Foto de portada: Daniel Mordzinski
Apenas se anunció que Annie Ernaux ganó el premio Nobel de literatura fui a una librería a comprar uno de sus libros. Escogí, sin pensarlo, el más corto que encontré. Se titula Mira las luces, amor mío (Cabaret Voltaire, 2021) y es, para decirlo de manera simple, el diario de hipermercado de la autora: durante un año plasmó por escrito sus idas y vueltas al “Alcampo” de su ciudad y documentó gran parte de lo que veía.
Creo que un escritor es bueno, entre otras cosas, cuando tiene la capacidad de captar tu atención con un libro sobre un tema que no te interesa. En principio, un libro sobre supermercados no es algo que considere ni para ir a hacer la compra. Gran prejuicio. Ernaux recorre sus pasillos y dan ganas de ir con ella. Si fuera una película, sería un documental observacional donde el director pone las cámaras y muestra.
Ernaux tiene una mirada clara. Le otorga valor a objetos, individuos y hechos cotidianos que pasarían inadvertidos para cualquiera. Cuenta la vida que transcurre en esos espacios. Muestra la prisa y la tensión que hay al pasar por caja mientras el resto de clientes espera ansioso su turno; el miedo de salir sin comprar nada y ser juzgado por el vigilante; el sexismo que hay en las secciones infantiles, rellenas con superhéroes para los niños y cocinitas para las niñas.
Mira las luces, amor mío —yo tampoco miro las luces en un supermercado— se convierte en un retrato íntimo y sociológico sobre esas grandes superficies que invitan al consumismo. Su prosa, sutil, aguda y fragmentaria, muestra cuando tiene que mostrar y dice cuando tiene que decir. Dice que un supermercado es uno de esos no lugares donde confluye todo tipo de gente sin distinción de clase ni raza ni origen; que los productos que ponemos en la cinta exponen nuestra vida, intereses y estructura familiar.
Clientes y empleados desfilan por las páginas a todas horas, y uno los acompaña. Ve a los jubilados que van temprano en la mañana, a las mujeres solas a media tarde, a los universitarios que van ya cerca del cierre. Tanto se sumerge uno en la lectura que no solo subraya frases sino también productos. Al cerrar el libro, me doy cuenta de que termino con una lista de la compra a la mano, que armé a partir de las cosas que la autora compró en ese período. La copio abajo como una prueba de que ir al supermercado también se puede convertir en buena literatura o, en el peor de los casos, en el origen de una reseña como esta.
Esto es lo que come/bebe una premio Nobel:
-Manzanas.
-Bledina de verduras y pollo.
-Chocolate Rik rok.
-Champú.
-Pienso para gatos.
-Ricoré.
-Lenguas de gato.
-Mascarpone.
-Leche.
-Nata fresca.
-Pan de molde.
–Post-it.
-Agua mineral.
-Una botella de champán.
-Dos botellas de vino.
-Emmenthal bio.
-Yogures Sveltesse.
-Croquetas para gatos esterilizados.
-Mermelada inglesa con jengibre.
Que no se me malinterprete: comer verduras y tomar vino no le dará un premio a nadie. La lista, si aplicamos su ejercicio, solo permite intuir que Ernaux tiene un gato, toma pequeñas notas en post-it y le gusta lo agridulce. Algo de eso se refleja en su prosa.
Yo tampoco había leído nada de esta autora hasta la concesión del Nobel. Saqué prestado de la biblioteca pública online «El acontecimiento», una novela breve sobre su experiencia con el aborto. Me gustó su naturalidad y el estilo de prosa sin artificio y a veces descarnada.