En el epílogo a su antología poética La mirada (2017), subtitulado “154 sílabas”, José Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960) deslizaba dos definiciones que han ocupado y ocupan su trabajo literario casi desde sus primeras obras, en la ya lejana década de los años ochenta del pasado siglo: En la primera afirmaba que “La poesía me sigue pareciendo el único” (lenguaje) “capaz de revelar el verdadero presente”; la segunda suponía un añadido básico, puesto que confesaba asumir “el poema como construcción de un universo en miniatura”. Son dos lemas que han cimentado su trayectoria literaria desde sus libros iniciales: una apuesta feliz por el despojamiento expresivo y una rotunda proximidad, que a veces se adentra en el territorio de la identificación, al minimalismo. Ambas apuestas no han excluido, más bien al contrario, la profundidad, la búsqueda, el sesgo meditativo. En De la mano, su último poemario, ahonda en esas claves y, sobre todo, concentra su atención en el vínculo, o lugar de encuentro, entre el yo físico e intelectual, con lo “otro”, entendiendo ese término como espacio en el que vive o respira todo lo que existe más allá del yo. Objetos, naturaleza, experiencia amorosa, son explorados a través del tacto. Real, evocado o imaginado. La mano como límite de lo propio e inicio del territorio a explorar y conocer, un territorio que, pese a ser ajeno, asume como propio cuando, mediante la palabra, lo dota de vínculos con el que parecía abandonado, con el que la mano ocupó momentos antes.
Poemas breves que descansan en ritmos clásicos y empastados con rigor, con música, de una perfección infrecuente, que enlazan, en su concepción, con el subtítulo epilogal apuntado al principio, “154 sílabas”: todos tienen catorce versos, se guían por el formato versicular del soneto aunque no todos tienen ese número de sílabas (correspondiente a un soneto clásico, compuesto de endecasílabos). Eso refleja una estricta voluntad de concentrar en una estructura cerrada, casi objetual, la respiración de la existencia, el instante vivido. Al igual que la mano cuenta con una cifra que la define (los cinco dedos), el poema se nos muestra acotado en catorce versos.
El libro está dividido en tres apartados que representan los tres universos en que se manifiesta ese puente de relación del ser con el mundo. “Manos”, la primera parte, tiene algo de declaración de principios, dibuja en ella una serie de experiencias vividas u observadas en las que la mano juega un papel básico: la que se alza en el aire en el último movimiento de la bailarina, la que maneja, con pinza, los tipos de imprenta, de goma, que darán lugar a un verso memorable, la que da identidad a los objetos que sostiene (“Son los objetos quienes se sujetan / a la mano con sus capacidades / cuando la mano los sostiene”) transformándolos en pensamiento, la mano que no se ve pero ha dejado el recuerdo de una caricia antes de ocultarse. La segunda parte, “Azul de azules”, es un viaje a los objetos de la memoria personal, en el que recobra rastros de la infancia, olores, escenarios nacidos de antiguas miradas a la naturaleza, evoca materiales entrevistos “en puestos del mercado / de los ropavejeros”. La vida y la memoria tienen su concreción, frente al paso del tiempo, en esas experiencias. Pero también en su reverso: en la desmemoria y el olvido cuando existe la certeza de que tras la huella difusa de un recuerdo algo nos marcó: “Me detiene una fecha en una página / que leo. Creo que me suena a algo / pero nada coincide con ninguna / que conozca”.
“Hablar yo solo es siempre hablar contigo”. En este verso de ecos machadianos, Cilleruelo parece concentrar el sentido del apartado que cierra el libro y cuyo título es el mismo de su totalidad: “De la mano”. Buena parte de los poemas que lo integran están escritos desde un sujeto cuya voz se expresa desde el nosotros. Son poemas de amor. Sutiles, delicados, acogedores, hospitalarios, tamizados por la memoria y por los pequeños placeres del presente y de la cotidianidad, un canto a la existencia compartida. El paisaje, los nidos que las aves instalan en los recovecos de la ciudad, en sus azoteas (“Allí donde los pájaros se aman”), la Emily Dickinson degustadora “de la realidad oculta en lo real”, la perduración y la herida del tiempo (“cada tarde pervive en otra tarde”) son algunas de las bases anecdóticas de unos textos escritos desde la serenidad contemplativa, desde la piedad y la ternura hacia lo inerme y desvalido pero también hacia elementos que dan sentido a la realidad pese a su aparente intrascendencia: un helado de vainilla, una antena parabólica, ropa tendida, la explosión de un gajo de naranja… ¿Minimalismo meditativo? Quizá. En todo caso, un paso más en el proceso de ahondamiento de José Ángel Cilleruelo, un poeta con mundo propio, a veces inquietante y a veces sosegado, que toca las zonas ocultas de la vida y crea pensamiento al emplazarnos a meditar sobre el lugar que en la vida ocupan el tacto y la mano que lo alberga. Como quien guarda una potencia oculta e invisible.
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Autor: José Ángel Cilleruelo. Título: De la mano. Editorial: Prensas Universidad de Zaragoza. Venta: Todos tus libros.
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