Vista desde el aire, la isla parece una mancha de café en mi vestido favorito. Es un vestido de fiesta. Brillante, mutable y antiguo. Cuando hay tormenta, la tela se adensa y se cierra. Entonces hay que procurar no adentrarse demasiado, pues se corre el riesgo de acabar perdida. Sin embargo, cuando luce el sol, la piel —canto de sirena o bolsa de plástico en el olvido— empieza a emitir una señal de vida por debajo del tejido; alumbrándolo, apareciendo. Los cafés no suelen derramarse sobre una prenda así. Los cafés se derraman sobre los pantalones de pijama o sobre las camisas blancas recién planchadas. Pero, vista desde el aire, la isla parece una mancha de café en mi vestido favorito.
Cada vez que aterrizo en la isla, siento que me agarro a una roca. Con los pies, no con las manos. Me convierto en una escaladora pegada a una pared vertical: ya no me caigo. Y quiero encender el móvil y avisar de que he llegado; prescindir del cinturón de seguridad, abalanzarme fuera del avión y recorrer el pasillo estrecho que conduce a la salida más esperada, a la perfecta opción. Porque no existe otra. “No retroceda, no se detenga.” Salgo a la calle y me recibe la humedad.
Al principio, la humedad me pesaba. Ahora me sostiene. Ahora, me recuerda dónde estoy. O donde quiero estar. Aquí. Quiero estar aquí. Estoy aquí. Y esa constatación corpórea y simple de la realidad, ese hecho que se toca con el pensamiento luminoso, me emociona tanto que tengo que repetirme a mí misma que no se trata de un anhelo o de un plan, que no he retrocedido en el tiempo y que ya no vivo lejos del mar.
Cuenta la leyenda que la isla o te acoge, o te rechaza. Bueno: más bien lo cuenta la gente. Hay cientos de historias sin escribir que lo documentan. Esas historias campan por ahí a sus anchas como las lagartijas. Son historias rápidas y pequeñas. Historias que se cruzan en tu camino sin avisar y que luego se esconden en el matorral más cercano dejando una ráfaga de luz a su paso. Sustito y, después, ternura. ¿De dónde vendrá la música? Esas historias me dan esperanza. Igual que las películas de catástrofes, de cuyos protagonistas siempre pienso que van a salvarse.
En este caso, solo yo puedo hacerlo.
Nuestro deseo: habitar una isla,
dejarla que tome forma
a golpe de estar en ella.
Habitar una tierra,
dejarla que se rodee de mar
y se aleje lo justo.
Teresa Soto
La isla es el suspiro de alivio que te devuelve al cuerpo al encontrar el búnker. El tacto, el orgasmo. La casa y tu totalidad.
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