Obrar el milagro de expandir los significados de las palabras como Jesús multiplicó los peces y los panes es uno de los misterios de la poesía. Lanzarla al mundo con todas sus posibilidades, las del poeta y las de cada uno de los lectores que la recibe para hacerla propia en su versión especular, es uno de los hallazgos de la inspiración. Alicia Louzao exprime este don, casi místico, en Nadie dirá que estuvimos aquí (V Premio de Poesía Centrifugados/Pueblo de San Gil), editado en Ediciones Liliputienses. La simbología que se yergue en cada verso convierte la lectura en un juego de acertijos cautivador.
Todo viaje es también un miedo. La poeta materializa su temor y herida, no a modo de poema de confesionario, no a la manera explícita de colectivo del mainstream poético afectado por la misma aflicción o devoción. Su inquietud es tan universal como los dioses. Entramos en sus poemas como Alicia en la sala de las puertas. Cada verso es un lucernario por donde saltan los peces o «los bocadillos de mortadela» envueltos en papel albal. El lomo de su plata es el espejo donde se refleja la cara de todos los lectores. Porque encontrar lo meramente autobiográfico en la obra de la poeta es como buscarles los testículos a las anguilas freudianas. Así uno de los poemas terribles de ausencias del libro podría decir vacío de padre, de hijo o de amante si no se presta atención a la referencia en la cita que alude al anciano Laertes. O la tragedia que se intuye bajo «las manos en los cables» de una niña sin nombre. Y, ¿quién es la niña?, ¿acaso importa que no tenga un nombre? Si lo tuviera dejaría de ser espejo o «cristal en el pecho». O la mujer que llora sobre su sombra recortable, ¿no es el mismo manchón gigante de boli Bic derramado que se yergue en todos los infiernos de la humanidad?
Entrar en la poética de Alicia Louzao es percibir el eco de las palabras que levitan entre las rocas, las de todos los maestros, los de la antigüedad de siempre, los incunables, los custodiados, los anónimos bendecidos. Pero también los del surrealismo más inmediato, los oníricos, los simbolistas, los de todos los sentidos que se rebelan contra la autocracia de los ojos. Es el babel de todos los mitos, los endiosados por el espíritu y lo material. Los grecolatinos conviviendo con la iconografía afterpop, marcas que etiquetan las etapas de la infancia: Nenuco, Phoskitos de nada, chocolatinas Milka, Pepsi cola o Ryanair. Palabras de esencia antipoética que la poeta logra transmutar en referentes poéticos evocadores. Porque la poesía es hechizo, es conjuro, es el abracadabra del talento. Nadie dirá que estuvimos aquí es puro arte de magia.
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Autora: Alicia Louzao. Título: Nadie dirá que estuvimos aquí. Editorial: Liliputienses. Venta: Todostuslibros.
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