Los naufragios del corazón, de Benoîte Groult, publicado por Libros del Asteroide, narra la fidelidad entre George y Gauvin a lo largo de su vida. Ambos son amantes, George pasará por tres matrimonios, a lo largo de ese tiempo se quedará embarazada, cambiará de trabajos y de países. A pesar de las corrientes vitales, Gauvin siempre estará latente y será de los primeros al que llame cuando muera su madre. La pasión entre ellos aprenderá a derramarse de forma furiosa e intermitente en la perfecta concavidad del otro.
En los pueblos las personas suelen tener solo una vida. Sin embargo, en las ciudades resulta una obligación tener varias vidas, pues las oscilaciones laborales y el flujo de personas exige la constante revisión de las creencias bajo las que se funda la personalidad. En las ciudades uno se tropieza con la invitación a descubrir nuevas facetas de uno mismo, algo que resulta difícil en las dinámicas rurales, donde los cambios se viven como perturbaciones y deshonras. George y Gauvin pertenecen a estos dos universos antagónicos, aunque tienen algo en común: viven obedeciendo las corrientes del cuerpo, similares a las del mar.
Los temas de conversación entre ellos son incómodos: ella le lleva a su terreno, la poesía, la historia o los museos; él comparte su vida marítima. Ambos son absolutos extranjeros, pero no pervierten el deseo con palabras o conversaciones, aprenden desde el principio que sus cuerpos hablan espontáneamente la misma lengua, aunque sus bocas hablan distintos lenguajes.
En uno de sus primeros encuentros, Gauvin visitará a George y pasará unos días en París. Su interés es sencillo, está enamorado, de modo que confiesa sus intenciones: formar una familia. El juego de la vida para George no se reduce a ser la mujer de un marinero y madre en un pueblo. Gauvin se marchará desilusionado. Quizá por venganza, por inercia o supervivencia, se casará y tendrá hijos. George seguirá un esquema similar, pero con ramificaciones y disrupciones como el divorcio. Pasados los años, se encontrarán de nuevo y el cuerpo impondrá su tiranía, convirtiéndose en amantes esporádicos.
Groult narra una historia que a simple vista es una infidelidad, pero en la que secretamente encontramos la más auténtica de las fidelidades. Los amantes se comprometen con otro tipo de fidelidad que obedece al delirio rapsódico del cuerpo, sin que las pretensiones culturales eclipsen la fugaz estrella que supone el orgasmo de los que se desgarran en el deseo. No caben en el tiempo de los amantes todos esos planes domésticos que sumergen las vidas conyugales en imbricadas rutinas, donde la euforia carnal se convierte en algo extraordinario, como un día de fiesta en el mejor de los casos. En el peor, el despertar de la carne se extingue. La pasión es una excepción que pocas veces se doblega ante la vida previsible. Los amores alquitranados suelen desembocar en la infidelidad del cuerpo.
El amante se posiciona como aliado de un tiempo exiliado de la temporalidad. Los amantes no se desangran en las fatigas de los compromisos redundantes que existen en las relaciones sentimentales y que acaban fosilizando la pasión en las largas distancias. El amante es consciente de que el mañana es hoy. La marca de lo efímero exprime el apetito. No hay idealización en esta historia entre amantes, porque tan pronto los encuentros se alargan el cuerpo de Gauvin se desvaloriza como amante, por ejemplo cuando se pasean por lugares comunes, como Disneyland. George aquí aborrece a Gauvin, incluso se avergüenza de él, por su básica predisposición para el ocio.
El amante es un salvavidas. Su fidelidad consiste en ser la orilla que rescata la pasión después del naufragio. La infidelidad aparece cuando se pretende institucionalizar la pasión en artificios ajenos a las caricias, el sexo, la piel o el olor, en suma, los dictados de las mareas corporales, y se desvirtúa en pretensiones heredadas respecto a lo bueno, lo canónico o lo estático. El amor con garantías certificadas de eternidad es un pueblo, la pasión enamorada es el oleaje de una ciudad.
