No hay duda: en México leer gusta; los libros gustan; los lectores aumentan. El dato es esperanzador, porque frente al soberbio desprecio del poder político, frente a la estúpida indiferencia estatal que cree anular su influencia simplemente no teniéndola en cuenta, los datos hablan por sí solos: la reciente edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara convocó a 907 mil 300 personas, casi 50 mil más que el año pasado, cuando asistieron 857 mil 315 visitantes. Gente que iba para rodearse de libros; gente que asistió a alguna de sus conferencias y presentaciones; gente que, sin otro afán que el de empaparse de cultura, estuvo ahí para participar de la pachanga libresca. Nadie preguntó por partidos políticos; tampoco nadie ocultó sus ideas. Pero eso no fue lo más importante. Porque solo los acomplejados albergan miedo y recelo cuando se enfrentan al diálogo, al debate, a la conversación. Así que la FIL ha cumplido un año más celebrando no solo el aumento de visitantes, sino el aumento de editoriales que saben que este foro es su mejor ventana al mundo, y han pasado de las 2 mil 469 casas de 2023 a las 2 mil 763 presentes este año. Según se dice también, la FIL de Guadalajara ha recibido a la mayor delegación participante, más de 300 personas entre escritores, artistas, editores y autoridades provenientes de España, país invitado de honor. “Las personas han respondido con entusiasmo a su encuentro con los libros desde el primer día”, ha dicho Marisol Schulz, directora de la FIL, quien aseguró que en esta edición las casas editoriales y librerías han registrado “un mayor número de ventas”, algunas de ellas hasta de un 50 por ciento más. Un éxito redondo entonces. Y entretanto, entre rumias y pucheros, parece que el Gobierno de México y su presidenta, doña Claudia Sheinbaum y su corte de funcionarios culturales, parece que siguen sin enterarse, pues no dan su brazo a torcer para dedicarle loas y apoyos a esta cita cultural que merece, al menos, su reconocimiento, su respeto, su gratitud por hacer que el pueblo mexicano, ese que les llena la boca de loas, tenga un evento cultural, una fiesta del libro, que es todo un orgullo para México. ¿Tanto les cuesta?
LIMPIAR LA MIERDA
Los abusos que padecen las mujeres que limpian instalaciones de la Ciudad de México, como la Cineteca Nacional, el Aeropuerto Internacional, el Metro y las principales avenidas de la capital mexicana, son relatados por ellas mismas en el más reciente trabajo fílmico de Luciana Kaplan, Tratado de invisibilidad, una obra que queremos recomendar desde estas entrañas del volcán porque su calidad la eleva a las alturas de un discurso artístico que la convierte en una narración sublime. La documentalista, autora de obras como La revolución de los alcatraces (2013) y La vocera (2020), supo del tema desde que estudiaba en el Centro de Capacitación Cinematográfica, donde escuchó por primera vez que las trabajadoras de limpieza estaban subcontratadas y que ni siquiera tenían prestaciones ni contrato. Y entre más investigaba y hablaba con ellas, se dio cuenta de que era un problema generalizado, y la situación, dice, le pareció sumamente escandalosa porque era increíble que nadie lo supiera, que sus problemas permanecieran tan escondidos. Y decidió mostrarlos para dar voz a estas mujeres, porque consideró que nadie más lo iba a hacer. Productora ejecutiva del célebre documental Presunto culpable (2008), Kaplan no quiso buscar explicaciones de gobiernos ni empresas porque sospechó que no iban a participar y que con toda seguridad dirían que todo estaba bien. Así que optó por acompañar a esas mujeres en su jornada laboral, en sus hogares, donde pudo escuchar sus motivaciones y anhelos. Y quiso, en suma, hacer una película con la mirada y las voces de ellas para reflejar lo que ellas sienten, lo que son. Como Aurora, una mujer de 57 años que con su trabajo tiene que mantener a su hermana pequeña con discapacidad y lleva muchos meses compareciendo ante la Junta de Conciliación y Arbitraje en busca de que le paguen los meses del salario raquítico que le debe una empresa que antes que pagarle desapareció. O Rosalba, una mujer de 72 años que trabaja como voluntaria de limpia de la Ciudad de México, quien tuvo que insistir mucho para que le dieran “la oportunidad” de hacer limpieza porque al ser mujer y de la tercera edad no confiaban en ella ni en sus capacidades y nadie le quería dar empleo. O Claudia, quien está asignada al Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México, y con su trabajo tiene que mantener a su madre y a sus 17 gatos, aunque para ello se ve obligada a padecer el maltrato de sus jefes, el de los usuarios y hasta el de las taquilleras. Y es que además de bajos salarios, falta de contrato, de seguridad social, uniformes y equipos de seguridad, las limpiadoras padecen descuentos injustificados, horas extra sin pago, pagos retrasados o que nunca llegan, accidentes y enfermedades producto de su labor, gritos, golpes, humillaciones y discriminación de la sociedad. Luciana Kaplan estima que en México hay más de cinco millones de trabajadores en esas condiciones, según los censos y las cifras obtenidas durante su investigación, cuyo resultado es un impresionante relato documental que forma ya parte de la historia universal de la infamia.
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