Si, tal y como dice María José Navia, aprendemos cosas de las películas, ella aprendió mucho de El mago de Oz. Y es que es una de las presencias constantes en su último libro, Todo lo que aprendimos de las películas. En él, nos regala diez relatos aparentemente concebidos de forma independiente, pero con una impresionante arquitectura: todo está conectado por unos azares de la vida que quedan ocultos a los personajes, pero de los que el lector disfruta y utiliza para construir poco a poco un universo de madres que lo son, o que no lo llegan a ser; hijos tenidos, deseados y no llegados, herederos del recuerdo o repartidos en custodias. En un relato aparece una escritora sobre la cual, en otro, su hija escribe; en un tercer relato mora una casa de la que no voy a poder olvidar su columpio. Y es que los cuentos de Navia están concebidos para ser disfrutados, para que el lector se adentre en los personajes, sus miedos y sus deseos, pero también para que cada uno de ellos sea una presencia en segundo plano en todos los demás. Un poco como esa película de fondo a la que parece que no prestamos atención, pero cuyo recuerdo nos asalta indefectiblemente, unido al momento en el que nos acompañó.
Una de las protagonistas de Navia recuerda que, en el momento en el que vio el movimiento que indicaba la vida en el vientre tenso de una mujer embarazada, sonaba Over the rainbow. Un recuerdo. Un amuleto, dice la protagonista del primer relato recogiendo un crayón del suelo, mientras espera en una clínica para saber el tiempo que le queda para seguir viendo los colores que tienen esas ceras. Porque en el primer relato nos hablan de oscuridad y de luz. En él hay una mujer que acude al oftalmólogo para realizarse un tratamiento, y se encuentra cada semana a un padre y un hijo que acceden por el mismo motivo. Otra dolencia, tal vez el mismo final. Distinta historia. Porque todos somos distintos, pero muchas veces llegamos a los mismos lugares, aunque sea una sala de espera y apenas sepamos los nombres. En otro relato, una pareja quiere tener un hijo y pone todas las herramientas a su alcance mientras oculta el deseo a los ojos de los demás, tal vez por miedo a rendir cuentas de lo que puede ser un eterno fracaso. Otra mujer, la escritora, está embarazada, y uno se pregunta qué ha sucedido en el espacio intermedio entre los relatos para que su hija decida escribir su historia de una forma que sabe que no le hubiera gustado a su madre.
Cuando uno abre un libro de relatos, busca muchas veces un punto común a todos ellos. Sabemos que cada relato es una historia completa, que sus personajes son una aparición fugaz y que eso no significa que no vayan a quedarse con nosotros. En el libro de Navia, el nexo común son los espacios intermedios: el columpio de una casa, los fantasmas de lo que deseamos y nunca llegó. El hijo que no se tuvo, la palabra no pronunciada al padre de un niño que llora en el asiento trasero, los “y si…” que aparecen cuando uno apaga la luz. Pero hay más, porque el cine hace acto de presencia; la cultura en general, mediante referencias que vienen al caso, frases que se recuerdan de una película, asociaciones mentales a la hora de nombrar un tornado. Como comentaba al principio de la reseña, Todo lo que aprendimos de las películas es un libro complejo en su construcción, lleno de engranajes que encajan mediante frases cortas y recuerdos nostálgicos que dejan un poso triste, el de la desilusión de los personajes por las oportunidades no aprovechadas. Una delicia de lectura llena de puntos secretos especialmente colocados para que los recoja el lector. Como un camino de baldosas amarillas.
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Autora: María José Navia. Título: Todo lo que aprendimos de las películas. Editorial: Páginas de Espuma. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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