La editorial Akal, haciéndose eco del bicentenario del fallecimiento de Napoleón Bonaparte (5 de mayo de 1821), reedita la obra del abogado e historiador Albert Manfred (San Petersburgo, 1906), cuya primera edición en español se publicó en 1988.
“Cada uno tiene un pensamiento preciso sobre Napoleón: esta vida no puede satisfacer enteramente a nadie”.
Napoleón nació en Ajaccio un 15 de agosto de 1769 en el seno de la familia de la pequeña nobleza de la isla de Córcega. En 1779, con diez años, ingresó junto con su hermano José en la escuela militar francesa de artillería de Brienne-le-Chateau, y se graduó en 1784. A partir de ese momento inicia una carrera militar y política que durará treinta años y que le llevará a ser el personaje más célebre de Francia. En sus años jóvenes, aunque ni sus biógrafos lo saben a ciencia cierta, se cree que se empapa del pensamiento de los grandes filósofos de la Ilustración, adoptando los principios políticos de los jacobinos en la época previa a la Revolución Francesa. A pesar de tener un aspecto enfermizo y constitución débil es una persona fuerte, que se cultiva: es un gran lector, de memoria prodigiosa, y dedica horas y horas al estudio, trabajando sin descanso. Escribe y diseña estrategias militares, con objeto de estar preparado en el futuro. Sus compañeros de armas no salen de su asombro ante su capacidad de trabajo y su falta de interés por la vida mundana; este hecho es el que le permite adquirir un bagaje cultural e intelectual muy superior a sus camaradas de la academia de artillería y primeros años de servicio.
Cuando se produce la caída de La Bastilla, el 14 de julio de 1789, Bonaparte es un oficial de artillería de 19 años que no duda en adherirse al movimiento revolucionario como miembro de la facción jacobina. Durante los primeros tiempos del derrocamiento de la monarquía, una de las más importantes lecciones que aprendió y que siempre puso en práctica fue la de entender la poderosa fuerza de la acción, dando prioridad al hecho sobre la palabra. A partir de ese momento, Napoleón Bonaparte siempre actuará con gran velocidad, sorprendiendo a sus rivales y enemigos. En 1793, los mandos del ejército, observando cómo destaca, deciden confiar en Bonaparte: le nombran jefe de la artillería del ejército que asedia Tolón, y con este nombramiento da comienzo una de las tres carreras militares más espectaculares de la historia.
En esta obra, Albert Manfred realiza una biografía exhaustiva, rigurosa e imparcial, poniendo énfasis en lo que de verdad importa, analizando la psicología del personaje. Para ello se basa en una cantidad ingente de documentación, cartas, informes realizados por decenas de importantes personalidades que coinciden en el tiempo con Bonaparte. Napoleón, en sus inicios, fue, por convicción, un soldado de la Revolución, decidido a defenderla. Las clases humildes y los soldados de sus ejércitos, muchos de ellos provenientes del campesinado, siempre le apoyaron, ya que defendía el reparto de tierras que pertenecían a la nobleza y al clero entre los campesinos. Su lucha contra las monarquías feudales europeas marcó su agenda política y militar. Pretendió extender la revolución por convencimiento, y así lo veían los campesinos que se sentían liberados del oprobio impuesto bajo el yugo de los señores feudales.
Desde su inicio, como general del ejército, destacó por ser un ingenioso diseñador de inteligentes campañas militares, empezando por las de Italia: rápidas, con estrategias innovadoras, dan como resultado fulgurantes victorias. Además, es capaz de conseguir que los habitantes de las tierras conquistadas le brinden su apoyo, que el ejército se autosuministre en los países en donde se desarrollan las operaciones y, a la par de magníficos resultados, consigue que los países vencidos inyecten ríos de oro, plata y divisas al tesoro de la República francesa. Por este motivo su prestigio aumenta al mismo tiempo que la satisfacción de los gobernantes de París, que le permiten una libertad de acción total.
