Como el cine termina engullendo casi toda la letra escrita, la historia de Frankenstein que los lectorcillos jóvenes conocen, en general, es la de la del ser horrible con zapatones de plataforma y tornillos en las sienes, temible pero bonachón, que mata por torpeza e inexperiencia casi como un niño grande y que tiene, al final de su triste vida de orfandad científica, una inevitable, injusta, casi heroica muerte. Las casi 200 adaptaciones que la industria ha realizado con mayor o menor éxito de esta historia han calado profundamente en las diferentes generaciones, contribuyendo en gran medida a certificar esa verdad incuestionable de que “un clásico es aquel libro que todos conocen y nadie ha leído”.
Pero también el cine puede ser la puerta mágica a un interesante lugar para los primeros lectores, donde el disfrute de lo audiovisual dé paso a la seducción por la historia y su continuación natural en la lectura. Quizás de alguna manera el cuento de Mary Shelley sea uno de esos casos, singular desde el título, que incluye una alusión mitológica: Frankenstein o el moderno Prometeo. Y es que la historia de esta muchacha germina en la idea ancestral de que el Hombre, diseñado a imagen y semejanza de los dioses, había terminado despertando la envidia y el temor de éstos, de manera que con cada demostración de éxito los dioses se entretenían, desde los cielos olímpicos, en recordarles su miserable condición de mortales. Prometeo, aquel Titán que robó el fuego para entregárselo a la Humanidad, poseía además un pequeño detalle biográfico añadido muy atractivo para Mary y toda su generación romántica: había nacido con el don de profetizar el nombre de aquel que lograría despojar a Zeus de su calidad de rey de los dioses, de su capacidad exclusiva de insuflar vida en la materia inerte.
Con ese bagaje de lecturas, conocimientos clásicos y visión romántica de la vida y la muerte, en un mundo cargado de incipientes modernidades que pasaban por los sorprendentes avances de la medicina, el desarrollo de los estudios del subconsciente y los vislumbres del final de la fe preindustrial en la existencia tranquilizadora de un cielo protector, Mary Shelley, hija de una famosa feminista y rodeada de intelectuales y artistas de la época, acumulaba muchos puntos para ser capaz de concebir una obra maestra.
Deslumbrada por la increíble historia que fue capaz de concebir, la biografía de esta mujer había permanecido en un discreto segundo plano, hasta ahora. La estela de centenarios y el empeño global por dar impulso a las mujeres de valía ha dejado un polvo brillante de centenares de nombres desconocidos u olvidados de mujeres increíbles, y emociona ver cómo las editoriales se han puesto manos a la obra para apostar por libros hermosos y educativos que empiecen este dulce trabajo desde el principio, es decir, educando a los más jóvenes. Es el caso de una de nuestras editoriales de referencia, Impedimenta, y su reciente biografía ilustrada de la vida de Mary Shelley: Mary, que escribió Frankenstein.
El álbum está ilustrado por Júlia Sardá con escenas a veces impactantes y siempre hermosísimas, de dibujo delicado y evocador, muy narrativo, muy detallista, heredero en parte de aquellas ilustraciones de las publicaciones de los elegantes años 60, que se convierten en el complemento perfecto de una historia que la autora, Linda Bayley, enfoca de manera acertada para su joven público, pues la narración se centra en la infancia de la niña Mary, contando con sencillez y belleza cómo esos años decisivos la definieron y moldearon para ser lo que luego fue: una mujer soñadora, rebelde y muy fuerte, cuya admiración y gran amor por el poeta romántico Percy Bysshe Shelley, lejos de disminuir su valía, consiguieron fortalecerle el talento. Y todos esos hechos vitales, como en una novela no escrita de la propia Mary Shelley, vinieron a confluir en una noche tormentosa de verano junto al lago Lemán, donde un grupo de amigos se reunieron para cambiar, sin saberlo, el curso de la literatura y el cine. ¡Y vaya grupito!: Lord Byron, su amigo médico John Polidori, Percy, Mary y su hermana Claire. Atrapados por la tormenta en el inmenso caserío se entretenían en contar (como todos hemos hecho alguna vez) cuentos de miedo.
Mientras los demás desgranaban sus historias a la luz de la chimenea, Mary sonreía ensimismada. Entrenada en el método infantil de la imaginación desbordante que tanto le ayudó a levantar mundos de fantasía para huir de la tristeza de un hogar sin madre, ennegrecido por el exilio adolescente en la desoladora costa irlandesa, esa noche las ideas brotaban con una facilidad pasmosa. Recordaba con el corazón latiéndole en las sienes el nombre de aquel castillo en ruinas que hacía poco habían visitado en una excursión por el Rin: Frankenstein. Sí. Eso era todo lo que aquella mente jovencísima en ebullición necesitaba para comenzar. Lo demás, imaginado o soñado, fue precipitándose sobre el papel en los nueve meses sucesivos, como si la historia estuviese diluida en el tintero, y ella sólo tuviera que recuperarla pescando las palabras con la punta afilada de la pluma.
Así, esa chica de 19 años se alzó como un gigante, superando la medida de dos grandes poetas y un científico, logrando escribir no solo la mejor historia de miedo de aquella noche, sino lo que muchos consideran hoy la primera novela moderna de ficción, pasando a la posteridad como más le habría gustado ser recordada: como la mujer que desencadenó a Prometeo.
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Autor: Linda Bailey. Ilustraciones: Júlia Sardá. Título: Mary, que escribió Frankestein. Editorial: Impedimenta. Venta: Amazon
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