Inicio > Firmas > La Llamada > La llamada de… Leila Guerriero

La llamada de… Leila Guerriero

La llamada de… Leila Guerriero

Foto de portada: Pablo José Rey

Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo todavía más complejo: la literatura.

***

Leila Guerriero no recuerda haber recibido la llamada de la literatura. No hay un momento epifánico en su biografía, se sintió escritora desde el principio, como si hubiera nacido consciente de su destino. De hecho, cuando moja la magdalena en el té de la memoria lejana y evoca alguna imagen representativa de su primera infancia, lo primero que visualiza es el armario empotrado de su primer dormitorio y a ella misma, por supuesto de pequeña, sentada a la mesa rebatible del centro del mueble y reclinada bajo un velador en cuya tulipa de opalina destacaba el dibujo de un gatito. A la niña que era entonces le gustaba refugiarse en ese escritorio a la vuelta del colegio, y cuando llegaba la hora de la cena su padre o su madre asomaban por la puerta, le preguntaban si le quedaba mucho y la instaban a unirse a ellos cuando terminara la frase, el párrafo o hasta el relato entero. Y el hecho de que nunca la presionaran, de que no le metieran prisas, de que respetaran el tiempo que dedicaba a la narrativa dotó a aquella chica de un carácter lo suficientemente sólido como para, después, adentrarse en la literatura con paso firme.

*

El mundillo de las letras está lleno de obstáculos, el más decepcionante de los cuales es el de los maestros y amigos podridos de envida. Leila Guerriero se apuntó a los dieciséis años a un curso de fotografía porque quería capturar la realidad al momento, pero al enterarse de que también escribía y al echar un vistazo a uno de sus cuentos, su profesora la instó a colgar la cámara y centrarse en la narrativa. Es más, la puso en contacto con su propio marido, un ensayista de cierto renombre que, al leer los relatos de la muchacha, se sintió moralmente obligado a acogerla bajo su ala y guiarla por el oscuro mundo de la literatura. Aquel hombre se reunía frecuentemente con ella, revisaba sus escritos, la incentivaba a esforzarse al máximo. Pero lo hacía de un modo tan agresivo, de una forma tan inquisitiva, con unos modales tan peyorativos que hoy, cuando Guerriero recuerda aquellas lecciones, levanta una ceja y tuerce el gesto. Porque ahora, convertida en una autora de prestigio, tiene la certidumbre de que aquel tipo nunca quiso realmente ayudarla, sino justo lo contrario: intentó borrarla del mapa. Le decía constantemente que era una ignorante, le repetía que no sabía escribir, le anticipaba que nunca publicaría, y aunque después le aseguraba que le hablaba de un modo tan cruel para así incitarla a superarse a sí misma, Leila ha entendido que lo que en realidad estaba haciendo era destruir a la rival que veía en ella. Y es que esas cosas pasan en todos los sectores laborales: aparece una persona con talento y, ay, los mediocres sienten miedo.

Pablo José Rey

*

La industria cultural está llena de falsos amigos. Personas que aplauden por fuera, pero lloran por dentro. Truman Capote, por ejemplo, nunca soportó que dieran a Harper Lee el Pulitzer. Durante su infancia fueron vecinos en Monroeville (Alabama) y, como los padres de él siempre estaban zarpa a la greña y como además su propio hijo los sacaba de quicio, lo dejaban en casa de los Lee durante días enteros. Y así se hicieron amigos: los dos eran niños raritos, los dos lo pasaban mal en el colegio, los dos decepcionaron a sus madres por motivos parecidos: ella por ser demasiado viril, él por femenino. La amistad llegó a tal punto que ella lo convirtió en un personaje de Matar a un ruiseñor. Ahora bien, cuando Lee se alzó con el Pulitzer, Capote cambió de actitud y empezó a odiarla. Ella le había ayudado durante la investigación de A sangre fría, le había abierto las puertas de algunos ambientes en los que un esnob jamás sería admitido y había transcrito, corregido y ordenado muchas de sus entrevistas. Y él se lo agradeció desprestigiando su trabajo en las fiestas, burlándose de sus ínfulas de escritora, no desmintiendo cierto rumor absurdo según el cual había sido él quien realmente había escrito el libro firmado por ella.

*

Iván Turguénev también creía que León Tolstói era su amigo. Hacían muchas cosas juntos: bebían, paseaban, discutían sobre libros… Pero el segundo murió, y cuando salieron sus diarios a la luz, la gente vio que estaban llenos de insultos hacia el primero: mezquino, vanidoso, aburrido… Durante una de sus habituales depresiones, Hans Christian Andersen se refugió en la casa de Kent (Reino Unido) de Charles Dickens, quien se mostró encantado de recibirlo. Pero cuando el danés se marchó, el inglés colgó un cartel en la entrada en el que podía leerse: «Aquí pasó Hans Christian Andersen cinco semanas que a la familia Dickens se le hicieron una eternidad». Y George Simenon aprovechó la muerte natural de un compañero de «La Caque», grupo de jóvenes letraheridos al que perteneció durante su juventud, para escribir un artículo en el que afirmaba que su amigo se había suicidado, cuando sabía perfectamente que no era cierto. Pero Simenon, en fin, Simenon era capaz de todo para leer su nombre en un periódico.

*

Leila Guerriero tuvo la suerte de criarse en una casa en la que siempre se respetó su trabajo, incluso siendo una niña, y eso le enseñó que no hace falta matar a nadie para abrirse camino. Y algo similar debió de aprender David Mamet en algún momento, porque en más de una ocasión ha dicho que nunca escucha los consejos o las críticas de quienes no tienen un interés realmente sincero en que todo le vaya bien en la vida. Háganle caso y verán como el resto viene rodado.

———————

Leila Guerriero acaba de ganar el Premio Zenda de Narrativa por La llamada (Anagrama).

4.9/5 (15 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios