Quien conozca el último y más dilatado sector de la obra de Javier Marías tendrá esa grata vivencia de encontrarse en un mundo imaginario que tiene una honda resonancia parecida a la que proporciona la realidad común. Ocurre en otros grandes narradores. En Galdós y en Balzac, o en Luis Mateo Díez, por venir a escritores recientes. Algunas obras de estos autores establecen lazos entre ellas que crean universos unitarios por los que uno transita como un visitante asiduo de un tiempo, de unas situaciones y de unos seres humanos conocidos. Lo mismo ocurre en Berta Isla. De nuevo encontramos anécdotas y personajes que habían aparecido en el amazónico ciclo Tu rostro mañana, y no le sonarán desconocidos algunos personajes oxonienses ni el oscuro secretismo del espionaje del MI5 o MI6 británicos. También establecerá lazos temáticos, anecdóticos o de tonalidad —por decirlo con un término más vago pero muy definitorio— con sus libros últimos, Los enamoramientos y Así empieza lo malo. En toda esta sustanciosa masa narrativa se habla de la identidad, de la violencia, del secreto y los hechos inconfesables, de las relaciones humanas en general y de pareja en particular, del amor. Acerca de todo ello trata también Berta Isla. Asimismo resultan sabidos y esperables los registros formales. La prosa de frase larga, encadenamiento de varios sustantivos cuyos significados se complementan o se restringen por la conjunción disyuntiva «o»; la conversación de llamativo antinaturalismo a la búsqueda de un grand style (en esta última novela se encuentran algunos de los pasajes más ostensiblemente benetianos de Marías).
Volver a llevarnos a ese mundo imaginario y textual conocido tiene felices efectos comunicativos a la vez que entraña algunos riesgos. El primero, en el orden de las anécdotas, la insistencia en aspectos que ya han dado suficiente de sí. Me refiero al mundo universitario de Oxford, que si tuvo en su día una impronta de originalidad, hoy ha perdido parte de su fuerza y sorpresa. Las notaciones costumbristas de una novela de campus ocupan espacio sin añadir nada singular. En otro terreno, el del estilo, el mantenimiento de ciertos rasgos de muy llamativa peculiaridad pueden producir el efecto de manierismo. A nadie dejará de llamar la atención el empleo de creaciones léxicas del propio autor (juvenilidad; drasticidad en dos situaciones incompatibles, como pintoresco idiolecto de un banderillero y en boca del narrador) o de términos reconocidos por la RAE (taciturnidad, esquivez, nebulosidad, alacridad) que implican una cierta violencia o dureza idiomática al utilizarse en la escritura narrativa. Ni le pasará inadvertido que, aunque se encuentren en una prosa dada a expresar la variedad de modos con que se manifiestan los hechos, se haga un uso generosísimo de los adverbios acabados en «mente» (en las páginas 75-80 se acumulan cerca de una veintena de estas desinencias y suman media docena en las páginas 84-85).
Todo ello muestra, más allá de las reservas que puede suscitar, la firmeza con que Javier Marías mantiene un sistema literario construido para albergar una novela de ideas. Repeticiones de personajes, o variantes de comportamientos ya vistos en otros títulos, y una escritura discursiva se aprestan a plantear una incisiva incursión en motivos capitales de nuestra naturaleza. El propósito tiene envergadura filosófica y antropológica, y no escapan esas pretensiones al autor, pero no lo plantea de manera especulativa (sin que, por otra parte, la especulación esté ausente de su relato) sino mediante una historia avecindada en la narratividad y no en la filosofía.
La historia de Berta Isla responde a una concepción literaria clásica. De forma lineal desarrolla un planteamiento, un nudo y un desenlace. Cuenta los años estudiantiles de la protagonista, Berta, y de su futuro marido, el hispanobritánico Tomás (Tom) Nevinson; la contratación del joven por los servicios secretos ingleses para aprovechar sus excepcionales dotes lingüísticas e imitativas; las ausencias de Tom, esporádicas primero y dilatadísimas después, del domicilio familiar por los encargos inconfesables de sus jefes y el retorno del hombre, después de que se le hubiera dado oficialmente por muerto, muchos años después.
Esta línea anecdótica clara y sencilla tiene varios hilos que se aprietan en una tupida madeja. El más obvio es el de una novela de espías a la que Marías da un tratamiento original. Conserva lo sustancial del género, la recreación de un mundo implacable, violento y lleno de sigilos ominosos. Pero esa realidad sombría solo se presenta en penumbra, no hay datos concretos ni de la actividad de Tom, de las operaciones en que ha participado, de los daños que ha causado, ni de los otros espías enigmáticos de esporádica presencia. El secreto está en la base de una inquietante vida subterránea de nuestra sociedad: nada sabe ni puede saber Berta de las andanzas de Tom y nada sabemos nosotros. El riesgo de la inconcreción anecdótica no supone un déficit porque la protagonista y los lectores estamos en un mismo plano; porque compartimos una experiencia en paralelo y porque la narración desnuda de detalles (aunque nos gustaría saber pormenores de las arcanas operaciones ejecutadas por Tom) resulta convincente.
