplaza entre la autoficción y la ficción, y realiza un juego entre la realidad y la fantasía que no se limita al propio autor-narrador. Sin embargo, la verdad estricta de lo narrado no importa porque “la ficción miente, pero no engaña”. Es decir, no importa tanto la certeza de lo contado como su verosimilitud. Tal intención aparece incluso en el propósito inicial del protagonista: “Cuando, dos o tres meses antes de emprender mi viaje a Buenos Aires, la funcionaria que se encargaba de coordinar mi agenda me solicitó en un correo electrónico que le indicara el tema sobre el que tratarían tanto mi taller como la charla que debía arroparlo, elegí hablar sobre las relaciones, a menudo confusas, que se establecen entre la realidad y la ficción”.
Las referencias son más o menos evidentes: en La otra orilla se detecta el peso de Roberto Bolaño y también de las novelas de Umberto Eco, sobre todo de la compleja y memorable El péndulo de Foucault. El propio título ya nos conduce hacia cierta posmodernidad, con la polisemia de esa otra orilla, que es al mismo tiempo América y una zona distinta de la realidad, vedada para el común de los mortales y abierta solo para iniciados. La novela sería, entonces, la revelación, la apertura a los lectores de secretos hasta entonces ocultos. Por supuesto también hay referencias argentinas. La más evidente es el fervor libresco de Jorge Luis Borges. Vila-Matas también aparece, pero la arquitectura absolutamente novelesca —y hasta cierto punto clásica— de La otra orilla le aleja de la que parecería una referencia obvia.
El propio Barrero también estuvo en Buenos Aires. Las causas fueron idénticas a las del narrador: motivos académicos. Ignoramos si las peripecias que vivió se asemejan a las de su personaje. Podemos intuir que algún encuentro o referencia abrió el camino de la ficción. Otro punto de conexión con la realidad es la existencia del Palacio Barolo y su delirante propósito de reproducir en un edificio la inabarcable obra de Dante. No en vano en el siglo XX, 1923 en concreto, los rascacielos eran los nuevos templos, condición que se ha mantenido hasta nuestros días. Los millonarios de Silicon Valley no son los primeros ni los únicos en hacer sus locuras realidad. Nos encontramos, por lo tanto, con un patrón clásico: un profesor curioso comienza a tirar de un hilo y se ve metido en un lío tan descomunal como desconcertante (no puede obviarse, en el desarrollo de la trama, la influencia del primer Auster). Como el propio Barrero afirma respecto de su periplo argentino: pensaba encontrarse con Borges, Bioy y los clásicos porteños, y se encontró con Dante.
Está presente también, como un telón de fondo que nunca toma el protagonismo pero tampoco lo deja, la nostalgia por la Argentina que pudo ser y solo durante unos pocos años fue. Un tiempo que coincidió, en parte, con la construcción del Palacio Barolo. Argentina era ese país que rivalizaba con Estados Unidos por el liderazgo de América, y ahora, tras un interminable declive, se ve obligado a escoger entre lo malo y lo peor. Fueron aquellos años en los que miles de emigrantes italianos llegaron a Argentina huyendo de la guerra y la pobreza. La otra orilla también es, en parte, una novela de amor y aborda esa pretensión infinita —quién sabe si sofocada por los logros digitales de nuestros tiempos— de escapar a la muerte y seguir en contacto con los seres queridos.
Lo onírico, la presencia continua de los círculos de Dante —por ejemplo en la propia estructura de la novela—, la perplejidad del narrador, su progresiva distorsión de la realidad y su fluctuación entre el azar, la necesidad y la pura paranoia no obstaculizan la verosimilitud de la trama, más bien contribuyen a su originalidad. Nada de esto sería posible sin la espléndida escritura, la creación de matices y la complejidad de los personajes, cuyos matices, dobleces y traiciones se van revelando, sin caer en la incoherencia pese a la complejidad. Tampoco cae en el tópico, pese a la cercanía de arquetipos, como la femme fatale. Además, pese a las altas expectativas creadas durante las primeras páginas, la novela no se cae. Más bien al contrario, avanza inapelable hasta la conclusión. Nos encontramos, por lo tanto, frente a una novela magnífica. Y además muy entretenida.
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Autor: Miguel Barrero. Título: La otra orilla. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros.
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