Los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y la pereza, mueven el mundo; siempre ha sido así y seguirá siendo hasta que esta civilización desaparezca. Las guerras se resumen en que unos quieren lo que otros tienen y para ello invaden países matando, violando, torturando a quienes habitan en ellos, desplegando todos los pecados.
Pero no podemos olvidar que el conflicto se hizo global porque se agudizó con guerras civiles en diferentes zonas del mundo (China, Ucrania, Italia, Grecia) y se fundamentó en la “necesidad” de buscar nuevos mercados y nuevas fuentes de materiales y alimentos, porque es mejor conquistarlos con armas y coacción que comerciar con otros pueblos. Si puedo cogerlo por la fuerza, mejor que pagarlo. En esta guerra todas las partes justificaron el conflicto porque luchaban contra el mal. El binomio era simple: “ellos o nosotros”. Como dato contra la ocupación sirve el hecho de que Alemania consiguió más alimentos de la Unión Soviética en los años de paz (1939-1941) que durante la invasión. El “Plan Hambre” impuesto por Alemania crea una población que nada tiene que perder si su único objetivo es comer.
El colonialismo se acentuó con el sentimiento de “nación” que coincidió con la industrialización y modernización económica, regado por el más absoluto desprecio hacia las culturas salvajes, siendo el verdadero germen para conquistarles. Las élites políticas y económicas querían más y la forma de encontrarlo era quitándoselo a otros (avaricia y envidia), por honor y mantener la reputación (soberbia). Sin embargo, un tema tan simple como la negativa de la población alemana para vivir en los territorios conquistados dio al traste con la esperanzada ocupación.
Con una solución final que se afianza en el binomio “raza y espacio”, alimentado por una absurda competición entre naciones sin escrúpulos y justificando la violencia colonial para “evangelizar” a los pueblos salvajes en favor de su prosperidad. Gran Bretaña llegó a dominar 31 millones de km2 y Francia 12,5. Sin irnos a ultramar, Alemania aplicaba esta política en Polonia.
El colonialismo dio paso a las crisis humanitarias, y todas las rutas comerciales imperialistas sirven ahora para que los ciudadanos de los países exprimidos y reprimidos por las guerras y los estados autoritarios huyan del infierno de sus hogares en busca de una vida; y ahí están diariamente, cruzando mares, ríos, carreteras, montes para llegar a otros países. Con lo fácil que sería atajar el problema en la raíz de los gobiernos opresores y sus élites autoritarias; pero esta propuesta es una falacia, porque los “intereses económicos” priman por encima del bienestar humano. Las armas con las que someten a sus propios ciudadanos las fabrican y venden los mismos que ahora “hablan”, con una mezcla de arrogancia e inseguridad, de solucionar las migraciones, y mientras tanto los gobernantes autoritarios son respetados por el resto de países, cuando ellos no respetan a nadie.
En Sangre y ruinas: La gran guerra imperial, 1931-1945, se pone de manifiesto que este conflicto tuvo raíces más profundas que las que históricamente nos contaron. El libro es una ventana abierta al futuro, donde Overy grita para que no volvamos a cometer los mismos errores.
El Tratado de Versalles (1919) mutiló a Alemania, pero Italia y Japón, a pesar de ser tratados como aliados, tampoco salieron beneficiados. En la Segunda Guerra Mundial se les llamó el Eje: esto agudizó el concepto de “territorio racial y cultural” y aumentó el resentimiento, que fue tomando fuerza con los años, después de que Gran Bretaña y Francia se repartieran la tarta imperial entre ambos.
Tras la crisis de 1929, las potencias mundiales introdujeron tarifas a los mercados extranjeros, se crearon bloques de comercio y moneda, a expensas de los demás países, llevándolos a la pobreza y la hambruna; se agudizaron los nacionalismos, sostenidos por las fantasías imperiales de “raza y espacio” y se lanzaron a conquistar territorios. El geógrafo alemán Haushofer acuñó el término de “geopolítica” sustentado en los libros de Mackinder, y la idea caló en Alemania para crear un imperio euroasiático, y en Japón para invadir el Lejano Oriente.
Alemania en Checoslovaquia y Polonia, y después con la Operación Barbarroja, Italia en Etiopía y Albania, Japón en Manchuria, inician una nueva escalada imperialista para buscar un nuevo orden mundial. La “voluntad de imperio” de Mussolini era una falacia que fracasó en África y después en Albania. Hitler jugó la baza de que las potencias europeas no iban a intervenir en favor de los países invadidos y tampoco los Estados Unidos, así como subestimando a sus rivales con espuria propaganda. Hasta 1944 solo en los Territorios Orientales Ocupados habían invertido 77.700 millones de marcos, obteniendo 4.500, lo que indica, una vez más, el nefasto cálculo que hacía el gobierno de Hitler antes de invadir territorios.
En la ecuación “alemanes o judíos” está la esencia de todo el Holocausto que, alimentado por la propaganda y la manipulación histórica, sume a Europa en la mayor matanza jamás conocida.
Rommel sale vencido de las dos batallas de El Alamein, que pese a los problemas de abastecimiento lo achaca a las tropas italianas. En El Alamein, desierto árido a más de 1.450 km del puerto de Trípoli que obligaba a los suministradores a consumir tres cuartas partes del suministro para llegar al destino; en Guadalcanal, una pequeña isla cubierta de jungla que mataba por enfermedades e infecciones a los soldados de ambos bandos, y en Stalingrado, donde soportaron calor intenso y frío extremo, se dieron situaciones difíciles de entender. Por su parte Japón, con los “comités de paz”, “liga de la concordia” o “movimiento de salvación”, arrasaba todo territorio conquistado.
