El editor italiano Roberto Calasso es el ejemplo perfecto de un hombre cuya marca nos acompañará siempre. Su mirada para descubrir y publicar obras de calidad excepcional es patente en el catálogo que construyó en la fabulosa editorial Adelphi, donde ajeno a modas y líneas de marketing, eligió nombres como el de Pavese, Sciascia, Manganelli, Gadda, Morante o Citati, por citar unos cuantos, para darle un fuerte impulso a la literatura italiana actual y mantenerla entre las más vivas e interesantes del panorama mundial.
Asombrosa fue, también, su dedicación a la edición de la obra completa de Federico Nietzsche, Vladimir Nabokov y Jorge Luis Borges.
En el terreno de la lengua española, si bien en sus primeros años como director editorial su atención se fijó en clásicos como Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, La vida es sueño, de Calderón de la Barca, Tristana, de Benito Pérez Galdós (1970), La Gatomaquia, de Lope de Vega o El reverso de la conquista, de Miguel León-Portilla, más tarde ampliaría su espectro, fijándose en autores como Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño, Juan Benet, Álvaro Mutis, Rodolfo Wilcock o Sergio González Rodríguez.
La obra editorial de Calasso, el magnífico catálogo que construyó en Adelphi, se completa con sus propios escritos, en los que compuso una audaz literatura híbrida y fascinante, cultísima y enriquecedora, donde indagó en las razones más profundas del espíritu humano, ahí donde nacen los mitos y se construye eso que llamamos civilización. De esa guisa surgen títulos como La Folie Baudelaire, El rosa Tiepolo o su insuperable El cazador celeste, una obra maestra absoluta donde, como dice elogiosamente el escritor francés Philippe Sollers, crea una divinidad totalmente nueva e imprevista a partir de los dioses de la Antigüedad griega y latina, a través de los cuales filtra todo lo divino posible e imaginable y que, como el propio Calasso recordara alguna vez citando a La Rochefoucauld, construye un tratado de los mecanismos del corazón humano, de los que se puede decir que han permanecido ignorados hasta el momento.
Calasso también dejó constancia escrita de su labor editorial propiamente dicha en obras como La marca del editor, donde expone los detalles de su máxima como director literario, la cual a la sazón reza Edendis bonis libris (“publicar buenos libros”), una labor que jamás superó su inquietud lectora, pero que pudo permitirle ajustar cuentas con un presente hecho de asombro, y Cómo ordenar una biblioteca, libelo en el que nos guía por un tema altamente metafísico para sugerir algunas ideas del cosmos libresco, donde para él la calidad, “inasible, indefinible, elusiva”, es la presencia constante de lo que cada uno experimenta, pues la calidad “califica cada instante del mismo modo en que el lenguaje nos impulsa a hablar”.
A fin de cuentas, Roberto Calasso amó, creó y defendió el mundo del libro desde sus diversos frentes, siempre consciente de que, si en un mundo como el actual el libro, agobiado y presionado por las llamadas nuevas tecnologías y toda clase de aves de mal agüero, ya no es suficiente, será entonces porque el mundo está escribiendo otra de las páginas oscuras de su historia, una historia en la que Calasso ha dejado escritas, qué duda cabe, páginas de una belleza y una sabiduría únicas, cualidades que constituyen su marca personal e intransferible.
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