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La Ilíada a la hora del aperitivo, Giovanni Nucci

La Ilíada a la hora del aperitivo, Giovanni Nucci

Cuando pensamos en la Ilíada, imaginamos a los dioses como espectadores desde lo alto del Olimpo, comentando el feroz combate de héroes y guerreros en la llanura de Troya mientras disfrutan del aperitivo, tomando partido por unos u otros y moviendo los hilos de los protagonistas como si estos fueran marionetas o piezas sobre un tablero. Para Giovanni Nucci no es exactamente así, y en este libro propone una interesante relectura del célebre poema épico, situando a los dioses como los verdaderos protagonistas, pues más allá de su intervención en las batallas de los héroes, representan a las fuerzas interiores que mueven desde lo más profundo nuestra humanidad. Con erudición y un gran sentido del humor, el autor ahonda en las complejas y paradójicas relaciones de los moradores del Olimpo, arrojando una nueva luz sobre las historias y curiosidades del entramado divino.

Zenda adelanta un extracto de La Ilíada a la hora del aperitivo, un libro de Giovanni Nucci (Siruela).

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Tenemos una imagen de los dioses como si lo observaran todo desde lo alto, desde lo alto del Olimpo, mientras toman el aperitivo; como si estuvieran en el cine viendo cómo combaten los héroes en la llanura delante de Troya y comentaran, y tomaran partido por uno u otro, interviniendo de vez en cuando y moviendo desde allí los hilos de dichos héroes, piezas en un tablero, un videojuego. Y no creo que sea la imagen adecuada, sino más bien al contrario.

En este sentido, es bastante conocida la historia de Goffredo Mainardi, que fue a París a impartir una serie de ponencias sobre la Ilíada, en el Collège de France. Y allí, casi de casualidad, después de tantos años, se habían vuelto a encontrar. No tardaron mucho en comprender que lo suyo había sido, desde siempre, algo más que una simple amistad. Quizá lo supieran, pero ahora aquel amor, precisamente por no haberse materializado ni desvanecido a lo largo del tiempo, salía a la luz en todo su ligero esplendor.

Por aquel entonces, ella disfrutaba de una vida plena, aunque ajetreada. Se había casado con un respetable político, así que ejercía de mujer del respetable político. Pero digamos que tenía también sus aficiones, y para satisfacer dichas aficiones había acabado en París, donde se había enterado de las ponencias que iba a impartir Mainardi en el Collège de France. Así que había ido a la Place Berthelot y se había presentado ante él como si no hubieran pasado treinta años.

Creo que el suyo era uno de esos casos en los que a un gran amor no se le ha dado ninguna oportunidad. A lo largo de todo ese tiempo se habían visto varias veces, pero cada vez, por un motivo o por otro, por ella o por él, se habían cruzado, casi rozándose, para después seguir cada uno su camino. Así, aunque a ojos de ella él siguiera siendo un viejo amigo con una vida bastante complicada, aquellos aires de intelectual despistado contrastaban enormemente con la rutilante y lujosa realidad del mundo político.

En cuanto a él, como suele pasar con los hombres, había sido todo mucho más fácil. Cuando la vio entre el público le pareció bellísima, y se había quedado obnubilado, iluminado. En ese momento, su discurso dio un giro inesperado: había decidido ofrecer una lectura romántica de la Ilíada.

Al parecer, él había ido a buscarla, teniendo claro que volverían a verse. No era necesario pedirlo, bastaba con hacerlo. Ella le había dicho que sí sin dejar de mirarlo y luego, al quedar con él para esa misma tarde, simplemente había añadido: «Ahora la pregunta es: ¿quién nos prepara el gin-tonic?».

Era una pregunta crucial. Y me imagino que fue así como surgió esta historia de los dioses a las seis. Porque, a partir de entonces, en los días sucesivos, además de todo lo que les ocurría a lo largo del día, cada tarde se veían para tomar el aperitivo en el pequeño y elegante hotel donde ella se alojaba. Por lo demás, es lo que había, pero el gin-tonic de las seis los trasladaba a la corriente de aquella historia tan inalcanzable, pero igualmente inmensa.

Y entonces él le había hablado de Auden y Kallman, de cómo pasaban buena parte del verano en Isquia, donde cada día tomaban dos veces el aperitivo (twice, que dirían ellos): a las seis y después, de nuevo, a las siete. Y así, mientras pensaba en Auden, en la poesía y en aquella suspensión, por muy fuerte que en esos momentos sintiera su amor por ella, le había parecido que la corriente de lo divino se apropiaba de lo que les estaba pasando. Si había sido así para Auden y Kallman en Isquia, que en los años cincuenta debía de ser un lugar maravilloso, lo sería también para ellos en esos pocos días que les habían concedido.

Pues bien, imagino que sus ponencias en el Collège de France se basaron en el supuesto de que los dioses participan, a menudo de manera insospechada, en nuestras vidas. Mainardi estaba convencido de que teníamos que cambiar nuestra forma de pensar en lo divino: los dioses no observan desde lo alto cómo combaten los héroes mientras ellos toman el aperitivo, sino que participan en sus combates, los acompañan, están dentro de ellos, hacen que se piense en ellos convirtiéndose en sus comportamientos más profundos. Al igual que Dionisio y Afrodita se habían adueñado del gin-tonic que tomaban, cada tarde, a eso de las seis, antes de dar una vuelta juntos por la ciudad, en aquel hotelito frente a la isla de Saint-Louis.

No hay duda de que el gin-tonic tiene en sí mismo algo trascendente. Pues bien, es ahí donde hay que ir a buscar.

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Autor: Giovanni Nucci. Título: La Ilíada a la hora del aperitivo. Traducción: Ana Romeral. Editorial: Siruela. Venta: Todostuslibros.

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