Explorar las fronteras entre la vida real, la recordada y la imaginada, que sostienen la estructura literaria de una novela, es adentrarse en parajes ignotos, donde la verdad y la ficción se entrecruzan con el fin de empujarnos a indagar y cuestionar nuestras propias verdades y creencias. Y así sucede con Ningún ocaso demasiado intenso (Velasco Ediciones, 2024) de José Luis Díaz Caballero, una novela que transita ese territorio de la autoficción para relatarnos, con el trasfondo de un viaje a Noruega y la escritura de una novela, un proceso de catarsis y transformación emocional en un arriesgado equilibrio entre la introspección y el asombro ante la vida que nos aborda:
Imagínense mi esfuerzo por calmar el vacío del que fue mi hogar con libros, obras de arte y artilugios sin valor. La casa, concebida para el futuro, se instalaba ahora en el pasado, y lo agrandaba esparciendo ceniza en él, y llenaba los días, no solo las noches, de ocasos que tan pronto me obligaban a dormir como a conquistar el mundo.
En su poema “Ítaca” Kavafis rogaba a ese viajero, un Odiseo retornando victorioso de la guerra de Troya a su hogar, que su viaje fuese largo y lleno de aventuras; no importaba el destino, sino el camino. El protagonista de Ningún ocaso demasiado intenso parece deshacer las huellas de Odiseo, huye de una Ítaca derrumbada donde nada ni nadie le aguarda, no obstante, comparte con aquel el viaje en tanto una geografía para el aprendizaje: él, descubrirá, es su propia Ítaca. Y, como Kavafis, el lector de la novela hubiera rogado que ésta continuase a través de los paisajes sobrecogedores escandinavos y las reflexiones sobre temas muy diversos del protagonista, porque desde las primeras líneas nos sentimos inmersos, no sólo espectadores, de cuanto acontece, traduciendo el complejo lenguaje de los abismos a la palabra exacta que nos conmueve. Sin duda alguna, esta novela tiene mucho que contarnos, si nos atrevemos a una lectura que golpee nuestras certezas y quiebre nuestros prejuicios. Ahonda sin indulgencias en los precipicios del ser humano: el miedo, la incertidumbre, la duda, el fracaso… que atenazan el sencillo acto de vivir y lo trocan en un ejercicio de supervivencia, en un hermoso elogio a los claroscuros y vulnerabilidades, aquellos definitorios de nuestra fragilidad. Ahora bien, para ello, es imprescindible valentía y humildad, a la que muy pocos están destinados, pues requiere de voluntad y de cierto grado de heroicidad. Sólo la naturaleza redime al protagonista de su inhóspita soledad y una indefinida presencia divina lo absuelve del silencio y del vacío:
Una aurora boreal sin tiempo ni forma. Un milagro. Un milagro solo para mí. Un milagro que me hizo penetrar, durante más de diez minutos, en la sonrisa anatómica de Dios. (…) Sí, era Dios, con mayúsculas, quien me decía algo, algo bello, en una carretera solitaria de Noruega, y en un lugar sin nombre, en la estación del año inapropiada. Primero, un fogonazo, y más tarde una sábana verde extendiéndose en el cielo, un manto alumbrando con nuclear opacidad aquella carretera hacia ninguna parte. El problema no estuvo en asociar ese fenómeno con Dios, sino en el miedo que sentí.
Quienes hayan leído la anterior novela de José Luis Díaz, Cien cruces arrastradas (Velasco Ediciones, 2022), una fábula ético-política, esto es, una reflexión sobre el poder, la inmigración, el compromiso y la Verdad, encontrarán esa vocación de universalización de los conflictos individuales distintiva de su obra narrativa, así como su personal estilo, una prosa de resonancias poéticas y preciosista, cuya riqueza y pulcritud no opaca un ritmo vibrante, y, sobre todo, la querencia por la literatura. Así Ortega y Gasset, Baroja, Lorca, Carpentier, Conrad, Kapuściński o Joseph Heller, entre otros, atraviesan estas páginas para recordarnos porque la literatura puede ser un antídoto contra los sufrimientos del mundo, tanto como un fiel refugio. Y es que la literatura profana con su luz esa sagrada y abisal crisis interior del protagonista. Por un lado, éste se halla en un estancamiento literario con el manuscrito de Sudor y lluvia tras el fin del mundo (novela publicada por Maclein y Parker en 2018), en una propuesta metaliteraria tan efectiva en la vertebración del relato como sugerente y reveladora sobre los procesos creativos. Por otro, la lectura de Mi lucha del autor noruego Karl Ove Knausgård salva los ocasos de sus días. Pues bien, ambos hechos confluyen en un encuentro con su exmujer motivando el viaje a Noruega en la idea de que acercarse a los escenarios, donde este autor escribió, le permitirá, tal vez, reencontrarse consigo mismo y con la escritura.
Esta novela radiografía la inconmensurable vastedad del ser humano, incluso de lo más recóndito, exhibiendo una extraordinaria capacidad narrativa con el objeto de desvelar esa genuina tensión que se halla en la lucha del verdadero “yo” con el cual el protagonista batalla en el fondo de sí mismo. Éste se deconstruye para enfrentarse a él y su pasado y desde la desnudez más dolorosa recomponer quién es. Ahí, donde el sufrimiento y la adversidad se manifiestan, descubrimos la emoción más pura, ahí se nos entrega la gran posibilidad de vivir más intensamente. Por ello, Ningún ocaso demasiado intenso de José Luis Díaz también es una invocación a la aspiración de vivir en plenitud y un canto a la conquista de los horizontes que se hallan más allá de los ocasos, concediéndose una nueva oportunidad a uno mismo y su futuro. Reverbera en esta novela una luz que agrieta el pasado y sus atavismos, posibilitando que del ocaso brote un nuevo y luminoso amanecer.
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Autor: José Luis Díaz Caballero. Título: Ningún ocaso demasiado intenso. Editorial: Velasco. Venta: Todos tus libros.
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