Los países europeos colonialistas no querían perder su hegemonía sobre ellas. Además, con la Segunda Guerra Mundial iniciada, implicaron a los colonos en luchas totalmente ajenas a sus intereses.
Sin embargo, el ataque japonés a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941) cambia el curso de la guerra, al sumarse de forma activa los Estados Unidos al bloque Aliado. Hitler, en el verano de 1943, dijo: “La guerra es una lotería”. Quizás para sí mismo ya tenía interiorizado que perdería la guerra porque cada retirada era una derrota.
Batalla tras batalla, Overy analiza la intrahistoria de cada una, en Europa, África, el Pacífico y el repliegue alemán desde Normandía hasta Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Ucrania. Países que se movilizaron para una guerra total, donde trabajaron ancianos, niños y mujeres. El aumento de la industria armamentística aumentaba la inflación y bajaba el poder adquisitivo de la población. El racionamiento en todos los países les sumió en unas dietas faltas de proteínas y vitaminas, con el consiguiente coste médico (gula).
Los planes para asesinar a Tōjō y a Hitler cuando todo estaba perdido no salieron bien, y la derrota a cualquier precio se instaura en las tropas alemanas y japonesas, lo que provoca más número de bajas, en ambos bandos, que en toda la guerra anterior. Según avanzaba 1944, las potencias aliadas fueron desinvirtiendo en guerra para optimizar los recursos en sus propios países. Churchill fue de los últimos en desistir.
Dos meses después de la rendición alemana, en julio de 1945 los Estados Unidos, China y Gran Bretaña firman la Declaración de Potsdam para la rendición incondicional de Japón, que no reacciona con celeridad porque el concepto de “incondicional” no estaba en la cultura militar japonesa. Así, lanzan las dos bombas atómicas en agosto de 1945, y el Emperador Hirohito se rinde el 10 de agosto. Sin embargo, las discusiones de los Aliados en las rendiciones generaron el caldo de cultivo para la Guerra Fría y las crisis no resueltas de Europa, Oriente Medio, África y Asia, que hoy vivimos.
Richard Overy nos ilustra los avances que se produjeron en las unidades acorazadas, la aviación, los anfibios, la radio y el radar que resultaron esenciales para el desembarco en las playas de Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword (Normandía), complementado con las divisiones de inteligencia que invitaban al engaño del enemigo, que pasó a ser uno de los grandes objetivos militares.
Todos los países adoptan economías de guerra, con una producción masiva de armamento, y los Estados Unidos establecen la fórmula del préstamo y arriero, sin pagar, que Alemania aplicó sin parangón. A su vez, se purga desde las escuelas la moral de los civiles que ejercen activamente de defensa civil, diferenciada de resistencia civil (partisanos) donde las mujeres tuvieron un papel activo. Sin embargo, los Aliados concedieron un papel secundario a los núcleos de resistencia que utilizaron para hacer sabotajes.
Sangre y ruinas es una mirada histórica y humana al pasado en el que la mentira, el engaño, la traición, la inoperancia, la inacción, la soberbia, la deserción o la neurosis forman parte de la geografía emocional de la guerra. No fue el odio al enemigo lo que motivó a los soldados para luchar, sino la superación del miedo y la incertidumbre.
Mantener la moral de los soldados fue una ardua tarea: té para los británicos, armónicas para los soviéticos, capellanes castrenses, alcohol y drogas en todos los ejércitos. La privación sexual fue otra preocupación, que solventaron con burdeles controlados o “mujeres de consuelo” en China y el sudeste asiático, a quienes recluían en centros de esclavitud sexual para que el ejército japonés las violara de forma reiterada (lujuria). Las mujeres y niñas, mutiladas y torturadas por diversión, así como las violadas, es una práctica aún habitual en todos los ejércitos del mundo en tiempos de guerra, que fueron crímenes sin castigo.
En la guerra, cuando solo piensas en sobrevivir, desaparece el miedo, la neurosis, el agotamiento o la desesperación. Sin embargo, los niños y niñas soportaron otra realidad más calamitosa, porque en tiempos de guerra no se respetan leyes ni usos de la guerra.
Finalizada la guerra, solamente los Estados Unidos se ocuparon del ajuste psiquiátrico de sus soldados, que vivieron y realizaron crímenes y atrocidades con un sadismo incomprensible entre humanos, más intensificado entre las tropas japonesas y que para los americanos fue el “japo bueno” es el “japo muerto”; similar al trato alemán para con los soviéticos, hasta necesitarlos como mano de obra prisionera. El genocidio racial lo fue también mental, y una vez finalizada la guerra las potencias colonialistas, de forma vergonzosa e impune, fueron tan beligerantes con los colonos como el Eje lo había sido en los territorios que conquistaba. El ser humano no ha comprendido que las guerras no benefician ni a quienes las ganan. Como explica Overy en el último capítulo del libro, tras la guerra nadie cumplió los acuerdos firmados.
Dijo Serrat en la entrega de los Premios Princesa de Asturias: “Creo en el respeto al derecho ajeno y el diálogo como la única manera de resolver los asuntos justamente”.
—————————————
Autor: Richard Overy. Título: Sangre y ruinas: La gran guerra imperial, 1931-1945. Traducción: Francisco García Lorenzana. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: