Con Recuerdos de vida Juan Eduardo Zúñiga cierra, cumplido su primer centenario, su obra. Es también su testamento, entendido como testimonio de lo que ha supuesto ser escritor en la España de la segunda mitad del siglo XX. La contracubierta del libro dice que “se construye como una novela de formación de la que el protagonista es el propio escritor”. En efecto, no puede darse un diagnóstico más preciso. Recuerdos de vida es un relato autobiográfico de un proceso de formación, la formación de un intelectual y escritor atípico. Ese proceso tiene una doble vertiente obligatoria: la formación personal y la formación literaria.
Comienza el libro por una anécdota de la que arranca su formación personal: una madre —y vecina— ha abandonado a su marido y a sus dos hijas adolescentes en el barrio de Prosperidad. El niño Zúñiga ve desde su ventana al marido burlado y, al momento, a las dos hijas que “iban riéndose, manoteando en su conversación” (p. 14). Y añade: “En aquel día invernal quedaría diseñada […] la actitud vital de quien se asoma a la ventana y al otro lado de los cristales observa una singular enseñanza de la vida: fue un primer paso en mi formación de avaro captador del mundo visible” (p. 15). Quizás, cabe añadir, no solo del mundo visible. En esta anécdota —la primera del libro— está cifrado el núcleo de la obra de Zúñiga: las figuras del hombre inútil y la mujer libre.
Toda la obra de Zúñiga, desde la trilogía madrileña a las Fábulas irónicas, gira en torno a esta doble figura que le viene sugerida por esa anécdota y por su interés por la obra de Iván S. Turguéniev. La filología rusa descubrió la figura del hombre inútil u hombre superfluo en Turguéniev —más tarde la remontó hasta Pushkin— por títulos como Diario de un hombre superfluo o Dmitri Rudin, sus primeras novelas. Zúñiga incorpora a su obra estas figuras no tanto por ser elemento clave de la arquitectura novelística rusa como por ser clave de la estética moderna. La Modernidad es el tiempo de las mujeres. El hombre moderno se siente perplejo e incapaz de gobernar su destino en el complejo mundo moderno. Es la mujer, con sus raíces en la tierra, la que se encarga de salvarlo o de arruinarlo. A ella no le afecta la perplejidad. Y ese dilema —salvación o destrucción— es lo que ve el niño Zúñiga desde su observatorio: la destrucción del espacio familiar. Ese es el gran tema de Zúñiga: la destrucción de la tierra natal —Madrid—, que es su espacio familiar. Y ese acontecimiento le lleva a extraer una consecuencia: la búsqueda de la patria y de la casa ideal. Esa búsqueda lleva a Zúñiga a la literatura del Este de Europa, el mundo eslavo, el mundo de los bosques nevados —un híbrido de su imaginación y de sus lecturas—.
Así es su camino de formación: la búsqueda de la esperanza. La esperanza adopta la forma de la rebeldía —sobre todo en El coral y las aguas— y se encuentra en ese mundo de bosques nevados que le proporciona las claves para entender la destrucción de su propio mundo y la utopía del mundo idealizado —el mundo literario—. Esa percepción dual (vida-literatura) en la que la vida se concibe en clave literaria y la literatura en clave vital es lo que hace de la obra de Zúñiga un acontecimiento trascendente.
El proceso de formación del autor está descrito con una precisión conceptual infrecuente entre los escritores. Zúñiga muestra una extraordinaria sensibilidad para la caracterización de su estética, algo que será de gran utilidad a los futuros estudiosos de su obra. De Baroja dice “no pude imitarle en su adhesión a lo real” (p. 67). En Chéjov ve al maestro del sobreentendido (p. 85). Incluso se atreve a teorizar. A propósito de un innombrado autor francés cuyo relato ha encontrado en un periódico de 1940, dice de su técnica: “ir de un simple dato real a lo oculto, que así era revelado, y no dudé de que podía representar una modalidad de escribir apropiada a mi sensibilidad” (p. 84). Incluso, a propósito de El coral y las aguas, menciona su hermetismo como resultado de su actitud disidente y de su conciencia crítica de la actualidad del régimen franquista. Esa es la veta principal de la estética de Zúñiga: el hermetismo, esto es, entender el mundo como un conflicto eterno entre el bien y el mal, representados por la rebeldía y el poder y las ambiciones antisociales.
Esta línea hermética se abre a la magia. La confesión en el lecho de muerte de su propia madre de haber oído unos nocturnos pasos fantasmales la noche anterior al nacimiento del escritor prefigura su trayectoria más allá de lo factual. Y esa trayectoria va unida, como si se tratara de su propia sombra, a la risa. También en esto la vida es el precedente de la ironía de Zúñiga —entendida como la risa callada—. La tercera dimensión de la formación y de la estética de Zúñiga es su ensimismamiento. Los recuerdos de Zúñiga parten de una visión distanciada, ensimismada. Son muchos los momentos del libro en los que se menciona su vida solitaria, desde su infancia a las tertulias y empleos. El discurso de Zúñiga es un discurso para un auditorio futuro, un discurso en soledad, como lo fue el discurso del poeta clásico. Solo el encuentro con Felicidad, la joven pintora, cambia parcialmente esta situación. Pero hay en el libro un momento estelar del relato de la soledad y es una cita. La cita es del escritor polaco Oscar Milosz y es una anticipación porque aparece en un momento de la vida de Zúñiga en el que todavía no ha leído esta frase: “Bienvenida seas, soledad, madre mía” (p. 39).
Puede resultar llamativo que el hilo conductor de este libro sea la formación del escritor. No lo es tanto si consideramos que la primera obra de Zúñiga, su novela breve Inútiles totales, es una novela de educación. Inútiles totales tiene la dimensión novelística de la que carece el relato autobiográfico, pero contiene —además de las figuras del hombre inútil y de la mujer fatal— la misma dinámica: el proceso de aprendizaje, de crecimiento del personaje. En ambos relatos juega un papel central la amistad —amistad breve—. En Inútiles totales es la amistad de Cosme —un alterego de Zúñiga— y Carlos. En Recuerdos… es la amistad de Ezequiel González Mas, un profesor de literatura de la Universidad Complutense y de otras latinoamericanas, cuya influencia en el destino de Zúñiga “no es comparable a ninguna otra” (49).
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Autor: Juan Eduardo Zúñiga. Título: Recuerdos de vida. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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