La poesía la llevamos en la sangre. En el vientre materno ya escuchamos, como un estribillo, quizás como un sendero, el latido del corazón de la madre, ese ritmo monótono y alargado que nos da la vida. De niños, nos duermen con canciones de cuna, y cuando pisamos el mundo, la música vuelve a estar presente en los juegos, en el ritmo del columpio, en las canciones de corro, en los trabalenguas y estribillos.
La poesía es juego, música, vida, y también el atajo para llegar a donde ni siquiera habíamos planeado.
La poesía es algo consubstancial a los niños, pero el aire del mundo, al ir creciendo, oxida y puede enfriar y desviarnos de nosotros mismos. Es importante que los niños no se despeguen de la poesía o que vuelvan a ella cuanto antes. Porque con la poesía sucede exactamente igual que con los idiomas: hay que aprender una lengua ajena cuando aún eres niño; si no lo haces así, nunca interpretarás la música propia de cada idioma. El proceso poético es muy semejante: hay que aficionarse a la poesía cuando eres niño para que de adulto ya forme parte natural de uno mismo.
Es necesario asomarnos cuanto antes y sin ningún rubor. Y no hay que tener miedo. Ya dijo T. S. Eliot: «La poesía auténtica puede comunicar antes de ser entendida».
De ahí la importancia de la poesía en las primeras edades, en ese tiempo en que el horizonte es aún muy amplio y luminoso, donde parece que todo puede ser posible.
Consciente de ello, durante muchos años me he dedicado a divulgar la poesía entre los niños: realicé seis antologías de poesía de decenas de autores hispanos para los tres ciclos de Primaria, así como una selección de poemas amorosos para adolescentes, De todo corazón: 111 poemas de amor, que sigue siendo un éxito quince años después. En estas antologías he incluido algún poema propio como anécdota; pero mi urgencia era facilitar a los posibles lectores los poemas más adecuados con el fin de que la música no se evaporara de la vida de ese niño que estaba creciendo.
Ahora, tras esta larga labor antológica, publico el primer libro con mis propias poesías para niños, aprovechando que se inicia una colección de poesía de este tipo en Mueve Tu Lengua, la editorial que revolucionó la poesía (urbana) en los últimos años y la convirtió en un fenómeno social, con esos libros de cantautores (Marwan, Diego Ojeda) y nuevos autores (Defreds, Srtababi) que se publicaron en Frida, el primer nombre de esta joven editorial.
En La luna de Nueva York, la luna sirve como símbolo y estribillo para un libro de 54 poemas, en los que la mirada infantil es la gran protagonista. Son textos nos muestran el asombro del niño ante el mundo, su curiosidad por las cosas que le rodean, la naturaleza, el paso de las estaciones y también su vida cotidiana: la familia, el colegio y los animales, muchos animales. Todo ello contado en versos breves, traviesos, con ritmo musical y juegos de palabras, que invitan al lector a memorizarlos y, sobre todo, a imitarlos y a aprender a escribir sus primeros poemas. Porque la mejor manera de leer es escribir.
AMANECER
La luna no es una estrella,
pero brilla más que ellas.
La luna de Nueva York,
entre piedras, entre sueños,
ilumina mansamente
las calles y rascacielos.
Más tarde, muy silenciosa,
del cielo desaparece
porque la noche bosteza
y de repente amanece.
MUSEO DEL PRADO
Hoy he visto a un japonés
en el Museo del Prado
mirando un cuadro al revés.
Velázquez se ha levantado
y las Meninas también,
y las dos majas de Goya
no se lo pueden creer.
Tiene los ojos a cuadros
de tanto mirar y ver.
Y de ver sin mirar nada,
que también podría ser.
Con su lienzo y su pincel
he visto a El Greco muy serio
retratando a un japonés.
OTOÑO
Las hojas que piso
del suelo no son.
Cayeron del árbol.
¡Vaya coscorrón!
Se acerca el otoño
y nadie lo vio.
Les dice a las hojas:
“¡Iros! ¡Venga! ¡Adiós!”
Y las hojas hojas,
muy de dos en dos,
vuelan y revuelan,
como un moscardón.
El paisaje, triste,
ay se entristeció.
El aire, tan frío,
nos deja sin voz.
Otoño, en los ojos.
Y en el corazón,
el brillo valiente
de un rayo de sol.
CRECIENDO
En la primavera
las flores se abren.
Vemos que el paisaje
es todo color.
Luego, en el verano,
como no hay colegio,
juego, juego y juego
siempre bajo el sol.
El otoño asoma;
las hojas se caen.
Empiezan las clases.
¡Vaya madrugón!
Ya en el invierno
llegará la nieve,
y también, los Reyes:
Navidades son.
Ha pasado un año.
Un año pasó.
Y poquito a poco
yo me hago mayor.
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Autor: José María Plaza. Título: Luna de Nueva York. Editorial: MueveTuLengua. Venta: Amazon
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