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La lengua secreta de los pájaros

La lengua secreta de los pájaros

Los ocho relatos que componen este libro tienen a las aves como centro de todas las historias. Con esa idea como telón de fondo y con unas dosis de humor ácido nada desdeñables, Javier Rodríguez habla de las políticas medioambientales, migraciones humanas, millennials desorientados, masculinidades deconstruidas, etc.

En este making of Javier Rodríguez reconstruye el proceso de creación de No todo lo que vuela es pájaro (Barbarie).

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El tiuque es un pájaro carroñero que mide alrededor de cuarenta centímetros y puede encontrarse a lo largo de casi todo Chile. Aunque tiene un color pardo, su conducta lo acerca más a los oscuros cuervos. Es un carroñero con alta capacidad adaptativa.

No recuerdo el día específico, pero sí que era el invierno de 2020. En pleno confinamiento por la pandemia, me encontraba en una oficina del centro de Santiago, haciendo mi turno semanal presencial en el ministerio de las Culturas, donde trabajaba en ese entonces. Mi puesto estaba ubicado en un piso 11, en uno de los paseos peatonales más transitados de la ciudad, el Paseo Ahumada, en ese momento vacío. Aburrido o abrumado o ambas, miré por la ventana. En el edificio de enfrente, a unos cincuenta metros, un tiuque solitario mordisqueaba lo que debió ser una paloma muerta.

Esa escena se quedó grabada en mi cabeza, no podía sacármela. Me regaló una extraña pero obsesiva calma, igual que un zorro que vi de madrugada en Londres, dos años antes, una noche en la que no podía dormir, robando hortalizas del huerto comunitario. ¿Qué tenían esos animales, esos individuos en específico, que me obsesionaban y me entregaban tanta calma?

Tan inconsciente como gratuitamente, agregué la escena del tiuque a mi primera novela, Zona de promesas, intentando encontrar una respuesta que no llegaba.

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En Chile, el verbo “pajarear” significa andar distraído, sin prestar atención. Al menos a lo importante. De más está decir que soy un ferviente defensor del pajareo.

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Hace diez años vivo con una perra salchicha llamada Pina. Llegó a mi vida junto a Mariana, mi esposa, cuando tenía dos años. En esta década me ha ido, poco a poco, ayudando a entender el porqué del impacto del zorro y del tiuque.

Me siento más cómodo con los animales. No suena bien que diga que me interesan o provocan mayor curiosidad que la mayoría de los humanos, pero es así. Hace un par de años se sumó a nuestra familia una mestiza de galgo llamada Olimpia, que ha venido a reforzar esta idea. De ellas aprendo todos los días. Acompañan, alientan y le dan sentido a mi proyecto escritural.

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De pequeño, quería ser veterinario. Levantaba piedras en busca de babosas y otros insectos; viví con perros, tortugas, hámsteres, pájaros y peces. Luego, la adolescencia, con sus traumas y, sobre todo, el fútbol y la necesidad de pertenecer, me alejaron de un mundo en el que, al igual que con la lectura, podía encontrar refugio.

No todo lo que vuela es pájaro, cuyo título atrapé de un hermoso poema de Elvira Hernández, es parte de esa búsqueda de respuestas. ¿Por qué la escena del tiuque me intriga tanto? ¿Qué tiene el imaginario de los pájaros que me llama de forma tan primitiva? Viviendo en Madrid en 2021, salía todos los días a correr al parque del Oeste. Me gustaba especialmente porque podía escuchar a los mirlos, gorriones y urracas que me acompañaban mientras intentaba volar. Entre esos paseos, trabajaba y cursaba el magíster de Escritura Creativa de la Complutense de Madrid. Mi Trabajo de Fin de Máster debía ser un libro, y me había dado varias vueltas. Fue entonces cuando le propuse a mi tutora, Manuel Broullón: «¿Y si escribo un libro de cuentos sobre pájaros?». En ese momento, solo tenía uno escrito, basado en una experiencia personal; cuando era pequeño —digo que tenía once años, pero seguramente era varios años mayor— me encontraba de vacaciones en el sur de Chile cuando una especie que anida en el suelo, el queltehue, me salió persiguiendo con furia por pasar cerca de sus huevos. A partir de ahí, nació un relato de horror que me permitió desplegar levantar tímidamente las alas para pasearme entre géneros.

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Una de mis obsesiones literarias es el punto de vista: quién, cómo y desde dónde se cuenta una historia. Aunque no se revele, para mí en esa decisión y ejecución se define si un relato navega o se hunde. En este caso, el lugar de los pájaros me parecía, y me sigue pareciendo, único. La literatura sobre animales abunda, y soy un fan absoluto de autores como Jack London, María Ospina Pizarro, la propia Elvira Hernández, Mario Bellatin, John Berger, Melville, Lydia Davis, Irene Solà, Paul Auster y sobre todo Carlos Droguett, entre tantos otros que me han acompañado en la escritura de este libro y de una novela que preparo sobre un galgo de carreras emancipado.

Más allá del recurso literario, poner el punto de vista en los animales me parece un gesto político urgente. A mi modo de ver, un error del ser humano ha sido mirar al otro desde una posición altanera, de una superioridad injustificada. Y no me refiero solo a los animales, sino a nuestros iguales de otras nacionalidades o clases sociales. Hemos decidido desplazar a los animales en pos de un desarrollo tecnológico que tiene a la tierra ardiendo y que nos implora un nuevo trato. La historia es más que humana, como dijo la propia María Ospina, y pretendo que mi proyecto literario, y en particular este libro, aporte un grano de arena, no sé si a la comprensión, pero sí a la empatía y a la búsqueda de una convivencia en armonía con nuestros compañeros animales.

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Estos cuentos son parte de ese tránsito hacia la animalidad, un intento por comprender al otro. Casi siempre desde el punto de vista de un animal desorientado, en este caso, los pájaros vienen a poner en cuestión las miserias humanas, intentando no perder el sentido del humor e invitando a los lectores, sobre todo, a la armonía y la compasión.

Aún no entiendo qué fue aquello que tanto me impactó del zorro y del tiuque. Quizás que, en ese momento, fuimos compañeros en la soledad que intentaban sobrevivir o, simplemente, que le hablaban directamente a aquel niño que levantaba las piedras para encontrar bichos y, cuando se hacía tarde, volvía a casa a leer sus enciclopedias infantiles sobre mamíferos africanos o bestias de ultramar.

En este libro encontrarán relatos de horror, sociales, noir, existenciales, situados en Madrid, Santiago, en islas al fin del mundo. Loros, pingüinos, queltehues, gaviotas que, desde el lugar único que ocupan en el mundo, se encuentran con nosotros para indicarnos que, en su lengua secreta, en una de esas, no todo lo que vuela es pájaro.

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Autor: Javier Rodríguez. Título: No todo lo que vuela es pájaro. Editorial: Barbarie. Venta: Todostuslibros.

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Josetxo
Josetxo
5 ddís hace

Me alegro mucho de que haya gente como tú, escribiendo este tipo de libros. Hacen falta muchos más que tengan las mismas ideas. Enhorabuena.