Creciente, desbordante, evidente, arrasadora, la cuestión sobre los flujos migratorios, de diversa naturaleza y origen, social, política, humanitaria, es uno de los ejes vertebrales del futuro en el planeta. Es la suma perfecta de varias necesidades que confluyen: la de los que parten en busca de horizontes vivibles, la de los que vivimos en sociedades que afrontan decadencia y precisan una vital renovación, la de la despoblación y repoblación de los espacios geográficos afectados por el cambio climático y, en fin, la de los huidos de las guerras que buscan sobrevivir y reconstruir las vidas de varias generaciones. La suma de todo ello hace que, hoy en día, el reto de lo que se avecina en este siglo XXI se llama “movimiento migrante”. Y ya, lejos de ser anecdóticos o puntuales, lejos de ser una esporádica presencia de culturas inesperadas, ese movimiento es un poder que modifica y modificará más aún las sociedades democráticas, liberales, prósperas y ricas. Pero no sucede, ni sucederá, de manera lineal o natural, sino que afrontará conflictos de ajuste, derivará en enfrentamientos de prejuicios y, finalmente, superadas la fases críticas, supondrá un enriquecimiento social, económico y cultural para las sociedades de acogida, algo que, a la larga, muy a la larga, beneficiará también a las sociedades de origen, de las que los migrantes partieron en busca, no de la vida mejor, sino sencillamente de la vida. Porque el movimiento migrante hay que entenderlo en clave de vida o muerte. Prueba de ello es el gigantesco cementerio que es ya el Mediterráneo.
De esto trata el libro Poder migrante, de la escritora Violeta Serrano. Nos ofrece un ensayo de enorme clarividencia y dominio literario, en el que mezcla varios géneros, desde el reportaje vivencial, con testimonios de primera mano —un refugiado, un negro llegado en patera, un guardia civil de Melilla—, incluso biográfico, relatando su experiencia de española que tuvo que abrirse camino en Buenos Aires, hasta el análisis valiente, de denuncia, crítico, de los prejuicios y posturas políticas de las sociedades del bienestar. Por todo ello, se trata de un libro-síntesis de la migración desde todos sus aspectos, enfoques y convergencias, un mosaico de realidad. Pero no se queda en la mera descripción problemática, sino que lanza una tesis esperanzadora, o quizá habría que decir inevitable: los flujos migratorios son un capital de mejora mundial, son un poder político que se expandirá como un líquido y lo cubrirá todo como una renovación revolucionaria. Es, en suma, un canto poderoso al mestizaje, que, como la historia ha demostrado siempre, es el motor de avance de la humanidad. Un motor con muchos, muchos y dramáticos obstáculos.
La cuestión que transita por las páginas de Poder migrante es cómo la sociedad de acogida se cuenta a sí misma al otro, qué relato conforma de ese otro, si es un relato excluyente, demonizador, racista, constructivo, integrador, piadoso, realista, etcétera. Y cómo ese relato del otro, en realidad, está siendo el relato del nosotros, del yo. Como dice Violeta Serrano: “La hipótesis central de este libro se basa en la idea de que las personas que se han visto obligadas a dejar todo atrás, o que lo han hecho para mejorar sus condiciones de vida, no son enemigos a temer, sino maestros de los que aprender en un mundo en constante crisis”. Aprender de ellos es el concepto clave que, inevitablemente y por fortuna, se acabará imponiendo. Pero antes tenemos que modificarnos, aceptar que esos “otros”, de otredad radical —pues no se trata de vecinos de otras provincias, sino de personas de lejanísimas tierras y culturas—, pueden aportar riqueza, mejora, experiencia. Asumir, pues, que nos toca entender y practicar la tolerancia, romper prejuicios, eliminar el miedo. No significa esto ser complacientes con los aspectos culturales o religiosos que sean perniciosos; significa, más bien, consolidar y mostrar nuestros valores éticos y sociales, sin dejar de reconocer que, a veces, nos amparamos en esas diferencias religiosas, cuyas limitaciones reales son obvias (véase, si no, el rol de la mujer en el islam, por ejemplo, o la cultura de la ablación de ciertos países africanos, o la militancia en el yihadismo por parte de un ínfimo porcentaje de refugiados), para rechazar al otro en bloque. Hemos de educar para dejar que ellos nos eduquen, por así decir, en aspectos y experiencias que desconocemos, que nos harían mejores en emociones, sensibilidad y conocimientos; que nos traerían diferencias que igualarían nuestra propia diferencia con respecto a la que nosotros somos para ellos. Ellos y ellas también nos tienen miedo.
