No es posible en unas pocas páginas hacer justicia a un libro como éste. La cantidad de temas, subtemas, propuestas estéticas, ramificaciones y reflexiones es tal que al cerrar el libro sentí la tentación de volver a empezar. Se me escapan cosas, seguro. Hay bucles que han quedado dando vueltas en mi cabeza, alusiones, imágenes que se repiten, ligeramente modificadas, que uno desearía comprender, enlazar, cerrar todos los círculos.
Pero esa es precisamente la imposibilidad que constituye la esencia —una de las esencias— de la Trilogía de la guerra. Las islas no existen. Todo está conectado y por eso las posibilidades combinatorias para llegar de un sitio a otro son infinitas. Intentar establecer todas las conexiones sería como navegar unas horas por internet y pretender seguir todos los enlaces, cuatro o cinco en cada página, que dan lugar a otros cuatro o cinco cada uno y así sucesivamente. Todo está conectado y por eso en esta novela se habla continuamente de islas, pero también de puentes y de túneles, aparece el Brexit como opción imposible, porque incluso el mar, en lugar de ser una separación, une las islas: del mar salen individuos que unos días antes estaban en otro lugar, asoman a la superficie, dejan sus huellas sobre la arena o sobre la nieve, crean enlaces entre unas vidas y otras, vuelven a sumergirse. Y tampoco el tiempo es, como se suele pensar, algo que nos separa. Al contrario, el tiempo nos une, es un fluido cuyas moléculas se desplazan hacia delante y hacia atrás. La memoria acelera cada partícula, la empuja en direcciones insospechadas.
Todo está conectado. Un paseo por la costa de Normandía podría ser infinito si recorremos cada camino y vamos creando conexiones con lo que ha sucedido en ellos, y con las personas que los recorrieron. Por supuesto, al leer esta novela pensaba en Sebald y en Los anillos de Saturno, en esa manera de entender que una trayectoria nunca es lineal y que la vida tampoco lleva un orden cronológico, esa manera de entender que todo se encuentra en una red y que cualquier vector es una simplificación grosera de la realidad. Y acaba apareciendo Sebald en la tercera parte aunque él estaba ya ahí (otro fantasma que no se irá nunca), en las digresiones, en el gusto por los planos y las fotografías. Pero Fernández Mallo no se queda en un homenaje al maestro, sino que a partir de ese sustrato sebaldiano construye mundos sugerentes y originales, reflejos brillantes de la extrañeza que genera la conciencia, trazando arcos que van de la guerra civil española al desembarco de Normandía —también habría que hablar de la guerra como generadora de memoria, como eso que nos une entre continentes y épocas—, del África de Livingstone y Stanley a Nueva York, y más lejos aún, a la Luna, a través de ese cuarto astronauta al que nunca vimos. Y de la realidad a la ficción, una y otra vez, porque los personajes reales, los descubrimientos científicos y los hechos históricos se anudan con invenciones del autor, de manera que realidad, ciencia, filosofía y ficción parecen ser fragmentos del mismo tejido, de la misma red, insertarse en la vida y la memoria de formas similares. Porque, ya lo he dicho, todo está comunicado, todos los seres vivos y sus conciencias lo están de alguna manera. Y yo ahora, después de leer la Trilogía de la guerra, no podré dejar de imaginar que en ciertos encuentros alguien me susurra, como algunos personajes de la novela, “dame el fuego” y yo responderé “toma el fuego”. Y pensaré en los incendios que arrasan África; y en casas que se queman bajo las bombas o por un cortocircuito, un mundo ardiendo y generando nubes de humo que iremos respirando, pasando de nuestros pulmones a los de otros. Un incendio, eso es también este libro, una forma de retomar el edificio literario que estaba ahí y prenderle fuego, no para destruirlo, sino para convertirlo en otra cosa. “Toma el fuego”, nos dice Agustín Fernández Mallo. Y no nos va a ser fácil saber qué hacer con toda la energía que desprende.
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Autor: Agustín Fernández Mallo. Título: Trilogía de la guerra. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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