Los cuentos de Franco Chiaravalloti se adentran en la mirada ajena y modelan historias que parten de la cotidianidad para dar paso a lo extraño y a lo inquietante, un prisma donde la soledad, el exilio y los silencios resquebrajan el suelo sobre el que los personajes buscan mantener en pie sus vidas endebles.
En este making of Franco Chiaravalloti explica las inquietudes que le han empujado a escribir su volumen El teatro perpetuo (Tres Hermanas).
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En 2015 publiqué Esos de ahí afuera, mi segundo libro de cuentos. En esas páginas, el género me sirvió de herramienta para urdir un catálogo de miradas, voces o historias ajenas surgidas de situaciones cotidianas que terminan por abismar a sus personajes a un quiebre vital. Antes de la elaboración de cada cuento, me adentré en los hábitos y perspectivas de personas muy diferentes entre sí y muy diferentes a mí: aprendí registros, giros, actitudes, miré y escuché, adopté una postura pasiva, tome notas.
No pensé entonces que estaría dándole forma a una especie de proyecto literario cuando, hace dos años, empecé a escribir el libro que luego titulé El teatro perpetuo, publicado este 2024 en el sello Tres Hermanas. No me gusta hablar de proyecto, ya que da la idea de que durante años fui tras un gran plan maestro, cuando en realidad me dejé llevar por la necesidad y, digamos, el escozor que dan los temas a los que uno se muestra especialmente sensible.
En este libro también hay historias ajenas y lugares distantes, pero el foco está puesto en un concepto más íntimo, que es la familia: la familia como un teatro que dura la vida entera, un escenario donde somos actores y actrices obligados a cumplir un papel sin haberlo elegido ni ensayado previamente. Parte de la argamasa de los trece cuentos del libro proviene, cómo no, de mi propia historia personal. Pero eso no es más que la materia prima que deformo y transformo en beneficio del tema y la tensión dramática del cuento. Además, en mayor o menor grado todas las familias están rodeadas de silencios. En la mía los silencios fueron predominantes. La ficción me ha servido para rellenarlos, para fabular e imaginar las respuestas que jamás encontré en la vida real.
El buen cuento necesita de los silencios para provocar resonancias, para exigirle al lector una participación mayúscula. Aún más el cuento fantástico, ya que por su naturaleza no ha de revelar nunca el origen de los hechos sobrenaturales que irrumpen en el contexto realista y en la vida de los personajes; y es este silencio —o duda, como lo llama Todorov— lo que provoca su característico efecto de inquietud.
Estos ingredientes me motivaron a coquetear con lo fantástico en varios de los cuentos de El teatro perpetuo. Y digo coquetear porque lo ilógico o sobrenatural no cobra verdadero cuerpo, sino que la amenaza solo aparece de modo latente, hechos indefinidos que buscan provocar una sensación de extrañeza o desasosiego. Así, varios personajes del libro buscan el cobijo en el hogar, y es aquí donde empleo un ingrediente propio del terror: el de la casa profanada. Toda casa es la corporización del mundo interior de sus moradores; es fuente de protección, amparo ante las inclemencias. Si la amenaza que viene a destruir la propia integridad no viene de fuera sino de las entrañas de la casa, es entonces cuando comienza a operar el terror. Esto puede verse en cuentos como «Decidir por mí» o «Basura».
De modo similar, he explorado la figura del «otro» en la familia con cierta perspectiva terrorífica. Resulta triste, o más bien amenazador, ver a un ser querido volverse siniestro y hasta peligroso a raíz de una enfermedad o de su edad avanzada. ¿Cómo tratarlos cuando se vuelven indomables o incluso un ser monstruoso, una madre o un padre que no nos reconoce, que nos maldice? Cuando la fuente de horror nace de aquello que nos solía resultar tan familiar, el horror se multiplica, se hace inaceptable. Así lo he expuesto, por ejemplo, en el cuento titulado «Rancio».
Los cuentos de El teatro perpetuo no solo nacen de mi propia experiencia vital, sino que además he explorado diversos recorridos creativos o fuentes de inspiración. Varios de ellos surgieron de entrevistas. Uno de ellos es «Para que nunca te falte de nada», que nació tras una extensa charla que mantuve con Deborah, una prostituta retirada de la calle Robadors, en el Raval barcelonés. En este texto no solo busco reflejar algunas de sus vivencias —una vida plagada de latigazos—, sino también capturar su tono al hablar, una voz locuaz, serpenteante, llena de energía. Otro de los textos afloró de un encuentro con una amiga residente en París, hija de desaparecidos de la dictadura argentina, en una imprevista cena veraniega. Quedé tan impresionado con su relato sobre su nacimiento y su exilio que al volver a mi casa, a eso de las dos de la mañana y con bastantes copas de vino encima, no pude hacer otra cosa que escribir y escribir, y así, casi del tirón, me surgió la primera versión de «El gran vidrio».
Con el cuento «Abrasadoramente», por su parte, me propuse un experimento: lo escribí a poco del inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania, y por entonces estaba imbuido por los sentimientos que me causaba este conflicto y mis lecturas sobre geopolítica. Entonces a mi mente aterrizó una imagen, que creo haber visto en Internet perdida por ahí: la noria abandonada y oxidada del parque de atracciones de Prípiat, el poblado más cercano a la central nuclear de Chernóbil. Era el detalle más significativo del skyline de esa ciudad en ruinas. Con todo eso me puse a escribir sin parar, sin pensar, de una sentada, sin tener idea adónde llegaría. Tardé veinticinco minutos en obtener la primera versión. No lo corregí demasiado; de hecho, la versión que terminé publicando es bastante parecida a la primera. Así me salió un narrador colectivo que relata el intento de los sobrevivientes de una guerra de iniciar una revolución subidos a una noria desprendida de su eje. El vértigo que sentí al escribir ese cuento se tradujo en el argumento, ya que era el mismo vértigo de los personajes al desprender la noria y hacerla girar.
El libro se divide en dos partes: «El grito astillado» —cuyos personajes atraviesan conflictos que acaban en gritos de estridencias diversas— y «Geografía materna» —cuentos donde la figura de la madre puede ser bálsamo o condena, en ambos casos un factor que condiciona el destino de los personajes—. ¿Acaso cada parte bien podría haber pertenecido a alguno de mis libros previos? Creo que no, porque los cuentos de El teatro perpetuo fueron escritos con una ética diferente a la de Esos de ahí afuera e Insular, con una mirada más diáfana, más honesta. Pese a ello, la necesidad de adoptar el cuento como un caleidoscopio para reflejar diversas miradas siempre me acompaña, más bien diría que me persigue. Puede que entonces sí tenga que aceptar que estoy gestando un proyecto. Sin embargo, por ahora me resisto a aceptar esa idea.
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Autor: Franco Chiaravalloti. Título: El teatro perpetuo. Editorial: Tres hermanas. Venta: Todos tus libros.
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