Después de las victorias de Italia vuelve la vista al mayor enemigo de Francia, Inglaterra. Enemigo comercial, marítimo y militar, la armada británica dominaba el mar y las rutas comerciales, mientras Francia no poseía una armada capaz de enfrentarse a la inglesa, pero era invencible en tierra, por lo que las dos naciones no llegaron nunca a enfrentarse y la guerra permaneció larvada. Para romper esta situación, y que Francia domine el comercio marítimo, Napoleón decide que es mejor llevar la guerra con Inglaterra a Egipto y Siria, enfrentándose en el Nilo y no en el Támesis. La expedición que organiza termina siendo un completo desastre por muchos motivos, pero sobre todo por no establecer un avituallamiento adecuado, no proteger sus retaguardias y no equipar a sus soldados para enfrentarse a las difíciles condiciones meteorológicas. Una vez desembarcado el ejército en Egipto, la flota de barcos anclados frente a las costas es atacada y destruida en Abukir por la armada británica de Lord Nelson, con lo que se provoca un desastre de proporciones catastróficas, al no disponer de transportes para abastecer la expedición en tierra y tampoco poder embarcar al ejército de regreso a Francia. Por primera vez, se encuentra que la población nativa no le apoya. En tierra, el desierto y los mamelucos de Mourad Bey le infligen una derrota sin paliativos. A la vista del fracaso tan estrepitoso, Napoleón, con la falsa excusa de que se tiene que presentar en París, ordena a su segundo, el general Kléber, hacerse cargo del ejército; embarca y llega a París antes de las nefastas noticias de las que es responsable. De esta manera, cuando se conozca la derrota podrá amortiguar las consecuencias negativas que pueden afectar su buen nombre. A su regreso a la capital empieza a maquinar un plan para organizar un golpe de Estado y deponer al Directorio que gobierna la República e instaurar un Consulado, del que pueda formar parte.
El 18 de Brumario perpetra el golpe de Estado. Los ejércitos y los generales afines a Bonaparte toman París. El Consejo de Ancianos, reunido en sesión, aprueba la propuesta de adopción de un decreto de transferencia, de acuerdo con el articulado constitucional vigente, y nombran a Napoleón jefe de las fuerzas armadas de París. Bonaparte se presenta ante el Consejo de Ancianos en el palacio de las Tullerías y dice:
“La República perecía, vosotros lo habéis sabido, y vuestro decreto acaba de salvarla”.
Se instaura un Directorio con tres cónsules que presidirán el Consejo por turnos. Durante este periodo Bonaparte se preocupó por el bienestar del pueblo y de los veteranos del ejército; incluso se involucró personalmente en lo que puede ser uno de sus mayores logros, como fue reunir todas las leyes existentes, tanto las de origen germánico como las de origen romano, en un Código Civil, a imagen y semejanza del Corpus Iuris Civiles (recopilado en tiempos del emperador Justiniano). El Código Civil napoleónico fue tan avanzado para su época que, a día de hoy, hay artículos que aún permanecen vigentes. Impulsó la redacción de otras leyes, como un código penal, un código de comercio, y también la redacción de una nueva Constitución que le asegurara el puesto de Primer Cónsul vitalicio.
Napoleón, con una ambición desmesurada, no se conforma con lo logrado, y decide continuar la lucha sin cuartel frente a las monarquías feudales europeas para liberar a sus súbditos. Sus batallas se siguen contando por victorias, pero a medida que pasa el tiempo va perdiendo la esencia de lo que empezó siendo, es decir, “un soldado defensor de la revolución”, y de ahí viene su desvarío, porque cada vez quiere acaparar más poder. Desde el puesto de dictador aspira a ser emperador de la República, ¡gran paradoja! (pretende crear una dinastía hereditaria arropada por una familia imperial, para beneficio de sus hermanos, familiares y colaboradores afines).
Napoleón, a medida que va tomando decisiones, va perdiendo la perspectiva, se vuelve más colérico y deja de tener el apoyo que tenía hasta entonces fuera de Francia. Comete errores tremendos que le llevan a una situación desconocida para él y que no es capaz de comprender. Decide ocupar España, con la disculpa de ser vía de paso para atacar Portugal, que es aliado comercial de Inglaterra. Una vez que sus ejércitos ocupan la Península Ibérica decide sustituir al rey Carlos IV por su hermano José Bonaparte y pretende hacer lo mismo en el Reino de Portugal. Estos movimientos pusieron en alerta a las monarquías europeas ante el temor de que los próximos monarcas depuestos sean ellos. Con sus continuos abusos en los países invadidos hace nacer en todos ellos un sentimiento nacionalista exacerbado, que une a los habitantes como un solo hombre, y al tiempo aparece un rechazo de todo lo que significa Francia. Bonaparte empieza a no ser capaz de tener un discernimiento lúcido. No ve que sus actos provocan el levantamiento de los pueblos invadidos. Los españoles inician una guerra victoriosa, contra Napoleón y los franceses, para conseguir su independencia. En palabras del autor:
“Bailén y los españoles han demostrado a Europa que el ejército napoleónico no es invencible y que puede ser derrotado”.
Esto provoca un efecto dominó, ya que el resto de países se creen capaces de hacer lo mismo que los españoles y derrotar al ejército francés. Napoleón deja de ser invicto. Su último gran error fue declarar la guerra a Rusia, rompiendo el acuerdo de paz y la alianza que tanto trabajo y tiempo le habían costado conseguir con el zar Alejandro.
El legado del emperador de la República francesa Napoleón I se puede resumir en una Europa destruida, millones de muertos, heridos y tullidos, y una Francia invadida; los emperadores y reyes enemigos de Napoleón terminan entrando triunfantes en París. Las guerras napoleónicas, al haber perdido los elementos progresistas, se terminaron convirtiendo en guerras imperialistas que llevaron a los pueblos europeos a la esclavitud. El destino de Napoleón era una caída y un hundimiento irremisible. Manfred afirma:
“Para el historiador que nos reconstruye el cuadro del tiempo pasado y sus héroes está ya libre de toda parcialidad y de toda prevención… Con el tiempo, los fenómenos sociales, como los héroes de la historia, toman sus justas dimensiones; la historia sitúa a cada uno en su lugar. Napoleón se nos aparece con el tiempo en toda su contradicción. Unos le denigran, le maldicen, otros le ponen por las nubes, otros se esfuerzan en explicar las contradicciones de su vida, tan poco semejantes a otras vidas. Todos están de acuerdo en reconocer la carrera excepcional de este hombre brillante, que ha dejado su huella en la memoria de generaciones”.
Lo que había empezado siendo la vida de un soldado de la Revolución termina de un modo aciago, al revestirse del armiño imperial. Cuesta trabajo entender que un gran soldado como Napoleón Bonaparte desvaríe de tal manera con el paso del tiempo y termine su vida siendo irreconocible. Él solo consigue que en su derrota final sus enemigos le condenen a terminar sus días en una pequeña isla en medio del Océano Atlántico.
El autor de este ensayo, Albert Manfred (ruso de nacimiento), cuenta de manera concienzuda la realidad de lo que Napoleón consiguió en su vida: desde ser un genio militar a ser una persona voluble y desconcertante. De este comentario solo aflora una mínima parte de todo lo que el autor describe, analiza y narra. El lector, a medida que avanza en la lectura, descubre los motivos y los personajes que impulsaron y protagonizaron la historia en la Europa de finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.
Es este un ensayo muy recomendable para quienes quieran profundizar en la vida, política, militar y personal, de Napoleón Bonaparte.
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Autor: Albert Manfred. Título: Napoleón Bonaparte. Editorial: Akal. Venta: Todostuslibros y Amazon
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