Violeta Serrano cataloga, con una excelente habilidad narrativa, todo el abanico de circunstancias que se evidencian a la hora de hablar de migración. Desde el prejuicio de razas y colores de piel, hasta los clichés más burdos y las corrientes políticas que tienen una postura supremacista o racista. Habla de los menores, los adolescentes sin nadie, en un limbo legal y social, cuya fuerza, energía, inteligencia, belleza y bondad corren el riesgo de perderse. Jóvenes o niños que vienen con una expectativa que se les quiebra, y eso deja un profundo trauma, añadido al que haya supuesto ya el viaje en sí, los peligros, abusos y decisiones que han tenido que asumir. Habla de los moros, los negros, los musulmanes, los jóvenes, los refugiados de países en guerra. Habla de los estereotipos como el “te robarán”, “te violarán”, “te quitarán el trabajo”. Habla del racismo hacia los chinos, los árabes, los negros, los latinos. Serrano hace labor de campo, aventura opiniones y elabora ideas que son sustanciales. La más destacada de esas ideas es la positividad de la migración como fuerza —porque es sin duda una fuerza— que cambiará el mundo. Analiza en su libro cómo el poder migrante adopta estrategias que, si tiene un mínimo de cooperación desde la parte receptora, es decir, desde nosotros, va a sacar y dar oportunidades a esas personas para que aporten mucho a la comunidad, a la de todos, como compatriotas que ellos y sus descendientes ya serán, y aportarán en un alto grado de cualificación. Y hace hincapié Serrano en la oportunidad que tiene Europa para encauzar por esa línea su gran evolución venidera. Pero antes hay que pasar por un proceso de aceleración de prejuicios, inestabilidades políticas y, lamentablemente, por una o dos generaciones migrantes que se sacrificarán. Hace poco oí decir a un refugiado en Lesbos, un hombre culto, que primero los trataron como emigrantes, luego como refugiados, luego como amenaza y ahora como invasores. Invasores de Europa. De la Europa de los privilegios, de los miedos, de los fascismos mentales, de los Le Pen, Orbán, Abascal y Johnson.
El libro de Serrano viene a decir: «Desconfiemos de nosotros mismos, aún no estamos preparados para asumir y aceptar al otro, al diferente». Para ello hay que empezar a romper la divisoria “nosotros” y “ellos”, y romper su falsa dicotomía moral de buenos-malos que encierra. Es falsa. Pero no hay que caer en ingenuidades, claro. Es cierto que solemos construirnos de ellos una idea autojustificativa. Como dice Serrano, son “culpables imaginarios contra los que cargar nuestra propia frustración”, porque estamos en crisis de precariedad. No obstante, rasemos a los ellos por el mismo rasero que a los nosotros. Tan peligroso puede ser un delincuente nacional como uno foráneo. Es más, la estadística dice que los primeros son los más peligrosos. En tiempo de nacionalismo exacerbado, que no es más que una de las caras del miedo al cambio, prevalece la idea de “nuestra casa”. ¿Qué es “nuestra casa”? Nuestra casa es un concepto que mezcla muchas cosas: posesión, pertenencia, espacio y habitabilidad. Lo que el nacionalismo hace es convertir la casa en un castillo que defender y no en una inmensa y abierta posada común. Vienen tiempos en que hay que romper la solidez de esa idea de “casa-castillo” y abrirse a compartir lo público, aunque en ciertas fases de ese proceso lo público esté sostenido tan solo por los que podamos pagarlo. Esto es lo que no comprende cierto discurso refractario que se impone con odio, el odio que subyace en el miedo, y que instrumentalizan las derechas encastilladas en un conservadurismo radicalizado. Serrano lo dice con claridad: no son enemigos. Pueden ser rivales laborales, pueden ser competidores, como cualquier otro compatriota, pero la idea de enemigo es una idea política.
Quien viene de fuera siempre tiene un relato nuevo que contar. Empezando por la historia misma de su viaje hasta nosotros. En este sentido, son los nuevos Ulises, la nueva Odisea, los nuevos héroes de una mitología por escribir. Si somos emoción mucho antes que razón, como dice Violeta Serrano, pues, por favor, que se note. Pero quizá estemos inmersos todavía en un aparatoso ruido que hace que se impongan los relatos del miedo. Algún día, todo será diferente. Un día que, sin duda, llegará. Porque la fuerza migrante, su poder, es tan necesario como imparable. Concluye Serrano, con lucidez: “Los migrantes ya no somos una rareza, no somos una falla del sistema: somos lo que constituye el nuevo mundo global. Nuestra identidad no es la excepción, sino la regla. Migrantes somos. Migrante soy. Es la nueva clase a la que casi todos pertenecemos”.
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Autora: Violeta Serrano. Título: Poder migrante. Editorial: Ariel. Venta: Todostuslibros y Amazon
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