A la memoria de mi tío Manuel
William Faulkner (1897-1962) ya había conseguido el sueño de vivir en una gran casa del sur cuando comenzó, en 1935, a escribir la que es, a juicio de quien escribe, una de las mejores novelas de la historia de la literatura. Había conseguido con la compra de la ya mítica Rowan Oak en Oxford (Misisipi) ser algo así como un caballero del sur, algo parecido a los pretéritos hacendados sureños, perdedores de la guerra civil americana, que poblaron las narraciones orales de su infancia: un aristocrático sur aferrado a la afectación de las viejas costumbres europeas, a la tierra, al linaje y a la propiedad de seres humanos como herramienta principal para su infausto poderío.
En ¡Absalón, Absalón! Faulkner se propuso contar la historia de una gran familia del sur, la de Thomas Sutpen, un hombre que había llegado a Yoknapatawpha (Jefferson, Misisipi) en 1833 procedente de Virginia, donde había nacido en una familia muy pobre de las montañas de aquella región sureña. Faulkner nos va a contar la historia de Sutpen, un hombre brutal que quiso dominar la tierra y ésta acabó volviéndose contra él, a través de lo que saben de él cuatro personas muy dispares, cuatro narradores-testigo, en el año 1910. A saber: Rosa Coldfield, anciana coetánea de Sutpen; Quentin Compson, un niño (como fue Faulkner) fascinado con las historias del pasado legendario del sur y cuyo abuelo había conocido a Sutpen, el mismo Quentin que se suicida en El ruido y la furia obsesionado con la virginidad de su hermana; el padre de Quentin, que sabe de Sutpen por lo que le contó su padre, el abuelo de Quentin; y por último un futuro médico militar que estudia en la norteña Harvard con Quentin, de nombre Shrevlin McCannon.
Vamos a conocer por ellos la historia de Thomas Sutpen antes de la guerra, la creación de la mítica hacienda El Ciento de Sutpen, el apogeo de su plantación, los matrimonios y los hijos legítimos y naturales, los esclavos, la llegada de la guerra civil, a la que Sutpen acude presto para defender su modo de vida y su riqueza, y de la que vuelve condecorado, así como la derrota bélica, la decadencia, la traición de uno de sus muchos hijos (Henry, tan parecido al Absalón bíblico que traicionó a su padre el rey David, de ahí el título), hasta su muerte en 1869, cuatro años después de la guerra.
Faulkner, como decimos, quiere contarnos la leyenda del sur a través de la historia de un solo hombre. La vida de Sutpen desde que nace en 1807 hasta que muere en 1869 es prácticamente toda la historia del auge del sur aristocrático de las Escarlatas O’Hara, los sembradíos de algodón, los esclavos negros, la riqueza ingente, las mansiones con columnas, los barcos de vapor surcando el Misisipi: todo lo que había antes de la derrota, la culpa y el rencor hacia el norte que —según ellos— los humilló. Sutpen es el sur, pero, igual que el sur y que todo punto cardinal, la historia de Sutpen es demasiado compleja y grande como para que la cuente un solo narrador. Por eso Faulkner se sirve de cuatro para que al final sea el lector el que saque sus propias conclusiones.
La verdad es incognoscible: contamos lo que nos han contado y con ello lo deformamos, la vida y la historia no son más que una suerte de juego infantil del teléfono, donde el último de la cadena de frases al oído escucha algo muy distinto de la primera frase que salió de la boca del primero, en teoría el más cercano a los hechos y a la verdad. La memoria está hecha de ficción, viene a decirnos Faulkner: no es que las novelas sean una representación de la vida, es que la vida, todo lo que sabemos, es más bien una novela. Rosa Coldfield, anciana enlutada que recibe en su casa en sombras a Quentin Compson en 1910, inicia la cadena del teléfono hasta el amigo de Quentin, Sehvre, que ni siquiera es sureño.
Es sabido que el estilo de Faulkner es alambicado e hipotáctico, desmesurado y asombroso, pero nos recuerda el genial traductor y autor del posfacio de esta presente edición, Martínez-Lage, se parece a los vagidos y sacudidas incontenibles con que pugna el magma terrestre para aflorar desde lo más profundo —e incognoscible— a la superficie: sólo con un estilo así puede llegar a intuirse lo complejo, rico y tenebroso de una mente humana; incluyendo, claro está, lo que hay detrás, en el envés: lo que no se ve ni se conoce, ese territorio oscuro lleno de dragones donde se enseñorean las más primarias emociones, tan difíciles de traducir en lenguaje.
Más allá de lo citado e inherente al sur esclavista —racismo, trata de seres, brutalidad, pretenciosa y falsa aristocracia, riqueza, honor, sexo, violencia, incesto, mestizaje, derrota y eterna culpa—, a mi juicio el punto ciego de esta obra maestra no es otro que el resentimiento, la conversión de un ser humano inocente y puro en una bestia por cuestiones de clase. En medio de los monólogos y diálogos de los personajes de ¡Absalón, Absalón! Faulkner deja hablar al propio Sutpen unos momentos y nos estremece al ver que todo cuadra ya: no es un hombre codicioso, brutal, ambicioso, obsesionado con poseer tierras y sembrarlas de hijos porque el sur o el azar lo hayan hecho así, sino que —freudianamente— lo es porque nunca pudo superar el horror de darse cuenta, durante la niñez miserable, de que existían los ricos y su mundo obsceno y vedado. En la infancia menesterosa de Virginia un día llamó a la puerta principal de los señores para los que trabajaba su paupérrima familia en las montañas de Virginia con la intención de dar un recado, y un mayordomo (negro) le regañó diciéndole que nunca más hiciera eso, sino que tenía que entrar por la puerta de servicio. Y yo ni siquiera sabía que existía otra puerta diferente, dirá un melancólico e iracundo Sutpen.
Con todo, de una gran novela como ésta, de sus muchos matices, riqueza y ambigüedad, podría estar hablándose sin descanso eternamente, y es que quizá se trate de eso: de que sigamos deseando toda la vida que haya veranos donde las glicinias florezcan dos veces, y de que podamos sentarnos con una enlutada Rosa Coldfield junto a su mecedora para dejar que hable, porque siempre tendrá algo nuevo que decirnos sobre Thomas Sutpen; es decir, sobre el sur y sobre los hombres. Sobre la vida en todo su esplendor, su grandeza y su miseria.
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Autor: William Faulkner. Título: ¡Absalón, Absalón! Editorial: Navona. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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