Gauvin asumirá las reglas de George, acaso porque el tiempo le demuestra que ella es tierra firme. George descubre que su vida ha sido también un mar, pero que siempre encontró en Gauvin el hogar. Ambos aprenden que la fidelidad es una transitoria constancia, como un puerto en el que se desembarca después de navegar las caprichosas mareas de la pasión.
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Autor: Benoîte Groult. Traductora: Lydia Vázquez. Título: Los naufragios del corazón. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Preciosísimo texto en el que S.
Antoranz medita sobre la fidelidad-infidelidad de los amantes. Gauvin y George ejemplifican la maravillosa metáfora del amor a lo largo del tiempo. La Fidelidad a un tiempo y al cuerpo es lo que conduce a los amantes a sobrevivir en el marasmo de las circunstancias en las que transcurre su vida. El texto de Sergio es una invitación a la lectura de un libro que destila la experiencia del amor, el viaje en el tiempo y los múltiples reencuentros que nos va proporcionando la vida. La inteligencia de los personajes brilla a través de los distintos retornos Nietzscheanos que ,con singular pericia ,Sergio nos presenta a través de los diferentes guiños del texto.
Queridísimo Sergio:
Una reflexión exquisita sobre Los naufragios del corazón de Benoîte Groult, encuentro apuntes gloriosos y profundamente perturbadores:
“Los amantes se comprometen con otro tipo de fidelidad que obedece al delirio rapsódico del cuerpo, sin que las pretensiones culturales eclipsen la fugaz estrella que supone el orgasmo de los que se desgarran en el deseo”. No sé si viene al caso, pero me vino a la cabeza la tormentosa relación entre Verlaine y Rimabud y su entrega.
Por supuesto, y creo que ya ha salido a relucir alguna vez, la fascinante película de Louis Malle “Herida”, un verdadero naufragio.
“En las ciudades uno se tropieza con la invitación a descubrir nuevas facetas de uno mismo, algo que resulta difícil en las dinámicas rurales, donde los cambios se viven como perturbaciones y deshonras.”. Esta observación me ha golpeado profundamente, pero muy profundamente, por la exactitud terrible y poética de la afirmación. La experiencia de vida en ambos entornos es reveladora a este respecto, las grandes obras del teatro del Siglo de Oro, como “El alcalde de Zalamea” o más modernas, como “La dama del alba” de A. Casona, expresan a la perfección tales extremos,; creo yo que ambas vidas, la urbanita y la rural con sus exigencias, su aperturismo o su cerrazón, estén recogidas de manera irrefutable en doña Emilia Pardo Bazán, echemos un vistazo a “Los pazos de Ulloa” y concluyamos con su valiente, feminista e insólita “Insolación”.
“Gauvin asumirá las reglas de George, acaso porque el tiempo le demuestra que ella es tierra firme. George descubre que su vida ha sido también un mar, pero que siempre encontró en Gauvin el hogar”. Un mar agitado, proceloso que los separa y los une, no solo el físico, sino fundamentalmente el de sus emociones, “este peso del mar que me golpe / este alacrán que por mi pecho mora”, dirá Federico, nuestro Federico García Lorca aludiendo a la distancia que separaba a los amantes, uno en Nueva York, otro en España, y ese maravilloso símbolo del alacrán expresando los celos…
Inevitablemente me visita la imagen de Pedro Salinas y de Katherine Whitmore, la distancia, el mar “Y cuando ella me hable / de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, /
recordaré / estrellas que no vi, que ella miraba, /y nieve que nevaba allá en su cielo…”
Faros que alumbran la llegada a tierra firme y mares que separan para siempre. Pero en estos naufragios, los amantes forman llama viva y la invitación a la lectura de esta novela ha sido, como lo es siempre, un descubrimiento para mí y un regalo que he de agradecerte.
Bien, ¿cómo no? Estoy escuchando a Pablo Neruda de manera incesante:
“Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!
Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue
naufragio!
Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!
En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!
Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.
De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste
de pie como un marino en la proa de un barco.
Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. ¡Oh abandonado! “
Me disculpo por no haber sido capaz de abreviar “La canción desesperada”, pero cada vez que lo intentaba, sentía el desgarro poético y, claro..
Fabuloso siempre, querido Sergio, gracias.