Ese era el mensaje que decoraba una pared de enfoscado pintada de blanco sobre la que habían hecho un dibujo de un robot. Y al lado, esa frase: “La informática es el futuro”. Es lo que decía el rotulo en el año 1987, cuando yo contaba con sólo doce años de tierna edad.
Y conseguí que me apuntaran a esa academia de barrio de mi Móstoles “natal”, si es que se puede decir que yo naciera en Móstoles, porque en aquel entonces los que nacíamos en la villa de Móstoles teníamos que venir al mundo en el Hospital de La Paz, o cualquier otro de la capital. Fue en ese aula, con poca luz, mesas de colegio y ordenadores de 8 bits donde comencé mi camino hacia el futuro ese dominado por la informática, donde las películas de ciencia ficción les daban más poder del que nosotros podíamos tener en esos momentos. Sin modulador-demodulador para conectarnos a Internet, nuestro universo comenzaba con los programas que pudiéramos cargar desde la cinta, o tecleándolos en BASIC. Y sin embargo, con los ojos entrecerrados, ese niño gordito y empollón que era Chema Alonso en aquellos años veía un futuro donde los ordenadores controlaban todo, y lo mejor, los creadores de programas eran los que mandaban.
Podríamos decir que, con esos doce años, sufrí la picadura de la araña radioactiva, como Peter Parker, y me quedé enganchado a la informática. Mirando con pasión cómo funcionaban los programas que los hacían parpadear. Sonar. Contar. Aprendí a decirles cosas utilizando a mis amigos los switches, los acumuladores, las variables y dictándoles partituras compuestas por secuencias iterativas, repetitivas o alternativas. Gracias a ellos, los unos y los ceros bailaban por dentro de ese cabezón al ritmo que les marcabas con las yemas de tus dedos. Y pensabas en eso, en conquistar el mundo, como si en una película de juegos de guerra estuvieras metido. La informática era el futuro, y yo me acababa de subir a él, primero gobernando un dragón y luego montado en un Amstrad CPC.
Con doce años conseguí mi primer éxito personal de ese futuro, cuando tras una prueba de selección quedé como parte de un equipo de chicos de Madrid para competir en una competición de jóvenes promesas de la informática en un programa de Radio Nacional de España llamado Bienvenido, Mr. Chip, donde no gané, pero sí que conseguí llegar a las rondas finales y llevarme un Epson PJ/1 con doble disquetera de 5 ¼ pulgadas. Eso sí, sin disco duro.
De ahí, al Instituto de Bachillerato para ver si podía ir a la Universidad y conseguir ser el primer miembro de mi familia (paterna y materna) que lograba ir a la Universidad. Pasé los cursos de BUP y el famoso COU aprovechando mis conocimientos de informática para ganarme algún dinero como profesor de MS-DOS, configurando algún ordenador o enseñando a programar a algún estudiante. Pero el hecho más curioso y destacado de aquel entonces fue que, cuando me tocaba ir a hacer la mili, logré modificar mi destino gracias a la informática.
Tenía claro que quería hacer el voluntariado social y no ir al servicio militar obligatorio, así que fui a mi instituto a pedir hacer un proyecto de voluntariado allí, montando una sala de ordenadores del Instituto de Bachillerato Ana Ozores —ahora Juan Gris— y desarrollando proyectos de tecnología. Y lo presenté, pero me dijeron que no. Que no hacían esas cosas porque eran complicadas por culpa de la burocracia, y que me tendría que buscar otra tarea para hacer mi objeción de conciencia en otro lugar. Vaya. Lástima.
Quiso el destino que cuando me iba a ir cabizbajo por el rechazo pasara a ver a las chicas de secretaría de dirección, con las que tantas veces había estado en mis cuatro años de educación en aquel centro. Las quería mucho y ellas me trataban siempre con mucha alegría y afecto, así que cuando fui a verlas me extrañó verlas tan tensas. Pero… es que tenían un problema muy serio…. con los ordenadores.
Tenían que sacar las actas con las notas de todos los alumnos y entregarlas en el ministerio ese día, pero el programa que les habían mandado no funcionaba. Como en las películas, el destino quiso ponerme una prueba ahí delante, así que me ofrecí a ayudarlas. Y vaya que lo hice. El programa que tenían que usar para imprimir las actas estaba guardado en un disquete de 3 ½ pulgadas, y lo que fallaba era un programa que importaba las calificaciones de los estudiantes para convertirlos en un formato especial para que pudiera ser procesado e impreso en el papel oficial del ministerio, pero algo fallaba en el proceso.
Aquel día fue una hazaña, pero lo único que hice fue depurarlo paso a paso a ver dónde estaba el problema y lo apañé. Hice lo que hoy en día sería un patch, o un hack, o un bypass del error, cambiando un fichero por otro manipulando el código de error y viendo si todo funcionaba. Y el truco funcionó. El programa se lo comió, las notas de todos los estudiantes se imprimieron, se sellaron, se firmaron y yo salí por la puerta del instituto con los aplausos de la secretaría.
Y como en las películas, cuando estaba ya a más de cien metros del centro, el jefe de estudios llegó corriendo para decirme que se lo habían pensado mejor y que sí, que querían que yo hiciera mi voluntariado social en el centro. Que después de lo que había hecho con el programa de las calificaciones, me había ganado el derecho a estar allí y que harían todos los papeles que fueran necesarios.
Me sentí como un superhéroe.
Pasé el primer año de mi universidad trabajando, haciendo el voluntariado social en mi centro y ya estudiando la Ingeniería Técnica en Informática de Sistemas. Tenía claro que la informática era mi futuro, aunque para mí ya era mi presente y mi pasado. Acabé los tres años de estudios, y me puse a trabajar de becario en una startup. Luego dos años más en una empresa haciendo trabajos de todo tipo, y con veinticuatro años lié a mi amigo de la infancia a montar la que sería nuestra compañía. Nuestra empresa personal. Nuestra querida Informática 64.
Podría contaros muchas historias de miedo, de errores, de aciertos, de desconocimiento, de crecimiento, de éxito, de alegría, disgusto, tensión, problemas y transformación, pero hay futuro aún para contaros las cosas más despacio. Lo cierto es que cuando discutíamos si haríamos o no la empresa, Rodol y yo nos pusimos de acuerdo en una cosa, en escribir en un papel por qué íbamos a montar esa empresa. Y estuvimos de acuerdo en que lo hacíamos porque queríamos tener una vida mejor los dos, y disfrutar día a día a con lo que hacíamos. Queríamos hackear nuestro destino de chicos de Móstoles sin padrinos, contactos o enchufes en un mundo que desconocíamos. Queríamos hackear nuestro futuro.
Recordamos a lo largo de los doce años que estuvimos allí ese momento, esas palabras, esos pensamientos. Pasamos de ser unos jóvenes de 24 y 26 años a ser hombres, y cambiamos nuestro futuro. Vaya que si lo cambiamos. Hicimos de todo. Pero, sobre todo, aprendimos y crecimos junto a nuestros queridos ordenadores, Internet, y los programas. Viajamos por todo el mundo, construimos cosas, y yo volví a estudiar a la universidad. Me saqué el CAP y volví a dar clases al instituto donde estudié, me saqué la Ingeniería Superior, la maestría y el doctorado, todo, por supuesto, sobre informática, que la informática era el futuro.
Llegó el momento de tomar la decisión de irnos o no a Telefónica, y lo debatimos juntos. Todos o ninguno. Y nos fuimos a hackear nuestro futuro a esa gran empresa. En el año 2012 comenzamos a trabajar con la gran T y en el 2013 ya estábamos todos allí para montar otra nueva empresa haciendo tecnología. Pero esa es otra historia, larga también de narrar hoy.
Hoy, a punto de cumplir 46 años, Rodol sigue conmigo, por supuesto, y tanto él como yo seguimos aprendiendo cosas. Seguimos viendo la manera de hacer tecnología, de crear nuevas cosas, de buscar cómo hacer algo que antes no se podía hacer. Ya os he hablado muchas veces de mis compañeros de Ideas Locas y los proyectos que hacemos. Porque está en nuestro ADN. Porque es parte de nuestra vida. Porque tenemos claro que la informática es el futuro.
Ahora, como padre, con niñas de 8 y 13 años tengo la responsabilidad de tomar decisiones para el bien de su educación, así que las llevo a programar a una academia en el barrio, donde van con otros niños de su edad a aprender LOGO, Python y este verano un curso de pentesting con Kali y otro de Ethical Hacking. Y cuando me preguntaron el primer día:
—Papá, ¿por qué hay que aprender Logo y Python?
Recuerdo que vi nítidamente aquel rótulo, con aquel dibujo, y pude leer el mensaje:
—Porque la informática es el futuro, hijas mías.
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