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La Legión de Honor

En su momento, Watson ya redactó un resumen de los servicios que Sherlock Holmes había prestado al Gobierno francés durante todo el tiempo que desempeñó su actividad como detective consultor. Sabemos que intervino a plena satisfacción para que una de las mejores bibliotecas de Francia no saliera del país. También tenemos conocimiento de un caso muy difícil relacionado con el vino claret que solucionó en Marsella, sin hablar de los treinta mil napoleones de oro que el Banco de Francia prestó al City and Suburban Bank y que estuvieron a punto de ser robados por John Clay, con las consiguientes complicaciones que tal sustracción hubiera tenido para las relaciones entre ambos países. De momento no hablaremos de la persecución y captura de Huret, el asesino del Bulevar. Y por fin Watson ha tenido acceso al cuaderno secreto que desvela la recuperación de un cuadro muy valioso que había sido robado del Museo del Louvre. Quizá fuera el retrato más famoso del mundo. Las investigaciones se llevaron a cabo en el mayor secreto, y la estancia de Holmes en el país vecino fue hábilmente ocultada.

"Holmes estudió todas las posibilidades que encerraba la pintura sobre tabla: en este caso se trataba de álamo italiano, madera muy difícil de conseguir"

Algo más de cuatro meses le llevó al detective ir encajando las piezas del puzzle hasta encontrar una buena pista. Ni que decir tiene que Holmes apenas comió ni durmió hasta que supo que caminaba en la buena dirección, pero todos esos esfuerzos minaron su salud y llegó a encontrarse verdaderamente enfermo. Pero hay que decir en su favor que sacó fuerzas de la flaqueza y en ningún momento permitió que Watson se enterase de la pesadilla que estaba viviendo, ya que su amigo hubiera puesto toda serie de reparos a esta investigación.

Holmes consultó con los mejores copistas y expertos en reproducciones, y en cuatro meses supo más de la teoría y la técnica de la pintura que muchos de los grandes maestros. En este pequeño resumen no diremos el nombre del cuadro, porque se puede tambalear la economía francesa. Nos limitaremos a comentar que el detective ordenó que le instalaran un laboratorio en la magnífica mansión donde se alojaba. Pusieron a su disposición las mejores pinturas, pinceles y demás artilugios que pueden emplearse en la reproducción perfecta de un lienzo. Holmes estudió todas las posibilidades que encerraba la pintura sobre tabla: en este caso se trataba de álamo italiano, madera muy difícil de conseguir. Por las noches ensayaba las perspectivas de irrealidad, lejanía y evanescencia que pueden proporcionar la técnica del sfumato, y no digamos conseguir imitar perfectamente las craqueladuras. Y sobre todo, aprendió a pintar con la mano izquierda.

"Según Watson, solo dos personas estaban en condiciones de llevar a buen fin tal hazaña: Adam Worth o Moriarty"

«¿Y para qué se tomó todo ese trabajo?», se preguntaba Watson mientras leía el cuaderno secreto para elaborar el resumen de esta aventura. La misión de Holmes era encontrar al ladrón o ladrones que consiguiera eludir todas las medidas de seguridad para sustraer el cuadro, cuando según Watson solo dos personas estaban en condiciones de llevar a buen fin tal hazaña: Adam Worth o Moriarty. El primero de los dos lo hubiera hecho para pedir un rescate y el segundo para quedarse con él y encargar reproducciones a los mejores copistas de Francia, y luego venderlas a coleccionistas privados y solitarios que sólo querían la pintura por el puro placer de contemplarla en la más absoluta intimidad. Según este razonable criterio, nadie sabría nunca dónde estaba el lienzo porque no se podían registrar todas las casas de Francia.

"Todo quedo así zanjado, pero a los quince días recibió, directamente de manos de un mensajero oficial de la República Francesa, un sobre que contenía una escritura de propiedad"

Pero Holmes estaba muy seguro de lo que hacía: colocaba sustanciosas cantidades de dinero en los bolsillos adecuados con objeto de que se comentara en los bajos fondos que un rico y excéntrico norteamericano buscaba madera italiana de álamo y también a un artista de primera clase para que le hiciera una copia de un retrato del Louvre. El oro que el detective ofrecía y enseñaba era tan tentador que surtió su efecto. Quien estaba haciendo las copias para Moriarty estableció contacto con el «norteamericano» y cayó en la trampa, pero Moriarty supo eludir, como siempre, toda responsabilidad. Por todas estas acciones en favor del país vecino le fue concedida a Holmes la Legión de Honor, pero el detective rechazó cualquier recompensa monetaria que no fuera la simple cobertura de sus gastos. Todo quedo así zanjado, pero a los quince días recibió, directamente de manos de un mensajero oficial de la República Francesa, un sobre que contenía una escritura de propiedad. El documento le hacía dueño de una casita situada en Fulworth, a la que rodeaban cinco acres de terreno. Todo el conjunto estaba situado en un lugar de verdadero privilegio al sur de las colinas de Sussex. El detective meditó mucho la aceptación del valioso regalo, pero le pareció que sería una tremenda descortesía el rechazarlo.

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