El 22 de diciembre de 1870 moría en Madrid Gustavo Adolfo Bécquer y nacía su leyenda, y 150 años después sigue siendo el primer poeta moderno de la lírica española, “todo un referente, que debería ser estudiado como se merece, desterrando tantos falsos tópicos”.
Para Alcalá, no cabe duda de que Gustavo Adolfo fue “el primer poeta moderno de la lírica española”, y ve casi una señal en el hecho de que el día de su muerte fue “el más frío en la historia de Madrid hasta entonces”, e incluso, “poco después de su muerte se produjo en Sevilla un eclipse total de sol que algunos han querido interpretar en clave esotérica”.
Curiosamente, en la vida profesional del autor se da la circunstancia que otros tantos artistas han sufrido durante la historia, porque “murió sin haber publicado sus obras en un libro. Todo lo que había publicado lo había hecho en los periódicos de los que fue redactor y director”.
“En su lecho de muerte pidió que publicaran sus obras porque él presentía que muerto sería más conocido que vivo”, diciendo a los presentes: «Me muero. Sabéis que no soy pretencioso, pero si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor leído que vivo”.
“Era el bohemio y el dandi, el enfermo, el soñador, el amante de la jardinería, el burgués, el político, el periodista, el falso romántico; el amante y el padre, el amigo, el poeta más popular de nuestro país”, señala Alcalá, recordando que “sus rimas siguen nutriendo a todos los poetas”.
Sin embargo, Pilar Alcalá tiene claro que si algo distingue al escritor sevillano es cómo “no sólo revolucionó la lírica, también introdujo novedades en la prosa, ya que sus leyendas están escritas en prosa, al contrario de lo que sucedía con las de Espronceda, Zorrilla o el duque de Rivas, que las habían escrito en verso”. Su “revolución poética consistió en introducir la asonancia, que es la principal característica de su poesía, y en acabar con los versos sonoros y sensibleros, como dice, con cierta burla, en su artículo «Un boceto del natural», con frases como “toda esa música celeste del sentimentalismo casero de las niñas románticas”.
La influencia del poeta fue indiscutible, a pesar de morir con solo 34 años, y de su muerte se hicieron eco numerosos periódicos de la época, como El Imparcial, que publicó una esquela a gran tamaño, con referencias en El Diario Español, el Gil Blas, La Ilustración Española y Americana, La Ilustración Española, La Ilustración de Madrid o El entreacto.
El poeta fue enterrado en el nicho número 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo de Madrid, mientras que, desde tres meses antes, su hermano Valeriano estaba en el 423, y allí permanecerían hasta 1913, cuando los restos de ambos fueron trasladados a Sevilla.
Pilar Alcalá considera que no se cumplió la voluntad de Bécquer, reflejada en la tercera de las «Cartas desde mi celda», donde expresa su deseo de ser enterrado en Sevilla: “Soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen, para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas”, escribió.
Desde 1913, sus restos se encuentra en el Panteón de Sevillanos Ilustres, en los sótanos de la Facultad de Bellas Artes, gracias al trabajo que realizaron desde 1884, entre otros, el escritor, historiador del arte, ceramófilo y arqueólogo José Gestoso, que murió en 1917 y fue enterrado en el mismo panteón, al lado de la tumba de los hermanos Bécquer.
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