J.M.G. Le Clézio no tiene la obsesión de superarse en cada libro que devoraba a Naipaul, ambos premios Nobel de Literatura, ambos escritores nómadas y ambos portadores de una literatura llegada desde islas lejanas. Pero sí tiene un objetivo, una necesidad que sigue viva en su trabajo, y es mantener la “llama encendida”. La llama de la calidez, la llama de la calidad. Si Naipaul nació en 1932 en Trinidad y Tobago, Le Clézio vino al mundo en Niza en 1940 de padres de Isla Mauricio, y ambos son representantes de una escritura global, viajera, capaz de integrar sus propias migraciones, distancias y culturas, enriquecidas por haber pisado decenas de países y varios continentes en sus obras de oro macizo.
Y esa llama encendida, ese motor que Le Clézio mantiene prendido una y otra vez a lo largo de más de 40 libros, vuelve a calentarnos en Bitna bajo el cielo de Seúl, la nueva novela que acaba de publicar Lumen en España.
Es un libro duro y suave a la vez, tan cargado de soledad, sordidez, maltrato y enfermedad como también de iguales dosis de delicadeza. Entramos y circulamos por sus páginas con sencillez, pronto estamos cómodos. Tiene magia, destellos luminosos de belleza capaces de dar profundidad y alumbrar de colores cálidos las zonas más ásperas de la realidad.
La protagonista, una surcoreana de 18 años procedente de un humilde pueblo pesquero, llega a Seúl para estudiar y debe adaptarse a una ciudad tan abarrotada de multitudes como de verdades solitarias y con tal extrañamiento que transmite un aire distópico. Al principio se aloja en casa de una tía y una prima que la tratan mal, pero pronto encontrará una vía de escape: una mujer enferma a la que visita para contar historias ficticias con intenso aroma a realidad. Ambas sellan un pacto que es también el que el autor ofrece al lector: no hablar de la realidad, sino huir a través de la fantasía como forma de digerir la soledad, el suicidio, el fracaso y la añoranza, aunque los cuentos que invente dejen su propio rastro para no perderse en el bosque. Porque ¿qué es la literatura al fin y al cabo sino una forma de disfrazarse, una terapia para superar las hondonadas del camino? Desde Las mil y una noches a El Quijote o el Frankenstein de Mary Shelley, crear dentro de la creación es más que un truco, es un trato con el lector para pasar varias pantallas a la vez y usar la imaginación como refugio constante, la impostura como salvación.
Dice Le Clézio que él no tiene precisamente imaginación y que se limita a escuchar los ruidos que va encontrando en la vida. El ruido de Bitna fue inspirado por una joven estudiante que conoció en Seúl, donde dio clases durante varios meses, que le fue contando historias y que en este libro se va convirtiendo en su alter ego en formato casi adolescente: la chica observa a la gente en los autobuses y les inventa nombres y vidas, como hace él; fantasea con los conocidos, como hace él; y entre la frivolidad y la soledad, elige la soledad. Como hace él.
Lo que no hace Bitna, pero sí Le Clézio, es indignarse ante la situación de una generación de jóvenes que en todos los entornos del mundo están siendo relegados por decisiones que no han tomado ellos, sino otros. A través del libro, reconoce el Nobel de 2008, “dejo hablar a mi coraje”.
Entre todas las historias que Bitna inventa bajo el cielo de Seúl hay una que emerge como la más poderosa: la obsesión de un viejo policía, ahora portero de una finca con el triste nombre de Good Luck!, de lograr que sus palomas mensajeras lleguen a su aldea de nacimiento en Corea del Norte. La imagen de esas palomas, tataranietas de aquellas con las que su madre y él huyeron durante la guerra hacia el Sur, nos recuerda que la memoria, como la literatura, es la mejor herramienta para afrontar la vida bajo cualquier cielo. Una vez más, la literatura nómada del autor de El africano nos habla del mundo, y no solo de Seúl.
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Autor: J.M.G. Le Clézio. Título: Bitna bajo el cielo de Seúl. Editorial: Lumen. Venta: Amazon y Fnac
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