Otro hilo de la trama tiene un carácter sociológico. Aunque Berta Isla afronte una problemática abstracta, Marías ha tenido sumo cuidado en emplazarla en un contexto histórico muy bien ceñido y apostillado con precisión documental y notaciones costumbristas que abarca de los amenes del franquismo, con la represión de la dictadura visualizada en la manifestación universitaria en que participa Berta, e incluye notables acontecimientos internacionales (la guerra de las Malvinas, el conflicto de Irlanda del Norte), a nuestros días. Este hilo no es del todo separable de otro que acoge algo no nuevo en el autor, pero tal vez mostrado con mayor intensidad ahora. Marías utiliza el curso anecdótico para interpolar opiniones sobre el mundo actual, sobre la pérdida de una serie de valores en proceso de degradación, sobre unos cambios que le desagradan. Con desparpajo y no disimulado ánimo polémico dispersa un ramillete de denuncias: critica una humanidad actual sobreprotegida y haragana, la moda de la memoria histórica, el habernos acostumbrado a admitir que nos afecten catástrofes lejanas, el hábito masculino de peinar coleta o moñito, la pérdida de la cortesía, las concesiones para contentar a una masa manipulada, las colectividades infantilizadas o la falsa camaradería. Estos apuntes pegadizos forman un todo solidario con otra actividad habitual del autor, la de columnista contracorriente del pensamiento dominante y constituyen un gancho importante del relato para numerosos lectores que leerán más que la obra al autor.
También ha de señalarse entre la materia que constituye esa imaginaria madeja el recurso a utilizar un buen puñado de textos, algunos reconstruidos con cierto detalle o citados con amplitud, de autores como Shakespeare, Eliot o Balzac que establecen un enriquecedor diálogo con la novela. Y falta por mencionar el hilo más grueso de todos ellos, el fundamental, al que los demás sirven de acompañamiento: la problemática de corte filosófico.
Desde el primer párrafo de Berta Isla, se anuncia su asunto primordial: un narrador omnisciente explica las dudas de Berta acerca de la extraña personalidad de su marido. No estaba segura de si su marido era su marido, dice, y, a pesar de las dudas decidió seguir viviendo su vida «con él, o con aquel hombre semejante a él». Ya está planteado el motivo capital, la identidad (ser alguien o no ser nadie), que deriva de modo natural de un demorado juego, por momentos de gran intensidad dramática, con la expectativa y la incertidumbre. Desde fuera, por medio de ese narrador externo, y desde dentro, a través de la exposición directa por parte de la mujer de sus conjeturas, indecisiones y angustias, la novela despliega un abanico de reflexiones y sensaciones (está muy bien tramado el concurso de lo especulativo y lo sentido y su efecto es una materia humana verídica). Las cuales abarcan tanto el conflicto de la personalidad (el argumento casi exige plantearse la cuestión del doble, uno de los grandes signos de las letras del pasado siglo, que Marías evita con acierto porque habría resultado previsible y artificioso) como sus extensiones y, diríamos, los daños colaterales. Me refiero a un bucle de asuntos: el fingimiento, el engaño, el destino marcado por el determinismo o la fatalidad, las heridas del tiempo; la fragilidad de las relaciones humanas y los requisitos del amor enfrentado a la insinceridad.
A este núcleo duro reflexivo de la novela se añaden otros rasgos de la vida más o menos independientes: la espera irracional (la isla en que Berta, en honor a su premonitorio apellido, ha convertido su vida); el resentimiento como defensa a la falta de lealtad; la violencia que la sociedad dispone para su salvaguarda; la inmoralidad de la razón de estado; el miedo; el valor secundario de las personas ante unos poderes omnímodos y aleatorios, fuera de todo control, o la condición humana de exilados en un mundo orwelliano que anda entre Beckett y Kafka.
La compacta materia de la novela se condensa en una desesperanzada imagen de la fragilidad humana. La compendia la protagonista en una de sus apesadumbradas reflexiones: «Podemos vivir en un continuado error, creer que tenemos una vida comprensible y estable y asible y encontrarnos con que todo es inseguro, pantanoso, inmanejable, sin asentamiento en tierra firme; o todo una representación, como si nos halláramos en el teatro convencidos de estar en la realidad […]». El acierto de Marías reside en encarnar ese pesimismo antropológico en una historia de algo voltaje sentimental y en el manso desvalimiento de un personaje conmovedor. Berta Isla es una emocionante novela de amor, tan amarga como cálida, puesta al servicio de un incógnita básica de nuestra especie: cómo somos y cómo nos manifestamos, aspectos menudos del gran interrogante que los incluye, qué es la vida.
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Autor: Javier Marías. Título: Berta Isla. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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